La explotación de las mujeres trabajadoras es
una realidad en los ambientes laborales en que la maternidad es mirada con
hostilidad por las entidades patronales
A la mesa estaban los
tres hijos adolescentes cuando el padre los interrogó sobre sus planes
profesionales. Mientras los pequeños se decidieron por las profesiones
habituales en aquellas edades –futbolista, astronauta, bombero, etc.- la única
niña se sumió en un enigmático silencio. Preguntada por segunda vez, con gran
esfuerzo contestó:
- Nada.
- ¿Cómo nada!? Cuando
seas mayor, ¿¡ No quieres tener ninguna profesión!?
- ¡No quiero no hacer
nada, como la madre!
Ya pasaron los tiempos
en que algunas mujeres eran preparadas para ser, obligatoriamente, las hadas del hogar, como entonces se decía,
con cierto gusto. Esa imagen mítica de la tediosa dueña de la casa ya dio lo
que tenía que dar y, felizmente, pocas serán las niñas que hoy tengan, para su
vida, tal objetivo. Pero no siempre fue así.
Sé de una hija de un
rector de la universidad de Lisboa que fue también presidente de la Academia de
las Ciencias y distinguido matemático que, aunque nacida en Lisboa a principios
del S. XX, no logró pasar de la instrucción básica, a pesar de su voluntad y
gran inteligencia. Se entendía entonces que, una joven de su condición, sólo
debía aprender lo que era conveniente para ser una buena ama de casa. Tocar el
piano y hablar francés correspondía, de hecho, a un estereotipo de la época. Incluso
la educación de los hijos era, muchas veces, relegada a amas de confianza,
mademoiselles francesas, misses inglesas o alguna fraulein alemana.
En los campos y en las
fábricas, por el contrario, muchas mujeres trabajaban de sol a sol con sus
maridos y, a veces, también los hijos, en cuanto que les fuese posible aguantar
el pesado yugo del trabajo agrícola o industrial. Por eso, un menor, aunque fuese
una boca más que había que alimentar, era también una fuente de rendimiento
familiar. Como los peones sólo tenían la riqueza de su respectiva prole,
pasaron a la historia como proletarios.
Hoy en día, la ociosa
existencia femenina de las damas de la burguesía y la casi esclavitud de las
campesinas y operarias fabriles desapareció, afortunadamente. Las mujeres
actuales, cualquiera que sean sus condiciones económicas o sociales, procuran
tener una vida profesional intensa, con todos los derechos políticos y cívicos
inherentes a su condición de ciudadanas que son de pleno derecho.
Tal vez no haya ya
países que sean tiranías que, por prejuicios anacrónicos, no dejen a las hijas
realizarse académica y profesionalmente. Tal vez también ya no existan
capitalistas salvajes que exploten la mano de obra femenina con horarios
inhumanos y salarios de miseria. Pero la maternidad continúa siendo vista con
animosidad en algunos ambientes laborales en que un embarazo puede suponer la
rescisión del contrato de trabajo, o su no renovación, o la congelación o el
descenso en la carrera profesional. La explotación de las mujeres trabajadores
es aún, no obstante la legislación formalmente favorable a su condición, una
lamentable realidad en muchas sociedades modernas, en que la maternidad es
vista con desconfianza y hostilidad.
Es cruel que la mujer
tenga que prescindir, o renunciar, a una maternidad deseada, para así
garantizar su puesto de trabajo. La realización humana del trabajador debería
ser prioridad sobre su rendimiento laboral, porque el ejercicio responsable y
libre de la maternidad y de la paternidad es siempre un nobilísimo servicio a la
sociedad, sobre todo en países que, como Portugal, padecen una dramática
carencia de crecimiento demográfico.
Por feliz coincidencia,
este año el día de la madre tuvo lugar en la secuencia casi inmediata al día de
San José, obrero. Y será importante que, si alguien pregunta a las hijas de las
actuales jóvenes, qué serán las obreras y empresarias del futuro, lo que
quieren ser, ellas ya puedan decir:
– ¡Todo, como la madre!
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