Es por demás evidente la enorme trascendencia del gesto del Papa Francisco, al llamar al Vaticano a los jefes de los Estados palestino e israelita. Cualesquiera que vayan a ser, en la práctica, las consecuencias de esta iniciativa para el proceso de paz en el Medio Oriente, no cabe duda e que se trató de un acontecimiento histórico inédito.
Que los dos políticos desavenidos hayan accedido a la invitación papal, que les fue dirigida personalmente por el Sumo Pontífice, con ocasión de su reciente visita a Tierra Santa, prueba que el Vicario de Cristo goza de un inmenso prestigio, no sólo entre sus fieles y los que son más sensibles a la temática religiosa, sino también entre los estadistas. En este caso, téngase presente que ninguno de los dos presidentes es católico, ni siquiera cristiano, lo que, sin embargo, no les impidió aceptar la mediación del sucesor de Pedro.
Es también notable que la cumbre no había sido prevista más allá de una ronde de negociaciones diplomáticas, ni como una actividad de carácter político. Fue, por el contrario, un encuentro de hermanos, en base a aquella igualdad que mace de la conciencia de la común filiación divina. Sin Dios, la fraternidad universal es una falacia, porque sólo en el Padre común los hombres se pueden reconocer como hermanos.
Fue por tanto, un jornada de oración y de dialogo. Stalin no temía al ejército vaticano, que no lo tiene. Pero el imperio bolchevique fue vencido por la consagración que de Rusia hizo San Juan Pablo II y por la oración de millones de fieles. Un rosario son cincuenta balas contra la guerra. Es el arma que María propone, en Fátima, para alcanzar el fin de la primera guerra mundial.
No se combate la guerra con más guerra, sino con oración, que es el arma de la paz.
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