A penas unos minutos de charla con M. y producen una enorme
sorpresa: otra persona que ha sufrido mil desengaños en a penas treinta años de
vida, todos los desengaños que están a la orden del día, al alcance de
numerosas personas normales y corrientes de hoy en día ( una, dos o tres
separaciones matrimoniales, al menos un hijo perdido con cada pareja; la calle,
en albergue o a la intemperie, o quizá de ocupa compartiendo lo poco y según la
compañía; más traiciones, ahora de amigos de infortunio) , pero, no guarda
ningún rencor, es incapaz de quejarse de nada ni de nadie; esta es la sorpresa,
le queda empuje para seguir buscando, busca una vida que le pertenece a él y
tiene derecho a disfrutarla; o quizá su vida no es más que una búsqueda
incesante, sólo que en su caso esa búsqueda circula por vías más esforzadas y
dificultosas, escarpadas en muchas ocasiones; y como tiene moral suficiente las
dificultades le vienen a la medida de su resistencia. Sólo Dios lo sabe.
Hasta mañana, le contesto al despedirse, pero añado “si Dios
quiere”, entonces un compañero me pregunta (y no es el primero por desgracia)
¿por qué dices si Dios quiere?, dando por hecho que Dios querrá, y que yo meto
a Dios en demasiados “fregaos”. Pero yo le respondo que de esa manera sé “quien
manda en mi vida”, además es una forma de mostrar nuestro reconocimiento a la
presencia permanente de Dios en nuestras vidas. Me parecen a mi estos que
protestan cuando yo añado el estribillo “si Dios quiere” unos niños traviesos
que intentan alejarse del alcance de la mirada de su padre, inconscientes de
los riegos a los que se exponen.
Pero, hace tiempo que hemos eliminado a Dios de nuestras
expresiones cotidianas y de nuestras vidas, queremos vivir a escondidas de
nuestro padre, haciendo lo que nos divierte. Hasta que ha llegado el momento en
que efectivamente nos hemos extraviado, fuera del alcance del amparo amoroso y
seguro del Padre, nos hemos perdido, y quizá no nos oye, o estemos asustados y
no somos capaces de gritar: ¡Padre!
Bueno, afortunadamente hoy somos muchos los hijos pródigos que
hemos decidido volver a la casa de nuestro Padre, Dios, donde se nos recibe con
los brazos abiertos y siempre hay algo para calmar el hambre y la sed, real y
de justicia, y un cobijo para descansar de las fatigas e incertidumbres de la
vida.
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