Nuestras representaciones del
diablo son ‘figuras simbólicas’, pero no el mismo demonio, cuya realidad y
actuación son verdades de fe reveladas en la Biblia.
No es de extrañar que, en un
mundo secularizado, se dude de la existencia de ángeles y demonios. Pero es más
sorprendente, cuando no escandaloso, que sacerdotes católicos, algunos incluso
con gran responsabilidad en reconocidas y beneméritas instituciones de la
Iglesia, pongan en duda su realidad y acción. Es lo que parece haber sucedido
cuando, en la edición del 1 de mayo pasado del periódico español El Mundo, se
refería al diablo como si fuese una creación humana, simbólica del mal.
Las polémicas afirmaciones fueron
las siguientes: “bajo mi punto de vista, el mal forma parte del misterio de la
libertad. Si el ser humano es libre, puede escoger entre el bien y el mal.
Nosotros, creemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto
Dios es libre, pero Dios siempre escoge hacer el bien, porque es todo bondad.
Hemos hecho figuras simbólicas, como el diablo, para expresar el mal. Los
condicionamientos sociales también representan esa figura, pues algunas
personas se comportan así porque están en un ambiente donde es muy difícil hacer
lo contrario”.
A pesar de todo se ha aclarado
después que el autor de esa ambigua declaración “cree en lo que cree la Iglesia”,
tal vez persista la duda sobre lo que la Iglesia realmente cree en relación al
demonio, así como sobre la libertad de los fieles sobre esta materia. O sea: ¿Existe
realmente el diablo? En caso afirmativo, ¿su existencia no contradice la
perfección y bondad de Dios? Y aún más: ¿Puede un católico disentir de las
enseñanzas de la Iglesia sobre este aspecto en particular?
La fe de la Iglesia, aunque sea
personal en cada uno de sus fieles, es objetiva y universal, o sea, está
determinada por la Biblia y por la Sagrada tradición, según el magisterio
eclesial, intérprete auténtico de la revelación sobrenatural. Los fieles son
muy libres de serlo o no, pero o en relación al contenido de la fe: no se puede
ser católico ‘a la carta’ o ‘a voluntad de feligrés’, sino solo en la Iglesia y
según su doctrina. Todos los católicos están obligados, por una cuestión de la más
elemental coherencia, a profesar todas las verdades de fe que forman parte de
la doctrina cristiana. Como decía San Juan pablo II, quien no cree en el
demonio, no cree en el Evangelio. Negar, consciente y voluntariamente, una
verdad de fe es un acto herético, que implica la excomunión, o sea la exclusión
de la iglesia. Como no todas las cuestiones teológicas están decididas de forma
definitiva, hay libertad de opinión entre los católicos en relación a esos
preceptos doctrinales no definidos dogmáticamente, pero no en relación a los
que, por el contrario, forman parte integrante del depósito de la fe.
Entre estos contenidos esenciales
sobre los cuales no es lícito a ningún católico no estar de acuerdo o dudar,
está precisamente la afirmación de la existencia de Dios, que es uno solo en
trinidad de personas y cuya única esencia es el amor. Como muy acertadamente se
escribía en el Mundo, “nosotros, cristianos, creemos que fuimos creados a
imagen y semejanza de Dios, por tanto Dios es libre, pero Dios siempre escoge
hacer el bien, porque es todo bondad”. Lo que se pone en cuestión es, entonces,
la existencia del mal: si Dios “es todo
bondad”, ¡¿cómo se explica la realidad del mal?! ¡¿Si los hombres fueron
creados a imagen y semejanza de Dios, que “es todo bondad”, cómo se entiende la
maldad humana?!
La respuesta proviene de otra
realidad, a la que se aludió también en el mismo texto: la libertad. Dios es
libre y, por eso, su libertad es indefectible en la elección del bien. Las
criaturas inteligentes por Él creadas, como los ángeles y los hombres, son
también libres pero, como son seres limitados, su libertad no es infalible.
Quiere esto decir que, aunque están natural y sobrenaturalmente inclinados al bien, pueden, por defecto,
optar por el mal, mientras su conocimiento y voluntad fueran imperfectos. Así
se explica que algunos ángeles se hayan condenado, así como algunos hombres,
aunque creados a semejanza de su Creador. El pecado es la opción consciente y
voluntaria del mal, que es irreversible por la condenación eterna. Los demonios
y las almas que están en los infiernos ya no se pueden arrepentir, y los
ángeles y los santos ya no pueden pecar, no porque hayan dejado de ser libres, sino porque su libertad ha dejado
de ser imperfecta, precisamente por la gracia de la bienaventuranza celestial.
En este sentido se deben entender
tan polémicas declaraciones:”Hemos hecho figuras simbólicas, como el diablo,
para expresar el mal”. O sea, nuestras representaciones del diablo son de hecho
·figuras simbólicas”, pero no el propio demonio, cuya realidad y actuación son verdades
reveladas en las Sagradas Escrituras. Como se afirma en el Catecismo de la
Iglesia Católica: “el Mal no es una abstracción, sino que designa a una
persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios” (nº2851). A veces
se dice que alguna persona o cosa ‘es el diablo’, para así expresar que algo o
alguien, es muy malo, pero es obvio que esas expresiones tienen que ser
entendidas en sentido figurado; del mismo modo como cuando se dice de alguien
que ‘es un ángel’, porque es muy bueno, o que un estado de mucha felicidad ‘es
el cielo’.
El demonio es real, existe y actúa...
¡gracias a Dios! Afortunadamente, también él está bajo el poder del Creador,
como criatura que es: todos los seres están bajo el poder de Dios, único Señor
del universo. Por eso, el creyente sabe que, a pesar de no poderlo negar, sin
caer en herejía e incurrir en la perspectiva de excomunión, la existencia y
acción del demonio, no debe temerlo, porque más puede, de hecho, el amor de
Dios.
Bien vistas las cosas, la
existencia del demonio es incluso bastante positiva, porque es prueba de
nuestra libertad, el mayor don de Dios a la humanidad, creada a su imagen y
semejanza. También es una muy gratificante explicación para el mal que
descubrimos en nuestro corazón, como reconocía un converso que, antes de ser
católico, pensaba que las tentaciones eran expresión de su maldad intrínseca y,
por eso, se detestaba a sí mismo. Cuando supo que, al final, eran cosa del
diablo, quedó tan aliviado que dice que, la existencia del demonio y de las tentaciones,
son de las verdades más consoladoras de la fe cristiana!
Nota final: sentido pésame a las familias de las víctimas de los
incendios, así como una palabra de solidaridad para cuantos en él perdieron
todos sus bienes. Por ambos he rezado mucho especialmente en estos días. Hago
también míos los votos de todos nosotros: ¡es necesario que tragedias de esta
naturaleza no sucedan nunca más!
http://observador.pt/opiniao/o-diabo-existe-gracas-a-deus/
No hay comentarios:
Publicar un comentario