Hace poco tiempo que descubrí esta preciosa frase de Edith Stein: “También tenemos que aprender esto: ver a otros llevar su cruz y no poder retirársela”. Y esta misma frase me permite ahora comprender mejor a J., que no es capaz de librarse de la pasión por el juego y por el alcohol, pero sí es capaz de recorrer España entera dos veces y más con tal de no afrontar su dependencia.
Efectivamente, como un ave migratoria apareció hace unos días, por las mismas fechas que el año pasado, con los mismos argumentos y con el mismo propósito: Descansar una noche para “emigrar” al norte en busca de algún maná que le permita seguir con su forma de vida.
Cambia de un lugar a otro pero él es el mismo, no le he notado progreso alguno en su discurso, está perfectamente acomodado a su forma de vida, de albergue en albergue, ahora en el norte, ahora en sur, según la estación y las posibilidades de supervivencia que él debe conocer muy bien. Guarda muy celosamente su “secreto”, la razón de su vivir dando vueltas alrededor sin encontrarse a sí mismo y sin dejar que a nadie se le ocurra intentar asomarse a su interior, tan celosamente defendido, no sea que se le acaben sus argumentos para seguir viviendo como ahora vive desde hace años, desde que tuvo que abandonar su casa.
No cabe otra alternativa que esperar a que algo o alguien, un fuerza mayor e inesperada, rompa el círculo protector liberando el interior y dejando pasar la luz , quizá así J. se sienta también él liberado y no tenga que seguir viviendo sólo para proteger un “secreto maldito”.
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