Hacía tiempo que no había que
denunciar hechos tan lamentables, esta semana de nuevo un grupo de
jóvenes han propinado una paliza a una persona sin hogar, que dormía
con todo el derecho en un cobijo público, con todo derecho, ya que
no dispone de un techo propio ni prestado. Y los hechos han ocurrido
en nuestra ciudad, San Fernando, por eso el dolor es doble, por las
víctimas indefensas y porque en nuestra ciudad haya jóvenes capaces
de hacer semejante vileza. Me dice que con la suya son tres las
palizas en el último mes. Nadie debe sentirse al margen en estos
casos, creo yo, porque es difícil encontrar una disculpa.
Esta mañana me sorprendió ver a L., nuestro fiel amigo, con un ojo morado; cada mañana viene a tomarse
uno o dos cafés, mientras pide en la puerta del mercado que está
cerquita; además se lleva unos caramelos “para los niños”, me
dice cuando lo miro, y yo le contesto con media sonrisa: “ya sabes,
tres por barba”, sin especificar...
Pero hoy la cosa tenía un tinte
diferente, aunque a pesar de la fuerte paliza que le dieron, no había
perdido el humor y repetimos la ceremonia habitual, después de
haberme contado la paliza y decirme que, gracias a Dios, no le había quedado
otra secuela que el ojo llamativamente morado; así se lo confirmaron
en la residencia donde lo llevaron en ambulancia y hecha la denuncia.
Una denuncia que no servirá más que
para aumentar una inútil estadística oficial, o para ser utilizada
por Cáritas u otra institución que se ocupe de las víctimas de la
marginación y las injusticia, y nos quiera hacer ver los males de la
sociedad y de las personas que la formamos, porque no podemos darnos
por conformes con la sociedad que hemos creado, por mucho que las
leyes tan “comprensivas” por las que nos regimos las haya
aprobado un parlamento, eso no quiere decir que sean justas, si
permiten que los jueces sean más comprensivos con los criminales que
con las víctimas, como ha ocurrido hoy con el juez de vigilancia
penitenciaria concediendo la libertad condicional a un criminal redomado, en
supuesta fase terminal, sin arrepentirse de sus numerosos y fieros
crímenes, después de visitarlo en la cárcel.
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