Hillary Clinton no sólo quiere ser futura papisa de todas
las religiones, sino que se propone fundar una inquisición. Pero Donald Trump
no es mejor...
Se aproxima la elección del próximo presidente de los
Estados Unidos de América. Ya es sabido que la sucesión a Barack Obama será
disputada, como tradicionalmente, por dos candidatos de los principales
partidos políticos norteamericanos: la demócrata Hillary Clinton y el
republicano Donald Trump.
La prensa nacional e internacional no ha sido omisa en lo
que respecta al candidato republicano, cuyos patinazos y otros desaciertos, a veces rayando ellímite
de la más abyecta ordinariez, son siempre publicitadas con gran alarde (no en
vano el hombre se llama Trump, que se lee Tramp, pero a veces es trampa...). La campaña mediática, más
que pro Clinton, parece ser contra Trump, cuyos desaires son siempre ampliados
y profusamente divulgados.
Tal vez por eso, es poco lo que ha dicho sobre la
candidata demócrata. Creyendo en los sondeos, el mundo se arriesga a tener al
frente de la principal potencia mundial alguien cuyo pensamiento político pocos
conocen. ¿Por último, qué piensa Hillary Clinton?
En una conferencia que tuvo lugar en el Lincoln Center,
en Manhattan, la candidata demócrata afirmó recientemente: “Es necesario
cambiar los códigos culturales fuertemente enraizados, las creencias religiosas
y las fobias estructurales.” No deja de ser curioso que Clinton ponga todo en
el mismo saco: “códigos culturales”, “creencias religiosas” y “fobias
estructurales”, sin aclarar qué códigos, creencias o fobias le provocan tan
acentuada alergia.
Cuando se afirma, en general, contra todas las creencias
religiosas, la candidata demócrata está posicionándose del lado del
fundamentalismo laicista, en una actitud contraria a uno de los más
fundamentales de los derechos humanos: el derecho a la libertad religiosa. Esta
su “fobia estructural” es mal presagio para el futuro de los Estados Unidos de
América y del mundo, en caso de que venga a ganar la elección presidencial.
No satisfecha con la citada declaración, Clinton dice
además que “Los gobiernos deben dedicar sus recursos coercitivos para redefinir
los dogmas religiosos tradicionales”. ¡O sea, Hillary no sólo quiere ser la
futura papisa de todas las religiones, sino que todavía se propone fundar, bajo
sus órdenes y suprema autoridad religiosa, una nueva inquisición! Los “recursos
coercitivos” que pretende utilizar para la redefinición de los “dogmas
religiosos tradicionales” son, como es obvio, las fuerzas policiales, militares
y de seguridad, por lo que será de esperar, de la futura administración
Clinton, una nueva onda represiva, bajo el alto patrocinio de la CIA y del FBI,
de tan mala memoria. Es caso preguntarse qué tiene de demócrata, más allá del
partido, esta candidata presidencial...
Hillary quiere también imponer el aborto como derecho de
la mujer; ¿pero, si también fuera mujer la víctima del aborto, no aclara qué
derecho de que mujer debe prevalecer: el de la mujer que quiere matar a la hija
inocente, o el de la mujer que quiere vivir contra la voluntad homicida de la
madre? También afirmó que no va a aceptar la objeción de conciencia
fundamentada en las creencias religiosas porque, según su lógica totalitaria,
ese recurso es un subterfugio para mantener la discriminación contra las
mujeres. Dado el unánime consenso científico en cuanto a la vida humana del
feto el porcentaje cada vez mayor, también en los Estados Unidos, de mujeres
jóvenes que defienden el derecho a la existencia desde la concepción hasta la muerte
natural del ser humano, es comprensible la desesperación de la Señora Clinton. Y,
por eso, amenaza: “los derechos deben existir en la práctica, no sólo en el
papel. Las leyes tienen que estar sustentadas en recursos reales”, o sea, a la
fuerza, si fuera necesario, igualmente en cuestiones de conciencia.
Pero esta no fue la primera vez que Hillary reveló su
odio a las religiones y a sus enseñanzas morales. Ya en 2011, durante una conferencia
en Génova, la entonces secretaria de Estado norteamericana declaró que uno de
los principales problemas sociales son las convicciones religiosas que se
oponen a las pretensiones “del colectivo LGBT”. La candidata demócrata es
también la valiente Juana de Arco del Planned Parennthood, la mayor
multinacional de la muy rentable industria del aborto, que se vio recientemente
envuelta en el escándalo de la venta de fetos humanos.
Ya quedan lejos los tiempos de San Juan pabloII, Ronald
Reagan y Margaret Thatcher, tres grandes estadistas que contribuirían, de forma
decisiva, a la caída del Muro de Berlín y para la liberación de los países del
Este. Los dos actuales candidatos presidenciales norteamericanos son de una
pobreza ideológica y ética aterradora y, con todo, uno de ellos será, con toda
certeza, el próximo presidente de los Estados Unidos de América. ¿Entre Hillary
Clinton y Donald Trump, a quién escogerá el electorado americano? ¡La verdad es
que, incluso para el diablo, la elección es difícil!