Daniel Medina Sanchez
Ya va llegando otro año
nuevo, otra Navidad. Un año más de promesas, de buenas intenciones, de regalos
y risas, de rosas y encuentros, de turrón y polvorones. Es el año de los sueños
por cumplir, de volver a empezar...
La otra cara de la moneda
son los excluidos sociales. Para imaginar lo que sienten solo debo retroceder
apenas un año atrás.
Tengo claro que no es del
gusto de muchos que me acuerde de estas cosas en vez de disfrutarlas e imaginar
que el año que viene será mejor para todos.
Cada vez que llegan estas
fiestas tan señaladas, es imposible no echar la vista atrás y ver en lo que te
has convertido. Ni mejor ni peor, distinto nada más. Perdí la confianza en mí,
pedí el optimismo, la razón de existir, las ganas de vivir y un largo etc.
Por más que quieras
normalizar tu vida hay muros aún impenetrables. Tengo nuevos amigos, mejor
aspecto y no he perdido la cabeza del todo, "Creo", pero mis fuerzas
no son las de antes; más que luchar por salir de esta actúo como un autómata.
El camino hacia una mínima
autonomía cada vez se hace más largo y pesado. De vez en cuando, experimentas
esa sensación de impotencia, querer y no poder. Solo se me ocurre un milagro,
ya que desear volver a tener un poco de normalidad en tu vida es más propio de
un milagro que de un sueño. Lo cierto es que ya no tienes ganas ni de maldecir
a todos aquellos que te han llevado a donde estas hoy,¿Para qué?
Estas son reflexiones de
las que no hablo, de las que no me apetece hablar, pero que en ningún momento del
día o la noche olvido. Es que no me deja de sorprender...¿Cómo es posible que
tenga que luchar tanto para dar pequeños pasos y todo se derrumbe en tan solo unos
meses? No lo entiendo, ¡cuan frágil es la vida, qué pronto caes y qué tarde te
levantas!
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