Por José Luís
Nunes Martins
Investigador
publicado em 8 Jun 2013 - 05:00
Las palabras, lejos de
ser conciliadoras, sirven, la mayor parte de las veces, para no entendernos.
Confiamos demasiado en
las palabras. Creemos que con ellas podemos describir los estados interiores,
consideramos que los que las oyen las interpretarán con el sentido que les
atribuimos… tenemos por cierto que las palabras nos expresan bien. Que hasta
podemos hacer milagros con ellas…Las palabras son excelentes instrumentos de
pensamiento. Damos nombres y, partiendo de esos signos, pensamos todo,
sugerimos conceptos en busca de una comprensión profunda del mundo y de
nosotros mismos para, al final, compartir todo eso a través de palabras.
Pero el hombre es más
que el conocimiento de que es capaz. Ni siquiera podemos traducir íntegramente nuestros
pensamientos por palabras, importa comprender que en el teatro de la vida, hay
muchos carteles que anuncian lo
contrario de lo que presentan.
Hay un límite claro a
la bondad y eficacia de las palabras: los sentimientos. De naturaleza diversa a
las ideas, son más profundos y tienen vida, son dinámicos, con una fluidez que
no se deja aprisionar en las jaulas de piedra que son las palabras. No se puede
mentir sobre lo que se siente, así como la verdad no se puede tampoco decir. El
sentir profundo es inexplicable y no se puede decir con palabras.
Las palabras lejos de
ser conciliadoras sirven, la mayor parte de las veces, para no entendernos. El
mundo de quien habla imprime un valor a sus palabras que no será el mismo que
le dará quien las oye, toda vez que el mundo de este es siempre otro…hay que
confiar más en lo que se siente y menos en las palabras. Aprender a escuchar no
lo que dice sino el porqué silencioso de
lo que se dice.
Tal vez porque haya
mucha gente que juzga que es capaz de expresarse completamente con palabras…como
si fuese posible que una vida humana cupiese
en un discurso, por mayor o menos que este fuese…existimos en solitario y en
raras ocasiones compartimos la vida de forma auténtica, pero siempre por
nuestras obras, nunca por las palabras, por más bellas que sean sus promesas…
¿Cuántas veces hablamos
sólo para intentar acallar el miedo a
estar solos? Las palabras nos ayudan a comprender, mas no pueden ocultarnos el
sentir. La verdad habita en mí, no se dice… ¿Qué acontece cuando un corazón henchido
intenta expresarse con palabras? Un conjunto de disparates que a penas vale por
la intención poética de lanzar a los cuatro vientos la alegría que le sale de
lo más íntimo. ¿Cuándo un dolor (no físico) me hace sufrir…qué puedo yo decir?
Las palabras valen poco. Su dignidad radica en
la de quien las pronuncia o en los sentidos o sentimientos que prende trasladar.Los poetas se refugian
muchas veces en la fantasía, tal vez porque la realidad sea incomparablemente más
rica y admirable…pero menos creíble! La realidad será siempre superior a los
sueños…pero las ilusiones, porque se controlan, pueden siempre ser recortadas
para caber dentro del diccionario.
Las razones del mundo
pasan por las palabras. Pero importa aceptar que, cuando se trata de las
pasiones profundas, es la presencia lo que cuenta. La existencia concreta habla
por sí sola…pues todo cuanto se pueda decir es necesariamente mentira. Las palabras
simples, de las cuales nadie precisa explicación, serán las únicas que importa
decir. Pues sólo estas sobreviven a las montañas
de ruidos de nuestra vida cotidiana. Un sí o un no pueden resonar en la
eternidad de los silencios de nuestra
intimidad.
El amor se dice en la
originalidad de la obra que es la vida de cada uno de nosotros.
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