II JORNADA
MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 18 de noviembre de
2018
… el Señor escucha a los pobres que claman a Él y (que)
es bueno con aquellos que buscan refugio en Él con el corazón destrozado por la
tristeza, la soledad y la exclusión. …. En la misma onda de estas palabras que
Jesús proclamó con las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» ( Mt 5, 3).
…Ante todo, “ gritar ”. La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios.
¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y
soledad, su desilusión y esperanza?
¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de
Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e
impasibles?
El silencio de la escucha es lo que necesitamos para
poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos
escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aunque de suyo meritorias
y necesarias, estén dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger
el clamor del pobre.
El segundo verbo es “ responder ”. El Señor, dice el
salmista, no sólo escucha el grito del pobre, sino que responde.
…Y esta respuesta se confirmó a lo largo de todo el
camino del pueblo por el desierto: cuando el hambre y la sed asaltaban (cf. Éx
16, 1-16; 17, 1-7), y cuando se caía en la peor miseria, la de la infidelidad a
la alianza y de la idolatría (cf. Éx 32, 1-14).
La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención
de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir
justicia y para ayudar a retomar la vida con dignidad.
Los pobres no necesitan un acto de delegación, sino del
compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor.
El tercer verbo es “ liberar ”. El pobre de la Biblia
vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle
dignidad. La pobreza no es buscada, sino creada por el egoísmo, el orgullo, la
avaricia y la injusticia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son
siempre pecados, que involucran a tantos inocentes, produciendo consecuencias
sociales dramáticas.
Bartimeo es un pobre que se encuentra privado de
capacidades básicas, como son la de ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen
también hoy a formas de precariedad! La falta de medios básicos de
subsistencia, la marginación … ¡cuántos pobres están hoy al borde del camino en
busca de un sentido para su condición! ¡Cuántos se cuestionan sobre el porqué
tuvieron que tocar el fondo de este abismo y sobre el modo de salir de él!
Esperan que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo. Levántate, que te llama»
(v. 49).
Con mucha pertinencia resuenan en este caso las palabras
del profeta sobre el estilo de vida del creyente: «soltar las cadenas injustas,
desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos
los yugos; […] compartir tu pan con el hambriento, […] albergar a los pobres
sin techo, […] cubrir al que veas desnudo» ( Is 58, 6-7). Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado (cf. 1Pe 4,
8).
Sin embargo, para superar la opresiva condición de
pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas
que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta del corazón y de la vida,
los hacen sentir amigos y familiares. Sólo de esta manera podremos «reconocer
la fuerza salvífica de sus vidas» y «ponerlos en el centro del camino de la
Iglesia» (Exhort. apost. Evangelii gaudium)
«los pobres comerán hasta saciarse» ( Sal 22, 27).
Sabemos que en el templo de Jerusalén, después del rito del sacrificio, tenía
lugar el banquete. En muchas Diócesis, esta fue una experiencia que, el año
pasado, enriqueció la celebración de la primera Jornada Mundial de los Pobres….
Quisiera que también este año y en el futuro esta Jornada fuera celebrada bajo
el signo de la alegría por redescubrir el valor de estar juntos.
A menudo la colaboración con otras realidades, que no
están motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, hace posible brindar
una ayuda que solos no podríamos realizar.
Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra
intervención es también limitada, débil e insuficiente hace que tendamos la
mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda alcanzar el objetivo de
manera más eficaz. … El diálogo entre las diversas experiencias y la humildad
en el prestar nuestra colaboración, sin ningún tipo de protagonismo, es una
respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos realizar.
Cuando encontramos el modo para acercarnos a los pobres,
sabemos que el primado le corresponde a Él, que ha abierto nuestros ojos y
nuestro corazón a la conversión. No es protagonismo lo que necesitan los
pobres, sino ese amor que sabe esconderse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos
protagonistas son el Señor y los pobres.
…Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría» ( 1Cor 12, 26).
El grito del pobre es también un grito de esperanza con
el que manifiesta la certeza de ser liberado. La esperanza fundada sobre el
amor de Dios que no abandona a quien en Él confía (cf. Rom 8, 31-39). Santa
Teresa de Ávila en su Camino de perfección escribía: «La pobreza es un bien que
encierra todos los bienes del mundo. Es un señorío grande. Es señorear todos
los bienes del mundo a quien no le importan nada» (2, 5).
Vaticano, 13 de junio de 2018 Memoria litúrgica de San
Antonio de Padua
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