Cuando una familia vive
la generosidad propia del amor cristiano, la Navidad no es una historia a tener en cuenta, ni una
mera evocación, sino algo encantador que acontece. ¿Santa Navidad!
Cuando Juan pasó por la
cuadrilla del barrio, el subjefe, bajito y barrigudo, como la función exige, le
presentó a Manuel, un rapaz de cinco años.
Su historia era breve,
como breves son siempre las desgracias. Huérfano de madre, vivía con el padre,
conocido traficante de drogas que, sorprendido en flagrante delito, es
conducido, por orden del juez, al calabozo, dejando solo a aquel único hijo,
que tampoco tenía parientes próximos que lo pudiesen recoger. Era ya la antevíspera
de Navidad y, como después se metía el fin d semana, no tenía tiempo para,
antes de las fiestas, pedir a la seguridad social que se hiciese cargo del
destino del menor.
Juan, padre de numerosa
y ruidosa prole, tuvo entonces una feliz idea:
- Pues mire, subjefe,
si quiere, yo llevo al pequeño para casa, porque, donde están diez, también
caben once y luego se verá para donde va el rapaz. Así, por lo menos pasa estos
días en familia, mientras se encuentra mejor solución.
Al agente de la
autoridad la ocurrencia le pareció buena, sobre todo porque así se libraba de
aquel embrollo. Por otro lado, siendo Juan un buen médico y excelente padre,
Manuel no podría quedar en mejores manos.
Dicho y hecho. Era ya
hora de comer y Juan contactó por teléfono
móvil con su mujer, par avisarle de la demora y del nuevo comensal. Juan llegó
a casa, presentó a Manuel a Luisa y a los hijos:
- Este es Manuel y va a
quedarse con nosotros unos días. ¡Es como si fuese un presente de Navidad para
toda la familia! Como sólo tiene un año o menos que Miguel, el más joven de la
casa, se queda en su cuarto.
El benjamín quedó
encantado con la responsabilidad de acoger a Manuel y hacerse cargo de que se
sentase a su lado, en la amplia mesa del comedor. Para Manuel toda aquella
algazara era algo insólito, pues ni siquiera conocía los nombres de ellos. Pero
como todos lo trataban con tanta naturalidad, parecía que se conocían d
siempre.
Fue preciso improvisar
una cama, lo que se consiguió armando un divan que estaba en el sótano, y conseguir
un pijama y un cepillo de dientes para Manuel, que no traía nada con él. Para
vestirlo al día siguiente, Luis fue a buscar algunas ropas antiguas de Miguel,
que ya no le servían y que tenía guardadas para dar en la parroquia.
Los días fueron pasan
do y Miguel continuaba siendo su mejor a migo, con quien compartía el cuarto,
la ropa y los juguetes. La integración de Manuel era tan perfecta que era difícil
distinguirlo de los hijos: todos convivían en absoluta igualdad.
Por decirlo así, era más
que perfecta, o demasiado perfecta, porque parecía irreversible, tal apego entre
una parte y otra parte. Por eso, Juan aprovechó una salida de Luisa con Manuel,
para reunirse con los hijos, a quienes explicó la situación.
Después de recordar que
lo trajo para casa porque su padre había sido detenido y después se había evadido,
advirtió que era probable que Manuel tuviese que ir a alguna institución, o fuese entregado a
algún familiar. Terminada la exposición, sólo Miguel hizo una observación, con
rabia mal contenida:
–
¡Su padre –dice-
es peor que el padre de él!
Dicho esto, salió por
la puerta, con cara de pocos amigos. Los otros hijos sonreían con la actitud
del más joven, que había tenido encoraje de decir, alto y claro, lo que todos,
de algún modo, intuían. Ninguno se quejó de que ya eran muchos, que el espacio fuera
escaso y solucionada la economía familiar. Manuel era de la familia, y punto y
a parte.
Esta historia verídica,
con más de diez años ya, transcrita aquí con nombres y circunstancias
ficticias, tuvo un final feliz: Manuel fue adoptado por aquellos padres, que ya
lo tenían como suyo, y por los hijos de ellos, que ya eran, de hecho, sus
hermanos.
Cuando una familia vive
la generosidad que es propia del amor cristiano, la Navidad no es una historia que
se cuenta, ni una mera evocación, sino algo encantador que acontece. Santa Navidad!
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