sábado, 6 de septiembre de 2014

¿Es posible comprender las emociones?



                                                  Ilustração de Carlos Ribeiro

Casi nunca sabemos el por que de lo que sentimos, pero estamos casi siempre convencidos de que sí. Nuestras emociones resultan de lógicas que escapan a la razón;  tal vez para que no tengamos que vivir en una oscuridad profunda, nos surgen explicaciones ilusorias, más o menos luminosas, sobre las causas y finalidades de nuestro sentir.

Creemos que nos conocemos bien y nos sabemos comprender con exactitud. Pero no es así. Tan absortos andamos en tejer explicaciones imaginarias sobre lo que sentimos, que se nos escapa lo esencial: lo que vamos decidiendo. Lo que escogemos es lo que nos define.

Tendemos a unirnos a quien está cerca de nosotros en momentos de mayor aflicción. Creemos que la atracción se debe al valor de la persona en sí y no a nuestra sensibilidad extrema en el momento. Nuestra fragilidad es determinante, más aún si no la admitiéramos como tal.

No siempre hacemos el bien a quien apreciamos. Pero disfrutamos casi siempre de aquellos  a quien hacemos el bien. Tal vez porque cuanto más invertimos en algo, o en alguien, más difícil se nos hace abandonarlo. Preferimos dejar de agradar a aquellos a quienes hacemos mal. Pero, claro, pensamos siempre que la emoción es la causa lógica y los gestos sus consecuencias.

Tenemos prisa en concluir, somos impacientes. Pasamos la vida dictando sentencias, mucho antes de que lleguemos a tener contacto con los elementos en cuestión, como si fuese imposible vivir en paz con la humildad de reconocer que hay mucho mundo que nos sobrepasa… Cuando, en verdad, las vacilaciones son siempre mejores si fuesen hechas después, cuando ya se tuviera acceso a un conjunto sustancial de actos… nunca antes.

Preferimos lo sencillo a lo complicado, y eso es bueno, pero, a veces, la pereza nos lleva a aceptar ideas reductoras… sólo porque parecen funcionar y así se puede pasar al asunto siguiente. Embarcamos con tremenda facilidad en espejismos creados por nosotros mismos. Así, como tememos lo que no comprendemos y queremos huir de nuestras dudas, acabamos, muchas veces, presos de la las certezas que, en verdad, son sólo equivocaciones. Simples, pero equivocaciones.

Tenemos obligación de distinguir lo cierto de lo erróneo. Somos seres capaces de resolver problemas. Podemos no comprender lo que sentimos, pero esto no significa que debamos ser esclavos de nuestros apetitos. Lo que escogemos es lo que nos define.

La aparición de las pasiones no es de nuestra responsabilidad. Nunca tenemos la culpa de su aparición pero tenemos siempre el deber de darle una respuesta, aceptándolas o rechazándolas… definiendo el rumbo que deben seguir de ahí en adelante. Nadie puede vivir lejos del placer y del dolor,  pero nuestra vida nos exige que escojamos de acuerdo a criterios mucho más nobles que esas referencias básicas. El heroísmo pasa porque seamos capaces de hacer frente a los propios miedos, venciéndolos a través de la voluntad de seguir rumbo a otro fin. Todos estamos expuestos a pasiones contrarias a nuestros sueños…

¿Cuántas veces vivimos contradicciones absolutas entre el pensar y el sentir? Es lo que escogemos lo que nos define.

La vida está hecha de muchas tempestades y contradicciones. Es bueno aprender que no todo se puede comprender… que la vida es para vivir, más que para pasar todo el tiempo queriendo saber el misterio de lo que nos sobrepasa.

Las lágrimas y las sonrisas son manifestaciones del alma, de la verdad. Podemos pensar antes y después, pero es preciso impedir que la ansiedad del pensamiento arruine lo que sentimos. Después de alcanzar el acuerdo entre la razón y  la voluntad, la mejor forma de arruinar un beso o un abrazo es pensar en lo que se va a hacer.

El amor está más allá de lo que nos es posible comprender. No lo podemos dirigir, pero tampoco estamos forzados a obedecerlo. Es lo que escogemos lo que nos define.


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