José Luís Nunes Martins
Al contemplar el cielo o el mar podemos sorprendernos
con la inmensidad que representan, pero también es posible que la contemplación
de esos casi infinitos haga nacer en nosotros la verdad respecto de nuestra
pequeñez.
Somos ínfimos cuando nos comparamos con el mundo donde
vivimos y el universo que nos envuelve. Mientras tanto, la libertad nos permite
ser mucho más que aquello que se ve, mientras no nos olvidemos de que no hay
virtud que no parta de la constatación de que, en verdad, ninguno de nosotros
es extraordinario de salida.
No somos importantes, pero podemos serlo.
Debemos tener conciencia de nuestra insignificancia,
incluso cuando todo nos vaya mal. Es más fácil cuando estamos bien, pero duele
hondamente cuando, después de haber caído, tenemos que aceptar que las caídas
son parte del camino y no una injusticia de la que somos víctimas.
La verdad es que el camino de cada uno de nosotros es duro,
a veces más duro de lo que nos gustaría tener que soportar.
Allá en lo alto del orgullo, de la vanidad y de tantas
otras ilusiones, estamos siempre inquietos y en desequilibrio. Descender al
suelo firme de la verdad es darnos paz a nosotros mismos. No te engañes. No te
guste más que aquello que hiciste para merecer.
Eres una persona imperfecta de camino a la perfección.
Si tuvieras siempre esto presente, no habrá elogio o censura que te afecte,
porque tú sabes quién eres.
Cuando desciendes de ti mismo abajo, colocas los pies
en un suelo que es común a muchos, en cuanto te obliga a pensar que no eres
quien quieres ser, sino quien consigues, a través de las obras que concretas a
partir de los sueños que decidiste soñar y seguir.
Acepta tu
fragilidad sin rodeos. Acéptate, para que, con eso, muestres a los otros quien
eres… a fin de hacer tu corazón digno de amar y ser amado.
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