OPINIÓN DE JOSÉ
LUÍS NUNES MARTINS
Las lágrimas son gotas de pasión
pura que explotan de forma lenta en los ojos de quien sufre.
En nuestro corazón, damos morada
a personas, lugares, tiempos y cosas... recuerdos de lo que es, de lo que fue y
de lo que podría haber sido... sueños de lo que queremos, de lo que todavía
deseamos y de lo que esperamos que venga a ser.
Se sufre porque se ama, se llora
cuando se ve esta vida tan frágil como es ella, en esta tierra en que los males
intentan, sin cesar, destruir todo aquello que el bien ha construido.
Un infierno es una tierra donde
la creación es destruida. Casi siempre como resultado de la voluntad de alguien
que prefiere la guerra a la paz, la oscuridad a la luz, el humo a una brisa de
aire puro.
El bien se renueva sin fin. Es
siempre más fuerte. Puede el mal arrasar, en un solo día, lo que el bien lleva
construyendo durante años... pero todo será edificado de nuevo, con el mismo
espíritu, la misma fuerza y la misma finalidad.
Las emociones no son solo el motor
de la mayor parte de nuestros gestos, son también parte esencial de los propios
pensamientos más complejos. A veces nos llevan al desánimo, de la misma forma
que, en otros momentos, nos insuflan de un poder capaz de levantarnos y hacer
volar por encima de cualquier abismo.
Del peso bruto de nuestro luto a
la alegría de una conquista dura... necesitamos llorar por muchas razones y
emociones. Y si necesitamos, por eso mismo, debemos.
Con los ojos en el infierno... se
llora.
Pero quien ama y llora se
mantiene siempre bien cerca del cielo.
(ilustração: Carlos Ribeiro)
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