sábado, 23 de agosto de 2014

¿Una cuestión laboral?



La profesión más antigua del mundo no es la que, como tal, se acostumbra falsamente a referir, sino la de agricultor, porque a Adán le fue dala misión de guardar y cultivar el jardín del paraíso. Sólo después surgió, de su costilla, Eva, que tampoco desempeñó esa innoble actividad. Como esposa y madre, fue otra su ocupación, tal vez una de las más meritorias y difíciles de todos los tiempos. Debe haber sido el caso porque, como es sabido, Abel y Caín no se llevaban bien…

Además, no sólo no es el dicho más antiguo, sino tampoco es la profesión ninguna. El trabajo no es cualquier ocupación, sino sólo aquel oficio que, por tender al bien común, dignifica a quien lo ejecuta. Un ladrón, o un asesino, no es, por tanto, un trabajador, por muy “profesional” que sea en su arte. Tampoco trabaja quien mercadea con su propio cuerpo, porque ese comercio es degradante de la dignidad de quien lo realiza, de quien de él se sirve y, todavía más, de quien lo explota.

Está de moda defender a “quien trabaja en la industria del sexo” (Público, 18-8-2014). Se piden derechos para estas trabajadoras de su cuerpo, pero una exigencia tal implica la aceptación de la vergonzosa situación en que viven y que las destruye, física, psíquica y espiritualmente. ¿Será entonces que, quien quiere “sindicar” a estas operarias del sexo, también reconoce que los “industriales” de tan lucrativa empresa son una legítima entidad patronal?

¿¡No se daba por supuesto que los demócratas progresistas arremetiesen contra esta descarada explotación humana!? ¿¡No era de esperar que los humanistas de la democracia cristiana se rebelasen contra este pecado social!? ¿¡Por qué razón las feministas no defienden a estas pobres víctimas!? ¿¡No son también mujeres!?

Hace dos mil años, también todos abandonaron a la mujer pecadora, excepto Jesús (Jo 8, 9).

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