sábado, 6 de diciembre de 2014

La locura de la paciencia




                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

En los sueños casi nunca se espera. En el mundo irreal, los deseos y las voluntades se concretan de forma casi inmediata. En la vida real, el día a día, la paciencia es esencial a quien pretende alcanzar algún bien. Tenemos que tener el coraje de la esperanza, contra el cual pueden siempre poco las maldades de este mundo y de los otros, así como las angustias y la desesperanza de nuestro corazón.

Esperar es una especie de oración. Una creencia que se extiende en el tiempo y se renueva, a veces sin darnos cuenta. Una construcción gota a gota. Lo que es bueno… se conquista.

Hay un tiempo para todo y para cada cosa. Para lanzar la simiente, después para esperar, y a continuación para recoger. Después, esperar un poco más y sembrar. Esperar. Recoger. Esperar. Sembrar…

La impaciencia hace imposible la construcción de algo que permanezca más allá de los sueños del momento. Sólo la esperanza, cuando se alía con la paciencia, construye lo que permanece.

Nuestra existencia exige una fe paciente más que fuerza bruta o apasionada

La esperanza es la esencia de los héroes. Es la fe que nos mantiene orientados, sabiendo siempre donde nace el sol, portador de la luz que pone fin a la noche y nos despierta. El naciente.

Es ese rumbo que determina el significado de nuestra vida y el valor de cada uno de nosotros. Lo que somos depende de aquello por lo que, en los días y noches de nuestra existencia, decidimos luchar.

Pero la paciencia, cuando es puesta a prueba, disminuye. Es pues esencial que sepamos reconstruirla después de cada combate. Que tendremos esperanza por nosotros mismos es un excelente principio de la felicidad.

Algunas veces se confunde esperar con no hacer nada. Pero quien espera ya está realizando, porque no tiene tiempo, la promesa de su esperanza se cumple en la eternidad.

Muchos son los que desisten de sí mismos a la primera contrariedad, a la segunda noche o en el medio de un desierto cualquiera de la vida. Tener esperanza es, muchas veces, una locura. Implica hacer frente a las evidencias aparentes más allá de todos los sufrimientos reales.

En la vida hay primaveras e inviernos, otoños y veranos. Todo pasa… Sólo el amor y la verdad se renuevan. A ningún hombre le es posible dominar el tiempo y conducirlo como en los sueños. Somos cogidos por sorpresa, a veces sin darnos cuenta, hasta que aprendemos que nuestra vida depende mucho más de lo que hacemos nacer en nosotros que de aquello que creemos merecer.

¡Hay quien tiene miedo de tener esperanza y hay también quien tiene miedo de no tenerla!

La paciencia, mucho más que la fuerza, es la esencia de las grandes obras… y la vida de cada uno de nosotros es una opera prima. La única. Que debe ser trabajada, mantenida y perfeccionada hasta el último instante.

Hay quien no sabe sufrir. Hay hasta quien prefiere morir a tener que enfrentarse de forma paciente a los dolores de una larga agonía cualquiera… Las amarguras de la vida son parte de ella. La alegría es sólo la mitad de la felicidad. Además porque, en verdad, nuestra vida es mucho más de lo que parece…

¡No importa cuanto tiempo vivimos. Lo importante es la amplitud de la existencia, a qué profundidad y altura decidimos vivir, con que largura y anchura construimos nuestro mundo!

La paciencia y la esperanza, más que esperar que algo acontezca en el mundo, transforman el interior de quien las tiene, preparándolo para lo que ha de ser. Para lo que, en el fondo, ya es. Así sabrá mantenerse firme en la certeza del futuro que espera y por el cual está dispuesto a sufrir. Al final, ningún flagelo es mayor que la esperanza de la paciencia más profunda!

Nada en esta vida es estable. Un breve instante es tiempo suficiente para que lo imposible se haga real. Para el bien y para el mal.


El amor lo espera todo. Incluso con poco se vive bien, cuando se espera lo infinito.

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