jueves, 23 de agosto de 2012

Unos niños traviesos que se han extraviado



A penas unos minutos de charla con M. y producen una enorme sorpresa: otra persona que ha sufrido mil desengaños en a penas treinta años de vida, todos los desengaños que están a la orden del día, al alcance de numerosas personas normales y corrientes de hoy en día ( una, dos o tres separaciones matrimoniales, al menos un hijo perdido con cada pareja; la calle, en albergue o a la intemperie, o quizá de ocupa compartiendo lo poco y según la compañía; más traiciones, ahora de amigos de infortunio) , pero, no guarda ningún rencor, es incapaz de quejarse de nada ni de nadie; esta es la sorpresa, le queda empuje para seguir buscando, busca una vida que le pertenece a él y tiene derecho a disfrutarla; o quizá su vida no es más que una búsqueda incesante, sólo que en su caso esa búsqueda circula por vías más esforzadas y dificultosas, escarpadas en muchas ocasiones; y como tiene moral suficiente las dificultades le vienen a la medida de su resistencia. Sólo Dios lo sabe.

Hasta mañana, le contesto al despedirse, pero añado “si Dios quiere”, entonces un compañero me pregunta (y no es el primero por desgracia) ¿por qué dices si Dios quiere?, dando por hecho que Dios querrá, y que yo meto a Dios en demasiados “fregaos”. Pero yo le respondo que de esa manera sé “quien manda en mi vida”, además es una forma de mostrar nuestro reconocimiento a la presencia permanente de Dios en nuestras vidas. Me parecen a mi estos que protestan cuando yo añado el estribillo “si Dios quiere” unos niños traviesos que intentan alejarse del alcance de la mirada de su padre, inconscientes de los riegos a los que se exponen.

Pero, hace tiempo que hemos eliminado a Dios de nuestras expresiones cotidianas y de nuestras vidas, queremos vivir a escondidas de nuestro padre, haciendo lo que nos divierte. Hasta que ha llegado el momento en que efectivamente nos hemos extraviado, fuera del alcance del amparo amoroso y seguro del Padre, nos hemos perdido, y quizá no nos oye, o estemos asustados y no somos capaces de gritar: ¡Padre!

Bueno, afortunadamente hoy somos muchos los hijos pródigos que hemos decidido volver a la casa de nuestro Padre, Dios, donde se nos recibe con los brazos abiertos y siempre hay algo para calmar el hambre y la sed, real y de justicia, y un cobijo para descansar de las fatigas e incertidumbres de la vida.

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