sábado, 5 de noviembre de 2011

Hay casos que irritan más que otros



El bueno de A. es la sencillez en persona, un hombre de pueblo, sin malicia en sus pensamientos ni en sus palabras, además nunca se enfada.

Sin embargo la sociedad qué injusta es que permite que personas así sufran injusticias tan grandes, ¿Cómo se puede dejar a un hombre abandonado a su suerte por una empresa, o por el mismo Estado? Cada día entiendo mejor el lema de cáritas y hago bandera de él : “trabajamos por la justicia”, la justicia divina, que paga el mismo salario a los obreros que han comenzado la jornada por la mañana que a los que la comenzaron por la tarde. ¿cómo se puede entender que este hombre que sufre un accidente en un túnel, enterrado bajo un desprendimiento de tierras, con varias costillas rotas y la espalda y una pierna dañadas para siempre, no reciba una paga o le hayan facilitado un trabajo adecuado para él?

Ahora ya tiene casi la edad de jubilación y según la ley actual le faltan catorce meses para completar los quince años de cotización exigidos para poder cobrar una jubilación. Ha vivido un montón de años desde que sufrió el accidente sin ninguna cobertura social, deambulando de albergue en albergue, esperando alcanzar la edad de jubilación para poder cobrar la pensión no contributiva. ¡Valgame Dios! Hay casos que irritan más que otros, y tendrían que obligar a revisar las leyes, pero, ni siquiera los sindicatos tienen una propuesta para estos casos. Además también tiene que cuidarse de su diabetes.

A A. no le queda familia, no le espera nadie en ninguna parte. Le encanta el campo, ¡cuántas charlas he tenido con él hablando de las labores del campo, de los productos de aquí y de allá. De hecho ha sido feliz una temporada en que ha estado cuidando una casa en el campo, en Chiclana, pero, sufrió un pequeño accidente y no puede vivir el solo ni trabajar y tiene que volver al albergue. Hoy por fin, descansa en una residencia de la Junta, una vez conseguida la deseada jubilación.

A. era de los que acudía a nuestra oficina, en la calle Cortes, por las tardes, a charlar un rato y a jugar una partida al dominó si se terciaba, mientras otros buscaban empleo por Internet o se entretenían navegando y escuchando música. Yo jugué con él muchos días al dominó, éramos compañeros y tuvo mucha paciencia conmigo pues no entiendo muy bien el juego. También entonces hacíamos algunas manualidades en lo que llamábamos “Talleres Humanizar”, y la trabajadora social, publicaba una hojita con noticias y pequeños artículos; recuerdo que me pidió que fuera su corrector de estilo, porque ella era venezolana y no les convencían a “los jefes” algunos giros o frases.

He añadido este párrafo para que se vea cómo ha ido evolucionando nuestra actividad. Todavía recuerdo un detalle entrañable: también iba por allí un anciano chiclanero que nos sorprendió con la gran cantidad de poesías que recordaba de los tiempos de la guerra civil. El fue un anarquista convencido. Yo empecé a recoger por escrito dichas poesías, pero pronto fue otro acogido que le tenía un gran afecto al anciano el que recogía con entusiasmo las poesías que el hombre recitaba pacientemente una y otra vez. ¡Qué tiempos (hace tres años)!

Ya daba yo por concluida esta historia, pensando que A. ya no viviría más injusticias. Pero estaba en un error. La residencia que tanto tiempo había esperado A. no era el paraíso, ni siquiera un lugar de descanso, él es un hombre como hemos dicho que todavía tiene salud para valerse suficientemente por sí mismo, y de buenas a primeras se ve encerrado, teniendo que compartir habitación, y para colmo muchos de los ancianos tienen disminuidas sus facultades, un ambiente deprimente que no podrá soportar.

A. abandona la residencia para cuidar una casa, pero, de nuevo le persigue la desgracia, ha sido víctima provablemente de una estafa. Ahora A. está con nosotros de nuevo y estoy seguro de que recuperará la tranquilidad que tenía, pero tendrá que sacar fuerzas de flaqueza para encontrar un acomodo digno para él. ¡Ánimo A.!

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