Por José
Luís Nunes Martins
publicado em 5 Out 2013 - 05:00
publicado em 5 Out 2013 - 05:00
Cuando sufren, las personas
se rebelan. Como si la adversidad destruyese las superficialidades, y la
identidad más honda se manifestase de una forma tan fluida y pura que coincide con
la evidencia de una verdad tantas veces inesperada hasta que llega.
Sufrir, uno cualquiera
de los males de la existencia, y vivir algo que es causa de esperanza es donde
la finitud y la dependencia humanas son siempre certezas absolutas. Poco se
puede hacer ante el sufrimiento, se trata de soportarlo en cuanto se intenta
descubrir lo que se siente…
El sufrimiento es un
mal. Nadie encuentra en su dolor motivo de felicidad. Puede acontecer que el
mal sea inevitable como medio para un bien mayor, pero lo que se desea es siempre el bien como
fin, nunca el mal, tampoco como camino.
Hay un efecto común a
cualquier tragedia en el seno del cual nos es dado vivir, el de hacernos más
cercanos a los que sufren de esa misma manera, lloran las mismas lágrimas que
nosotros. Nos hacemos hermanos de quienes experimentan el mismo dolor… el
sufrimiento nos introduce en una solidaridad profunda, de la cual la mayoría de
los otros (los que no viven el mismo dolor) se apartan como si fuese contagioso…
y, así, al mal de la tragedia se suma el dolor por la pérdida de los que creíamos
que permanecerían a nuestro lado… la verdad, bajo estas circunstancias, es
cruda y atroz.
Pueden entonces surgir,
como si se abriesen los ojos, hermanos donde menos lo esperamos. Al final, un
hermano es quien comparte vivir a nuestro lado cuando se cumple lo peor de
nuestros días. Son muchos los que están de fiesta, pocos los que se apartan de
ella para la lucha… uno o dos que se juntan a nosotros para la guerra.
Hoy, la soledad del
sufrimiento es vivida por multitud de gente común, personas iguales a todas las
demás, pero más profundas, unas se hacen protagonistas, otras contrarias a la
bondad posible del mundo…
Bajo los sufrimientos más
terribles, hay muchos hombres que encuentran en sí mismos la fuerza que les
permite resistir a todo, aquella que los hace aún más dignos de una felicidad
que les puede ser demorada, pero que les es prometida, debida y cierta. Son los
que encuentran en el alivio del sufrimiento ajeno un sentido para su existencia.
La culpa es una agonía
a la que nadie escapa, pese a que algunos crean que han conseguido aniquilarla
a través de sus siempre muy engañosas disculpas para renunciar a la
responsabilidad… piensan que huyendo lejos la culpa se queda atrás… llegan incluso
a creerse héroes de la felicidad. Estos, que prefieren dejarnos solos en la
tempestad, no comprenden que más que huir de nosotros, corren lejos de sí
mismos, muy lejos de lo mejor de sí… rumbo a lo peor. Pero, por más que corran
y den vueltas al mundo, jamás encontrarán paz porque no descubren el valor de
una vida auténtica. Al final, los buenos son los que permanecen con quien sufre…
son los buenos.
Ningún dolor nos deja
donde nos encontró. A la vuelta, a apenas a unos pocos pasos, da respuesta al
sufrimiento… permitiéndonos reconocer el don de la fuerza para resistir la
adversidad, o… aceptar todos los calvarios como parte de los caminos de la vida,
más aún… para, antes del final, llegar a tener la certeza que sin ser del todo lógico,
no hay, con todo, sufrimiento sin sentido o valor.
La aparente pobreza que
el sufrimiento descubre es al final la verdadera esencia de cada uno de
nosotros. Conseguimos soportar mucho. Casi todo. Todo, si no estuviéramos
solos.
… ¡cuánta verdad se
descubre en los días de tempestad!
No resulta nada fácil aceptar lo que nos dices hoy, José Luis, efectivamente, muchas veces nos aplicamos el dicho “ojos que no ven…” así, como niños chicos, nos tapamos los ojos para que no nos llegue la amenaza, o el golpe. Yo recordaré siempre la escena en la que una moto choca, en un paso de peatones, con una niña que iba con una persona mayor, y la moto termina estrellándose con una farola. Yo iba a cierta distancia con una tía mía y me quedé paralizado, no me atreví a correr a echar una mano a los que enseguida acudieron en ayuda. Mi tía me dijo que por qué no iba yo…utilicé una disculpa…era un poco joven, gracias a Dios he cambiado hace tiempo…
ResponderEliminarPero el sentido de tus palabras va más allá, y nos revuelve en nuestro interior… siempre me ha fascinado San Francisco de Asís, abrazando a Jesús en la cruz, lo que le daba las fuerzas necesarias para sufrir con todos los que sufrían a su lado.
Ya sé que me paso, me lo dicen con frecuencia “tu mente va por delante”, perdona, pero digo esto porque me lo sugieren tus palabras, tan sugerentes siempre, tan alentadoras en