La fe no es cosa de viejas beatas. Es algo que exige coraje, fuerza y
valor. Está solo al alcance de los hombres y mujeres que deciden ser valientes,
dispuestos para todo.
Estar dispuesto no es una voluntad, no es querer estar
dispuesto. Es tener hecho todo lo necesario. No importa lo que cueste o se
tarde.
En nuestros días, es extraño que la expresión hombre humilde
sea sinónimo casi exclusivo de hombre miserable... alguien que los demás,
siendo diferentes –o diferenciados, como se llaman a sí mismos- reconocen como
digno de pena y compasión. Ahora bien, aquí parece existir una señal clara de
que no conviene caer en esta condición, tan miserable a los ojos de la
multitud.
Las alas de un águila le pesan, pero le permiten volar. Sin
ellas, sería solo un ave más de corral. Más ligera, pero mucho menos libre.
La fe no es una venda que tapa los ojos, sino una ventana
que abre horizontes más allá de lo que podría la razón, sólo por sí,
contemplar. Tampoco es una verdad cómoda en que algunos se refugian para no
tener que pensar, sin ningún desafío que incomode, porque impulsa siempre
nuevas búsquedas, obliga al desasosiego de una lucha constante, exige que se
camine al encuentro del otro lad0 de la existencia...
La humildad es la condición de la fe. Sin la cual nadie es
elevado por encima del polvo y del fango.
Creer es volar, porque implica ir por donde y hacia donde no
hay suelo. Pero no se piense que ahí se llega a través de la convicción en
nuestro propio valor, no. Es, sí, por la conciencia de nuestra cobardía.
La fe nos da firmeza, pero sin tener donde posar los pies ni
donde reclinar la cabeza. Hace como que creemos en una roca firme que existe sin
que la podamos ver... a fin de que podamos existir sin tener que fingir.
http://rr.sapo.pt/artigo/63276/pes_na_terra_cabeca_no_ceu (9 de septiembre de 2016)
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