sábado, 20 de septiembre de 2014

Tensión entre extremos opuestos




                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

Cada hombre encuentra en sí mismo fuerzas contrarias que están en guerra permanentemente. Estos extremos nunca se anulan y parece no haber posibilidad alguna de descubrir un equilibrio entre ellos. Somos este ser donde, cada día, se traban infinitas luchas entre tendencias contrarias, ese mar de tempestades sin fin…. Así es el hombre. Así somos nosotros. Así soy yo

Somos un teatro de contradicciones y discordias. Escenario de batallas sangrientas. Peones en una circunstancia caótica que en nada se asemeja a la paz para la cual parece hemos sido creados.

Pero, casi nada es lineal o previsible. La vida de cada uno de nosotros está hecha de saltos repentinos, de oscilaciones abruptas. En cualquier momento todo puede cambiar.

Somos libres de escoger nuestros días y noches, pero estamos condenados a recrearnos en medio de esta inmensidad de paradojas.

Más aún, nos cumple dar sentido a nuestras elecciones, dar un sentido a nuestra vida. Un mismo episodio puede ser interpretado de diversas formas, diferentes entre sí, contrarias… Nos cumple escoger la luz que debe iluminar lo que está a su vuelta. Se escoge la forma de ver el mundo, y así se escoge el mundo en que se vive. Pero siempre, siempre, en una tensión permanente entre extremos opuestos.

A veces la desesperación se apodera de la esperanza y la angustia parece absoluta. Queremos tanto la paz, que llegamos a pensar que ella sólo es posible a través del abandono de la lucha… Pero no. Las fuerzas interiores y exteriores, de la soledad y de la comunión, las dudas de fe, jamás se anulan y parece que encuentran siempre la forma de colocarnos justo en medio de sus guerras.

Hay ambigüedades que merecen ser consideradas. Si, por un lado, ansiamos algo mucho mejor que aquello que tenemos aquí y ahora, por otro, cuando nos vemos confrontados con la posibilidad de alcanzarla, casi todos comenzamos a valorar lo que antes era insignificante. Como si sólo valoráramos lo que estamos a punto de perder… pero, en verdad, es que siempre estamos expuestos a perderlo todo. Tengamos o no conciencia de esto.

La línea que separa el bien del mal no es una línea que separa a unos hombres de otros, sino una línea que atraviesa el corazón de cada uno de nosotros. En todos nosotros hay cosas buenas y malas.

No seremos todo lo buenos que queremos, pero tampoco nadie es el mal absoluto. A cada uno le corresponde trazar esa frontera… Hasta en el peor de los seres humanos hay, hasta el final, la posibilidad de bien supremo; así también en cada hombre bueno planea, hasta el último segundo, la posibilidad de la tragedia absoluta.
Pero, en el fondo de cada uno de nosotros, hay la certeza de un sentido.

Hay otra luz… Vivimos en constante tensión entre opuestos, pero ellos no luchan los unos contra los otros, uno en cada uno de nuestros hombros tirando cada uno  para su lado. Son extremos, pero uno es el punto de partida y el otro el de llegada. Cada paso es una batalla que trabamos, a fin de apartarnos del mal y de aproximarnos al bien.

Tal vez no haya bifurcaciones delante de nosotros, en que tengamos que escoger sólo uno de los caminos… tal vez el camino sea sólo uno… en el que yo camino hacia delante… o para atrás. O… tal vez… nuestro único camino pueda sólo ser bien o mal hecho.

Cada hombre presiente, en el fondo de sí, su destino. Soy un viajero que tiene que construir con sus manos  su camino… del mal al bien. De los miedos a la felicidad. De los egoísmos al amor.

La única verdadera tensión que existe en mí es entre lo que fui y lo que quiero ser. Los saltos son necesarios ante los muchos abismos en que cerco la fe en mí…

Vivir es amar. Es llevar el corazón por los mares de los momentos hasta el fin de los tiempos, en dirección a un buen puerto que tenemos que construir a lo largo del viaje.

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