No es posible
acostumbrarse, por más tiempo que lleve uno intentando ayudar a personas que
vienen de paso, siempre habrá casos sorprendentes, porque las personas somos únicas
e irrepetibles. “El que la lleva la entiende”, dicen por aquí…
Desconocido para la
mayoría y abandonado por sus familiares cuando le asalta una enfermedad que lo
deja totalmente incapacitado. Iba a Levante, M., pero ha aparecido en San Fernando.
Tiene un aspecto alarmantemente frágil, acentuado por el desgaste del viaje y
la sorpresa de encontrarse lejos de su destino.
Se aloja en el albergue
esa noche y al día siguiente muestra otro aspecto, ya no da la impresión de que
se pueda caer o desmoronar ahí mismo. Incluso
habla algo y su mirada es más participativa, invita a que le preguntes, a que
le ayudes a aliviar la carga tan pesada que lleva dentro.
Al día siguiente vuelvo
a ver a M., y lo encuentro peor que a su llegada. Le ha pasado algo que ni él
sabe explicar. Extremadamente débil, la melena revuelta, heridas en los brazos.
Parece que no ha dormido en el albergue, incluso creo haber escuchado algo de pelea, pero no quiero seguir
preguntando. Basta con mirarnos a los ojos, y acompañarnos un rato, hasta que
llegue la hora de cerrar la oficina, después, buscará un acomodo por ahí.
Hoy, vuelvo a ver a M.,
el aspecto que presenta es el de haber dormido en la calle varios días. Está desayunándose
un café estupendo que hace nuestra compañera I. y mojando una galleta detrás de
otra… Menos mal que seguimos ofreciendo este servicio, y que nos abastecen abundantemente
de café y dulces unas buenas gentes.
Hoy, sin yo saber que era su último día de estancia aquí, me había decidido a hacerle preguntas sobre su
enfermedad, su vida, y como está mucho más hablador, me cuenta cosas verdaderamente
tremendas. Estuvo en Santander, trabajando, pero lo dejó por diversos motivos y se
volvió a Madrid, de donde él es y donde tiene su familia. Cuidaba a su madre,
mayor y enferma, pero le dio eso tan malo que tiene, que le paraliza medio
cuerpo, y se queda sin fuerzas. Por ello le dieron un altísimo porcentaje de
minusvalía y le han concedido una pensión.
Ni aún así la familia
le ha dejado quedarse con su madre, con su pensión podía haber ayudado, pero, por
lo que me dice, ha llegado un “cuco” que
le ha robado el nido…
En la larga conversación
que tuvimos de camino al autobús que lo llevaba a Cádiz reconoció que él también había hecho cosas que
le han perjudicado o indispuesto con los hermanos; cinco tiene, y ninguno se ha
interesado por él. También lo había dejado su compañera, a la que le gustaba
gastar, dice.
A ver si en Cádiz
encuentra todo lo necesario para vivir con un poco de dignidad y seguridad, espera
con impaciencia que le lleguen sus medicinas a la Residencia, ya que son
especiales para él y se las tienen que hacer en un hospital de Madrid. Además
las trabajadoras sociales de Madrid y San Fernando se pondrán en contacto para
buscar lo mejor para M. Así sea.
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