Hacía tiempo que no
profundizábamos tanto en esas tertulias a veces improvisadas, que surgen según
el ánimo de los que nos visitan. Hoy la ha provocado, en el buen sentido de la
palabra, una persona que llegaba por primera vez, tenía una mirada franca, y la
palabra cortés y dispuesta a comunicar sin reservas.
Comentamos sus rasgos
faciales sin ningún inconveniente y le confesamos que nos parecía indio, él nos
respondió que era gitano y en seguida nos dijo que había estado en la cárcel,
no recuerdo en cual de los Puertos, con mucha humildad intentó relacionar la
condición de su raza con el hecho de haber estado en la cárcel, pero nosotros
nos negamos a aceptar que hubiera una relación de necesidad entre una cosa y la
otra . Quizá nuestras palabras estimularon su confianza y en seguida nos dijo
que allí había encontrado a Dios, que ahora que está fuera le da pánico dormir
en la calle.
La cárcel, confieso que cada
vez me va pareciendo un lugar menos temible a medida que van pasando por aquí
personas que han pasado un tiempo de su vida en prisión, y que ahora la
abandonan sea en libertad provisional sea definitivamente; bueno, esto último
es algo que no se puede asegurar y menos con la que está cayendo, pues ya es la
segunda persona que expresa, recién recuperada su libertad, que siente un gran
temor a vivir en la calle, y no digamos a dormir en ella.
Otro tema que nos ocupó unos
minutos fue el del perdón, nuestro amigo instantáneo nos explicaba cómo gracias
a la lectura diaria de la Palabra de Dios había encontrado la respuesta
adecuada para encaminar su vida por una senda nueva. Pero algo no nos parecía a
nosotros muy acertado ni consecuente con su hallazgo, seguía culpándose de su
mala vida de una manera muy viva, de manera que se limitaba a sí mismo para
emprender con decisión una nueva vida, o no se creía con derecho a ella. Le
insistíamos que debía perdonarse, porque seguro que Dios lo había perdonado,
que debía hacer un esfuerzo por sentir el perdón de Dios y vivir más relajado y
confiado.
Había también hoy otra
persona un tanto especial, que hacía de la oficina de nuevo un lugar universal,
inglés de origen había vivido en el oriente cercano y otros países europeos. Yo
no debía estar hoy muy acertado en el trato ya que provoqué su enfado y decidió
no hablar más, porque decía que yo no escuchaba. Esto lo decía porque se
definió como “misántropo” mientras hablábamos de si el hombre es bueno o malo,
o si la sociedad nos parecía realmente una sociedad de seres humanos. Él decía
que los hombres no le parecían dignos de confianza. Yo, con mi buena voluntad
le corregí lo de misántropo, porque me pareció muy fuerte, y como era
extranjero pensé que querría decir “filántropo”. Esto le irritó: “sé perfectamente lo que estoy diciendo. Tú no quieres escuchar”. Le pedí perdón,
pero no hubo manera, estuvo callado un rato.
Esto hablábamos mientras su
amigo se entrevistaba con la trabajadora, su amigo al salir se incorporó a la charla y
dijo de pronto una frase que me sorprendió, venía a decir que los hombres
habían abandonado a Dios y con ello se habían degradado a sí mismos y la
sociedad no avanzaba por lo mismo. Sobran los comentarios.
La verdad es que hoy la
tertulia podía haber dado mucho de sí, de todos modos podéis comprender que más
no se puede pedir que dé de sí una sola mañana.