sábado, 30 de agosto de 2014

El sentido de la casualidad




                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

Cada día buscamos el sentido de nuestra vida. Creemos que existe, que se oculta y se revela… que la casualidad es sólo  la explicación más pobre para las coincidencias. Nos convencemos cuando dos acontecimientos  ocurren uno después del otro, o el primero fue la causa del segundo o, por lo menos, habrá tenido alguna influencia en él.

Cuando sucede algo muy bueno, tendemos a repetir lo que lo antecedió con la esperanza de que vuelva a suceder lo mismo. Como si todo fuese repetible, bastando con empujar el botón adecuado  para obtener el resultado deseado.

A pesar de la ilusión, se trata de una admirable voluntad de sentido. Una especie de intuición que garantiza que todos los casos serán sólo partes de algo que (aún) no hemos conseguido alcanzar. Y esto es bueno.

La fe que tenemos en el mundo lo altera, porque nos permite ver más allá de nosotros… nos permite estar más atentos y dedicados. Cuando nos sentimos al timón de los acontecimientos, eso nos motiva y nos mantiene más concentrados. Y los resultados, claro, son mejores.

Pero, en verdad,  nunca nadie conseguirá probar lo que habría acontecido si no hubieses hecho lo que hizo, o si hubiese hecho lo que no hizo.

Uno de los peligros de las creencias es que no se someten a la razón. Cuando algo concreto entra en contradicción con nuestras convicciones más íntimas, preferimos quedarnos con aquello que creemos… reforzándolo todavía más. ¡Igualmente después de saber la verdad, pocos son los que cambian sus certezas!


Me corresponde la humildad de aceptar el mundo tal como es: enorme; correspondiéndole  al mundo la humildad de aceptarme tal como soy: un pequeño creador y descubridor de mundos.

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