Por José Luis Nunes Martins
Una explosión de conocimientos, que comienza a la vuelta del siglo XVII, parece haber alcanzado dimensiones que sobrepasan los limites de la imaginación en los últimos veinte o veinticinco años.
Una explosión de conocimientos, que comienza a la vuelta del siglo XVII, parece haber alcanzado dimensiones que sobrepasan los limites de la imaginación en los últimos veinte o veinticinco años.
Todas las tradicionales áreas de conocimiento se han
expandido. Cada vez hay más especialistas, que a su vez perciben que cada vez más
los saberes se entrecruzan. En un futuro muy cercano, tal vez se retorne al
saber único. Más profundo y rico de lo que es ahora… o eso, u otro modelo tan
genial como simple.
La información debe ser recogida y almacenada. Después,
filtrada y organizada. Pero aquí radica un problema fundamental: aún estamos aprendiendo
a ver el inmenso mar de dados. Andamos, más o menos, asombrados con los
prodigios de la técnica, saltamos y fingimos que se trata de nada relevante. Cuando,
en pura verdad, nos cumple adecuar, tan rápidamente como sea posible, nuestra
inteligencia a las necesidades importantes y urgentes, que surgen de la
inmensidad de las potencialidades a nuestra disposición. Pues si algunas no
pueden ser desperdiciadas, hay otras en las que no debemos dar ni un paso en su
dirección.
Vivimos en una sociedad rica en información. Riquísima, tal
vez en el peor de los sentidos. Casi todo está la distancia de dos o tres clics
y en cuatro o cinco segundos tenemos delante de nuestros ojos una montaña de
información.
Uno de los hechos perversos de este contexto es la
irresponsabilidad del individuo en llamar así la capacidad de recoger y
almacenar los datos importantes de su
realidad. Parece que no le interesa saber este o el otro contenido, desde que
se sabe ir a buscarlo.
Además, los llamados motores de búsqueda, así como los
contenidos por donde navegan, resultan de selecciones más o menos inteligentes
que sobrepasan completamente al usuario común. Son opciones ajenas. Resultan de
criterios muy específicos, a veces altamente perversos, tan bien disfrazados de
simplicidad y trasparencia que sólo unos pocos llegan a percibir lo que
alimenta y sustenta esta máquina que parece tan bondadosa…
Es admirable y extraña esta fe en la tecnología. Es a los millones
que confían de forma tan voluntaria como estúpida lo que piensan, sienten y
desean a las bases de datos… tal vez en la secreta esperanza de poder analizar
y evaluar de aquí a unos meses o años, o tal vez para que alguien, cualquier día
en el futuro, les diga quienes son… pero estas informaciones son íntimas y
constituyen, por sí mismas, una de nuestras mayores riquezas: ser
misteriosos los otros, profundos y
absolutamente únicos. Abdicar de esto es desistir de ser quien se es.
Los hombres de hoy son esclavos de la tecnología, más que
señores de ella.
En la vida todo debe ser administrado con sabiduría. Sin
establecer criterios, prioridades e importancias, casi nada sale a derecho. A
cada uno de nosotros se nos requiere que, personalmente, analice y evalúe lo
que nos rodea. Descubra valores, trace y siga un camino. Uno solo. Nuestro. Sólo
nuestro. Absolutamente único.
No hay comentarios:
Publicar un comentario