miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un agujero en el cerebro




Su perra es su mejor compañera, pero no lo ha librado de una paliza que lo ha dejado con un ojo morado y un corte en la mano, recibido cuando trataba de defenderse del ladrón. Él estaba tan tranquilo en su cajero, intentando dormir, cuando alguien lo ataca sin más, bueno, esa es su versión, informaciones de “radio macuto” dicen que es que R. habla mucho, y estas son las consecuencias. En cualquier caso el agresor no debía haberse tomado la justicia por su mano, pero es la ley de la calle.

En la calle vive R. desde hace muchos años, salió muy joven de casa, un adolescente, rebelde, supongo, rebelde sin causa hasta destrozar su vida. Yo lo veía desde hacía mucho tiempo por el parque, empujando su carrito con todos sus enseres, y una radio sonando permanentemente, hacía su casa en un momento en cualquier banco del parque. Me acostumbré a verlo cada día, pues tenía que pasar por allí cuando salía y cada vez que volvía a mi casa, lo veía a legre y hablando con su perro. Tardé en dirigirme a él para preguntarle si sabía dónde podía pedir ayuda, y no sé bien por qué, porque yo mismo iba a cáritas. Cuando por fin hablé con él me dijo que sí, que sabía todo lo que tiene que saber alguien que sobrevive en la calle.

Desapareció durante una buena temporada y lógicamente pensé que se había ido a otra parte, o que le había pasado algo. Volvió a aparecer pero ya no estaba igual, su aspecto había empeorado sensiblemente, seguía dicharachero con su perro, pero se le notaba alguna tartamudez al hablar, y no articulaba bien las palabras. A pesar de todo saludaba respetuoso y hacía una mueca por sonrisa. Entonces empecé a preocuparme más por él; me reprochaba yo no tener la resolución necesaria para dirigirme a él y tratar de llevarlo a un centro donde recibiría los cuidados que necesitaba urgentemente.

Por fin un día se presentó en la oficina y me dio mucha alegría verlo, él también se alegró de verme, aquellos saludos casi diarios nos habían convertido en viejos conocidos que se alegran de verse y se estrechan la mano con agrado. Yo no sabía que R. tenía ya su ficha hecha desde hacía algunos años, una ficha que contiene datos nada tranquilizadores, datos que se irán ampliando en sesiones sucesivas hasta llegar a plantearse el regreso con su familia.

Como he dicho R. tiene un trato muy agradable, por su aspecto débil y su sonrisa, sus saludos respetuosos y detallistas se hace querer enseguida. No tiene una mala palabra, R., lo que le falta es disciplina y “palabra”; pero no tiene palabra porque ya no tiene voluntad, él es el R. que saluda, que quiere ser agradable, pero no pasa de ahí, no se puede tener una conversación normal con él, no tiene nada de qué hablar salvo de sí mismo. Promete fácilmente que se va a cuidar y va a hacer lo que le aconsejen, pero esto se repite cada vez que me encuentro con él.

Después de un tiempo sin verlo un día vino acompañado de un voluntario evangelista para pedirnos que lo admitieran en el hogar hasta que llegara la fecha de ingreso en una comunidad terapéutica. El aspecto de R. era lamentable, había tenido la enorme suerte de que lo hubiera encontrado este buen samaritano. Este buen samaritano nos dio una gran lección, una lección doble, porque recogió a R. y le buscó la posada adecuada, pero también porque él mismo había sido “usuario” (esta horrible palabra que ahora se usa) en otro tiempo, como R. ahora, con esta misma trabajadora social, supo aprovechar la oportunidad y ahora, agradecido, ayuda a otros que pasan por su misma experiencia.

A partir de aquí esperamos lo mejor para R. y confiamos en su recuperación definitiva. Pero, no será así, ha pasado poco más de un mes y aquí está de nuevo R., en la calle otra vez, con su perro. Aquí me vienen a la mente las palabras que repite la trabajadora social sobre los efectos de la droga: “hace un agujero en el cerebro y lo lesiona ya para siempre, impidiendo la recuperación por propia voluntad”. La verdad es que casos así provocan cierto desánimo, si no fuera que aquellas palabras no estuvieran compensadas con otras palabras que nos repetimos con frecuencia: “el usuario es responsable de su vida”, “no es el voluntario el que toma las decisiones, sino el usuario”. De cualquier modo las palabras no evitan que uno no llegue a acostumbrarse.

R. lleva ya otros cuantos meses en la calle, al salir del centro acudió a nosotros, yo me atrevería a decir que algo asustado, como si realmente hubiera vivido una situación terminal en la que uno sólo desea estar arropado, sentirse acompañado y querido. Digo esto porque es cuando hemos tenido algo más de conversación con R., a mi me permite estar presenta en sus citas con la trabajadora social, hemos logrado contactar con su familia, ha hablado con sus familiares, hemos llorado todos porque han hablado de volver a su casa. Pero, no pueden ayudarle económicamente, tiene que ser él el que consiga el dinero, por lo que se compromete a entregarle a la trabajadora una parte de sus ganancias, semanalmente o cuando pueda. Además promete que no va a beber más y se va a cuidar. Parece que hay una esperanza.

Nunca volvió R. por la oficina para cumplir con su compromiso de ir entregando parte de sus ganancias, ni es capaz de cuidarse. Pero, ¿es R. un desastre completo como se deduce de lo que llevo dicho? Yo creo que no, él habla con su perro, lo cuida y lo trata con un mimo que yo pienso que es una proyección de lo que él desea para sí, como le gustaría que lo trataran a él y como trataría él a los demás, si él estuviera en condiciones de mirar cara a cara a los demás. Pero él ya no se ve a sí mismo, no se mira ni se valora, hasta renunció al albergue cuando le dieron la paliza, porque su perro se quedaba sólo en la calle, el pobrecito, y además se lo podían robar. En este punto, al escribir esto, me siento mal, yo mismo no quiero seguir viendo a R., no podría resistir su mirada, no sé si soportaría que me volviera a dar un beso, porque no estoy a gusto tampoco conmigo mismo, porque no he hecho por R. lo que él no es capaz de hacer por sí mismo. Ya sé que estoy incumpliendo la regla del voluntario, pero no hay otra forma de expresar la impotencia y la limitación en la práctica de la caridad y la misericordia.

R. estará en cualquier parte, sin alcanzar su objetivo: volver a casa, recibir el perdón, recuperar el afecto y volver a vivir sin complejos.

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