Pablo Garrido Sánchez
Una
y otra vez hay que volver a las fuentes. Esto es lo que se dice cuando es
preciso revisar una institución, un grupo humano o la propia persona en
particular. Cada época, corriente social
o movimiento ha de reinterpretarse a sí mismo para encontrar su identidad. Quien se reconoce
puede tener objetivos y luchar por ellos; el que encuentra difuminada su
identidad entra en una parálisis progresiva. Resulta más cómodo intentar la
búsqueda de razones para la acción comprometida fuera de uno mismo, pero este
camino es corto y decepcionante. JESÚS en el Evangelio nos ofrece algunas
máximas que se aproximan a nuestra identidad. JESÚS nos dice que “somos la luz
de mundo y la sal de la tierra” (Cf. Mt 5,13); también nos ofrece ser sus amigos
(Cf. Jn 15,14 ); pero sin dejar de cubrir el camino del siervo (Cf. Lc 17,1)
como ÉL mismo lo hizo. Desde otra perspectiva, estamos llamados a ser
discípulos aprendiendo de ÉL como Maestro (Cf Lc 9,52-62) por medio de su
palabra y ejemplo (Cf Jn 15, 3). Y sobre todo nuestra identidad adquiere todo
su contenido por la condición de hijos de DIOS, al que podemos dirigirnos como PADRE
(Cf. Jn 20 ,17 ; Mt 6,8 ).
Nuestra
condición humana requiere una renovación incesante. Sabemos que la vida no es
una línea continua ni un camino sin obstáculos. La Escritura, y de modo
especial el Nuevo Testamento, está acreditada como una fuente permanente de
renovación personal. Pero esta palabra revelada hay que digerirla . El proceso
requiere conocimiento y acción. La propia identidad, el conocimiento y la
acción se retroalimentan, es decir, se sostienen y dinamizan mutuamente. La
acción puede tener éxito o fracasar,
pero eso es lo menos importante, lo que se debe producir es la asimilación
equilibrada por parte de la persona tanto del éxito como del fracaso. Vamos
por un camino de Fe y libertad, y
estamos llamados a ser “la sal de la tierra”.
¿El
mundo necesita a los cristianos? Podemos responder de forma retórica con otra
pregunta: ¿Necesita el mundo renovarse en el Amor de DIOS? La sal viene bien cuando no es excesiva ni
escasa o ha perdido el sabor, por lo tanto el propio texto nos indica que
nuestra presencia es necesaria, pero nunca dominante; sencilla y sincera y
nunca coactiva. Buscando otra imagen traída
del libro de los Reyes, nuestra presencia en el mundo debe ser una brisa reconfortante
para los demás, y nunca una gran tormenta (Cf.
1Re 19,12-13).
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