En China, se está intentando la sustitución de los obispos clandestinos
por los de la llamada iglesia patriótica, lo que está causando una profunda
consternación en los católicos chinos.
Cuenta la historia que la actual
China era denominada, por sus habitantes, Zhong-gou, o sea, el Imperio del
Medio. El nombre refleja una visión imperialista del mundo, centrado en la
propia China, que entonces estaba rodeada de Estados tributarios, sometidos al
emperador, el Hijo del Cielo. La concepción monárquica dio lugar a la actual
estructura republicana, pero la China continúa siendo un imperio, aunque
eufemísticamente disfrazado de democracia popular. Después de la estrepitosa caída
de los regímenes comunistas europeos, sobre todo gracias a San Juan Pablo II,
China se mantuvo fil al marxismo, en una de sus más mortíferas versiones: el maoísmo.
A pesar de la liberalización de la economía, el régimen continúa siendo
autoritario y contrario a los derechos humanos, como la masacre de la plaza de
Tiananmen evidenció.
En la China comunista, la Iglesia
católica es perseguida, principalmente sus obispos y padres. Muchos, por eso,
están detenidos, o se les impide el ejercicio de su ministerio. Como ya
sucediera en la Revolución Francesa, las autoridades comunistas chinas
promueven una Iglesia católica cismática, que recibe el nombre de patriótica,
por oposición a la verdadera Iglesia, que sería por lo tanto antipatriótica.
Excusado es decir que solo los obispos y padres de la Iglesia patriótica tienen
libertad de acción; La Iglesia clandestino no goza de ningún derecho y sus
obispos y padres sólo pueden ejercer su sagrado ministerio de forma clandestina
y con peligro de la propia vida.
Con san Juan Pablo II y, sobre
todo, Benedicto XVI, que escribió una carta a este propósito, han sido muchos
los esfuerzos del Vaticano para establecer buenas relaciones con China, que se
espera que venga a reconocer la libertad religiosa de los fieles de la única
Iglesia católica china, llamada clandestina. Por eso, los obispos de la Iglesia
patriótica, al no haber sido ordenados con mandato pontificio, aunque hayan
recibido el episcopado, están automáticamente excomulgados, también por su
actitud cismática en relación a Roma. Benedicto XVI intentó que las nominaciones
de los obispos católicos en China fuesen hechas de acuerdo entre la Santa Sede
y las autoridades chinas, a fin de poner término a la existencia de dos
jerarquías paralelas.
Ya en el actual pontificado, la
diplomacia vaticana parece estar intentando una nueva solución, pero por la vía
de sustitución de los obispos clandestinos por los de la llamada Iglesia
patriótica. Una medida semejante está provocando una profunda consternación en
los católicos chinos, principalmente el cardenal Zen, obispo emérito de
Hong-Kong que, por este motivo, fue expresamente a Roma, para protestar por lo
que considera ser la venta, por el Vaticano, de la Iglesia católica en China.
El cardenal Zen, que es un
símbolo vivo de la resistencia católica en su país, consiguió entregar una
carta al Papa Francisco, a quien expuso la situación en China y denunció las
tentativas de sustitución de la Iglesia clandestina por la patriótica. Pekín
vería con buenos ojos la existencia de una Iglesia católica nacional totalmente
dominad por el régimen, como hasta la fecha ha sido la iglesia llamada patriótica.
El Papa francisco, después de leer la carta del cardenal Zen y de recibirlo, le
aseguró que habría dado instrucciones para evitar lo que el obispo emérito de
Hong-Kong denunciaba. También garantizó que sigue de cerca las diligencias del
Vaticano sobre este particular.
Con todo, parece ser otra cosa lo
que entiende el Secretario de la Santa Sede,
que dirige la diplomacia vaticana. En una reciente entrevista, el Cardenal
Pietro Parolin dice: “Si a alguien se le pide un sacrificio, pequeño o grande,
debe tener presente que eso no es un precio político, sino que forma parte de
una perspectiva evangélica de un bien mayor, o bien de la iglesia de Cristo”.
Como solo la Iglesia clandestina obedece a Roma, es obvio que el sacrificio no
puede ser otro que el de la sustitución de su propia jerarquía por la
patriótica, supuestamente, “para el bien de la Iglesia de Cristo”. Sólo así se
podría llegar, como Parolin desea, “a no tener que hablar ya de obispos ‘legítimos’
e ‘ilegítimos’, ‘clandestinos’ y ‘oficiales’ en la Iglesia china, sino de un
encuentro entre hermanos, aprendiendo de nuevo el lenguaje de la colaboración y
de la comunicación”.
Ahora bien, como George Weigel
recientemente escribió, siempre que la diplomacia vaticana optó por colaborar
con regímenes totalitarios, los resultados han sido desastrosos. Por eso, los
concordatos con Mussolini e Hitler no impidieron que el fascismo italiano y el
nacionasocialismo alemán persiguiesen a la Iglesia católica, que denunció
aquellos dos regímenes por vía de las encíclicas Non
abbiamo bisogno, de 1931, y Mit
brennender Sorge, de 1937, ambas de Pío XI
También son preocupantes las
declaraciones del canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias, el arzobispo
argentino Marcelo Sánchez Sorondo que, a su regreso de un viaje a Pekín declaró
que ¡“los chinos son, de momento, los que mejor ponen en práctica la Doctrina
social de la Iglesia”! La afirmación olvida que China no solo desprecia los más
elementales derechos humanos –recuérdese, por ejemplo, el recurso frecuente a
la pena de muerte, a su política represora de la natalidad, a la ausencia de
libertad política, religiosa, etc.- así como también es, en la actualidad, uno
de los países en que los católicos son más perseguidos.
Sánchez Sorondo se permitió
incluso exaltar la ‘superioridad moral’ de la China comunista. Según el
canciller de la Academia de las Ciencias, Pekín “defiende la dignidad de la
persona humana” (¡!) y, más que otros países, está llevando a la práctica las
recomendaciones de la encíclica Laudato Si,
del Papa Francisco, ¡“asumiendo una jefatura moral que otros han abandonado”,
en una clara alusión a los Estados Unidos de América!!!
No sé si China continúa siendo el
imperio del medio, pero ciertamente todavía es, desgraciadamente, el Imperio de
Mao, que en portugués suena a lo que verdaderamente es. En esta hora difícil para
los heroicos católicos chinos, les llegue la oración de sus hermanos en la fe,
la solidaridad de los verdaderos demócratas, la promesa del Papa Francisco al
Cardenal Zen y, sobre todo, la divina certeza de que ni el mal, ni Mao,
prevalecerán contra la iglesia de Cristo(Mt 16, 18).
http://observador.pt/opiniao/a-igreja-no-imperio-de-mao/
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