José
Luís Nunes Martins
jornal i, 21 junho 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/entre-vergonha-orgulho
jornal i, 21 junho 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/entre-vergonha-orgulho
Ilustração de Carlos Ribeiro
Desde la saludable modestia
hasta la condenación absoluta de sí – por una especie de fantasma de culpa
criado y alimentado por la propia víctima- la vergüenza es una de las cosas más íntimas,
duras y afiladas de miedo.
Es natural y deseable
que la conciencia nos oriente a través de juicios de valor respecto de todo
cuanto hicimos, hacemos y de lo que pudiéramos tener intención de hacer.
Un hombre (bien formado)
es capaz de reconocer la diferencia que separa las buenas de las malas
intenciones. El bien del mal. La virtud de conocer sus deberes, omisiones y
errores.
La vergüenza puede ser,
en algunos casos, un tipo de veneno que ataca las funciones del espíritu…
colocando a la persona a merced de un hipotético enjuiciamiento de los otros,
una especie de sentencia tanto injusta como inevitable.
Este pudor maligno
rebaja a la persona hasta el punto de que ella se siente obligada a cavar un
agujero, a fin de vivir dentro de él… escondida de aquellos de quien teme lo
peor – un mal terrible que su miedo no le permite siquiera imaginar.
Esta vergüenza de quien
no hace mal alguno es un problema serio en la medida en que nos impide ser
quien somos…. Tal como si fuese un agujero negro que va apagando, una tras
otra, las estrellas de nuestro cielo interior.
Sólo hay culpa después
de una elección, nunca antes. La vergüenza sólo tiene sentido después de una
mala elección, y sólo en la proporción de la falta y de las posibilidad de
haber sido evitada. Un acción será tanto más vergonzosa cuanto mayor fuera el
mal que provoque y más fácil hubiese sido evitarla.
La vergüenza coloca a
quien la siente entre el vacío de una soledad remota y la confusión de un caos
sin sentido. Un aislamiento delante de una multitud imaginaria de gente que
apunta y grita acusaciones tremendas como si fuesen verdades.
Pero hay quien mantiene
una postura opuesta en relación a la culpa… sintiéndose orgulloso de todo lo
que hace. Igualmente del mal que hace. Pero, también aquí se comete un error
grande en la medida en que, al contrario de lo que muchos creen, no basta
asumir una culpa para vernos libre de ella… como si la exhibición eximiese de
de cualquier castigo. ¡Puede parecer coraje, pero es sólo una cobardía refinada!
Enorgullecerse del mal
que se protagoniza sólo puede ser una forma de intentar, de modo muy infantil, hacer
frente a una vergüenza auténtica y que hasta podría ser benéfica en cuanto
reconocimiento humilde y redentor.
La perfección se
encuentra entre los males de la vergüenza y del orgullo. Importa por tanto que,
en el secreto de las actuaciones de nuestro corazón, no permitamos ni que la vergüenza
funcione como un elemento corrosivo que nos destruya la dignidad; ni, tampoco, que
la euforia de la exhibición bruta nos impida comprender que también el pudor, a
veces, forma parte del camino del perdón.
La cultura pasa de los
mayores a los más jóvenes, haciéndolos capaces de ir creando, en sí mismos, mecanismos
que les permitan sancionarse en nombre del común. Es aquí donde aparecen los
caminos de la vergüenza como castigo y del orgullo como premio. Mientras tanto,
hay gente mal formada que mira el control y la agresión de las conciencias
ajenas a través de la violación sutil y eficaz de la intimidad, manipulando a
quien así pasa a sentirse inferior de cara a estos diablos (que, tal como todos
los otros, tiene siempre apariencia de ángel).
Los que son verdaderos
culpables sólo rarísimas veces sienten su profunda deshonra… así como los que se
sienten despreciables sin redención, casi siempre son, en realidad, sólo víctimas
inocentes de una maldad, ajena o propia…
Es esencial que sepamos
defender y promover nuestra intimidad. No todo es para todos. Son muchos los
tesoros que pierden buena parte de su valor… porque quien los debía guardar los
revela a quien no debe.
Clarividente y universal. Sí, en este mundo de contrastes, de tan escasa formación y educación como personas, libres y dignas de respeto y confianza, a merced por tanto de las sensaciones y apetencias, son muchas las personas que sufren una de estas dos “antivirtudes”, aunque quizá más se tiende a la segunda, como un mero mecanismo de supervivencia, ya que además la falta de criterio y discernimiento afecta a la mayoría de las instituciones educativas, judiciales, políticas y de gobierno. Muito obrigado
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