viernes, 20 de enero de 2012

Juventud y belleza maltratadas



De pronto todo quedó en suspenso, pendientes de la persona que entraba por la puerta,  no podíamos creer ninguno que una chica tan guapa y tan joven entrara en una oficina donde sólo vienen personas sin hogar, y generalmente hombres. Bueno, asimilada la primera impresión, el instinto protector de todos los presentes se pone en marcha para procurar una solución al problema de C., y se le regala con la mejor y más delicada de las acogidas.

C. es casi una niña, acaba de salir del Centro de Menores de otra comunidad autónoma por haber llegado al límite de edad, los dieciocho años, y como no tenía otra manera de valerse en la vida confía en un buen chico, militar, que la lleva con él a otra comunidad autónoma prometiéndole ayuda y alojamiento. Dos meses ha tardado en verse sola y en la calle, porque el joven del que se fió le dice que “han cambiado las cosas, que ahora él ya no puede ayudarle, porque tiene otro problema al que tiene que entregarse y no tiene tiempo para ella”. Viene entonces a esta oficina porque alguien le dijo que la trabajadora social le ayudaría, como así será sin duda. Bueno, más que eso, al final de la mañana, fuera de hora tuvimos una reunión con ella la trabajadora y los voluntarios con el fin de buscar la mejor solución para ella, teniendo en cuenta su edad y la falta total de recursos. Fue imposible encontrar por teléfono un centro de cogida para chicas en toda la provincia, ni de monjas, ni privado ni público, pero todos nos comprometimos a buscarle alguna casa o lo que hubiera más a mano e inmediato.

Todavía le quedan unos días en el piso donde estaba, pero el tiempo no se detiene. Seguimos  buscándole trabajo y alojamiento, ella lo hace por su cuenta. Un día decide volver a su comunidad autónoma porque allí su hermana le ofrece unos días de estancia en una casa de un familiar de su pareja, y espera también ayuda del trabajador social que la atendió cuando estuvo en el Centro de Menores. Menos mal, respiramos aliviados. Pero será por poco tiempo, volverá a verse en la calle ya que  no pueden tenerla más tiempo alojada. Aquí nosotros le perdemos el rastro, ella no recurre a ninguno de nosotros, aunque le habíamos dado nuestros números de teléfonos.

C. tiene una historia tremenda; como muchas, pudiera decir alguien, pero es que es su historia y su vida la que no encuentra sitio en esta sociedad, peor, está a merced de irresponsables: su madre la primera, a la que le molesta la hija y la abandona con pocos años en un centro de menores (lo mismo hizo con la otra hija); luego el centro de menores, que cuando cumple la mayoría de edad, los dieciocho años, la pone en la calle, sin  sin trabajo y sin otro recurso, con lo difícil que es hoy ganarse la vida y lo fácil que es caer en manos de cualquier desaprensivo; y por último, el joven, que le promete ayuda y la deja a los dos meses, sola y en un lugar desconocido.

No sabemos nada de C. desde que dejó su segundo alojamiento, Dios sabe qué camino habrá tomado o qué le habrán ofrecido; aquí no ha vuelto, tampoco ha llamado, ojalá sea señal de que está a gusto y viviendo por fin una vida digna, bien acompañada, durante lo que le quede  de vida.

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