Hoy he conocido a A.,
otra víctima de la dictadura de los hermanos Castro. Lleva treinta años, ni más
ni menos, en nuestro país, y no ha conseguido regularizar su situación legal ni
hacerse ciudadano español.
Precisamente hoy,
cuando todo el mundo se hace eco de la recepción del dictador Raúl Castro por
el Papa. Está muy bien, pero a nuestro amigo, con setenta años, y sin papeles,
no lo vi entusiasmado, más bien totalmente ajeno, y con la esperanza puesta en
los cubanos de Miami, y poder contactar con algún familiar.
Comenzó a contarme cómo
fue su llegada a España, hace treinta años, concretamente en el año ochenta y
cinco, del siglo pasado. Es marino mercante, de carrera, y huyó de Cuba, de la
atroz represión de los Castro. Llegó en avión a Barajas con otros cubanos, como
tripulación que debía sustituir a otra en un barco mercante que zarpaba desde
Canarias a Cuba. Huyó precipitadamente en un taxi hasta la embajada de Estados
Unidos para pedir allí asilo, pero le respondieron que ellos no podían darle
asilo ya que estaba en un país libre… Pero aquel gobierno era entonces amigo del
gobierno Cubano, y no ayudaba precisamente a los que lograban huir de Cuba,
porque no convenía a sus intereses políticos e ideológicos.
Al preguntarle cómo era
la vida en Cuba y por qué se vino, me respondió emocionado, todavía, cómo lo
peor era el aislamiento social, los insultos y el desprecio, con que era tratado todo el que era declarado enemigo
del régimen y del comunismo. Le pregunté si era creyente, y me respondió con
una convicción envidiable, que claro, que él era bautizado. Pero entrar en una
Iglesia suponía quedar señalado y marginado, por eso él no pudo entrar en la
Iglesia, o visitar a nuestra Señora del Cobre, tanto como hubiera querido.
En España ha vivido
siempre como persona sin hogar y sin papeles, ¡durante treinta años
consecutivos!, y repite con asombro, moviendo la cabeza a un lado y a otro:
“cómo puede existir un país como este, donde se pueda vivir sin papeles durante
treinta años; aunque te pare la policía, no pasa nada, a no ser que cometas un
delito…” Como él es un hombre tranquilo, pues eso, nadie se mete con él, ni
para bien ni para mal.
Ahora quiere conseguir
los papeles para poder salir algún día hacia Miami, donde viven algunos
familiares suyos, y especialmente una sobrina, a la que esperamos que pueda
localizar algún día, y compartir los últimos años de vida que le queden, que, a
juzgar pos su aspecto, no serán pocos pues con setenta años no tiene una arruga,
ni tampoco enfermedad alguna. Se ve que la calle no ha podido con él, y es, yo
creo, por ese deseo tan fuerte de regresar con los suyos, y haber podido vivir
en libertad.
¡Ojalá se la lleve con
él pronto, la libertad, para Cuba!
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