miércoles, 9 de octubre de 2013

Tanta información, tan poca educación



Por José Luis Nunes Martins
Una explosión de conocimientos,  que comienza a la vuelta del siglo XVII, parece haber alcanzado dimensiones que sobrepasan los limites de la imaginación en los últimos veinte o veinticinco años.

Todas las tradicionales áreas de conocimiento se han expandido. Cada vez hay más especialistas, que a su vez perciben que cada vez más los saberes se entrecruzan. En un futuro muy cercano, tal vez se retorne al saber único. Más profundo y rico de lo que es ahora… o eso, u otro modelo tan genial como simple.

La información debe ser recogida y almacenada. Después, filtrada y organizada. Pero aquí radica un problema fundamental: aún estamos aprendiendo a ver el inmenso mar de dados. Andamos, más o menos, asombrados con los prodigios de la técnica, saltamos y fingimos que se trata de nada relevante. Cuando, en pura verdad, nos cumple adecuar, tan rápidamente como sea posible, nuestra inteligencia a las necesidades importantes y urgentes, que surgen de la inmensidad de las potencialidades a nuestra disposición. Pues si algunas no pueden ser desperdiciadas, hay otras en las que no debemos dar ni un paso en su dirección.

Vivimos en una sociedad rica en información. Riquísima, tal vez en el peor de los sentidos. Casi todo está la distancia de dos o tres clics y en cuatro o cinco segundos tenemos delante de nuestros ojos una montaña de información.

Uno de los hechos perversos de este contexto es la irresponsabilidad del individuo en llamar así la capacidad de recoger y almacenar  los datos importantes de su realidad. Parece que no le interesa saber este o el otro contenido, desde que se sabe ir a buscarlo.
Además, los llamados motores de búsqueda, así como los contenidos por donde navegan, resultan de selecciones más o menos inteligentes que sobrepasan completamente al usuario común. Son opciones ajenas. Resultan de criterios muy específicos, a veces altamente perversos, tan bien disfrazados de simplicidad y trasparencia que sólo unos pocos llegan a percibir lo que alimenta y sustenta esta máquina que parece tan bondadosa…

Es admirable y extraña esta fe en la tecnología. Es a los millones que confían de forma tan voluntaria como estúpida lo que piensan, sienten y desean a las bases de datos… tal vez en la secreta esperanza de poder analizar y evaluar de aquí a unos meses o años, o tal vez para que alguien, cualquier día en el futuro, les diga quienes son… pero estas informaciones son íntimas y constituyen, por sí mismas, una de nuestras mayores riquezas: ser misteriosos  los otros, profundos y absolutamente únicos. Abdicar de esto es desistir de ser quien se es.

Los hombres de hoy son esclavos de la tecnología, más que señores de ella.

En la vida todo debe ser administrado con sabiduría. Sin establecer criterios, prioridades e importancias, casi nada sale a derecho. A cada uno de nosotros se nos requiere que, personalmente, analice y evalúe lo que nos rodea. Descubra valores, trace y siga un camino. Uno solo. Nuestro. Sólo nuestro. Absolutamente único.


No hay comentarios:

Publicar un comentario