viernes, 18 de diciembre de 2015

Misericordia. Piedad. Paz


Confieso que me siento desbordado, porque estoy confuso y desorientado, cuando trato de entender lo que está ocurriendo. Lo que más desasosiego me causa es la desesperante lentitud en la resolución de tantos problemas como afectan a tantos, unos más cercanos y otros menos, pero tan numerosos…

Todo ello supone una amenaza a la fortaleza de la fe, en Dios y en los hombres,  y hace tambalear la esperanza... Hasta la caridad se siente impotente, muy insuficiente, y a veces denigrante, si se compara lo mal que viven unos, muchas veces sin culpa, y lo insultantemente bien que viven otros, al lado mismo, y no siempre por méritos propios…

Quizá es que lo esperamos todo del otro, del Estado, de los poderosos, sin darnos cuenta que cada uno puede hacer mucho por él mismo y quienes lo rodean, y que esa es la única manera de cambiar el mundo, mediante la confluencia de voluntades empeñadas en el bien común, que renuncian al egoísmo y al menosprecio o el descarte de los demás, y sobre todo a la violencia para conseguir sus fines.
Que la Navidad, fiesta de la generosidad por excelencia, que celebramos los cristianos, contagie a todo el mundo y para siempre...

PD.  Iba a terminar ahí mi reflexión, pero de nuevo me lo ha impedido una implacable llamada de teléfono que, desde hace ya más de una semana, me llama puntualmente a determinadas horas del día.

La llamada no es para mí, es para un amigo, que como no tenía teléfono cuando abrió la cuenta en el BBVA pues le presté el mío. Mi amigo sigue sin poder realizar algún ingreso porque no encuentra trabajo, ni le llega la ayuda solicitada hace más de un año. Por eso recibo yo esta impía llamada.

Lo llama, una voz de ‘señorita’, con todos los respetos, un poco ‘cortita’, ya que insiste, una y otra vez, para que mi amigo que no dispone de dinero, porque es muy pobre, le pague al banco para el que trabaja, uno de los más grandes y ricos, y muy informatizado, 60€ de comisión por haber tenido la mala suerte de abrir en su día una cuenta en ese impío banco.

Este banco, como tantos otros, incluso los que fueron benéficas Cajas de Ahorros,  sólo se rigen por los intereses, incapaces de renunciar a cobrar intereses a ‘cuentas alimentadas por ayudas sociales’, en espera de poder estar al día porque el dueño cuenta con unos ingresos regulares y justos, fruto de su trabajo.


En el año de la misericordia, que celebramos los católicos, me atrevo a  invitar a todos los humanos, especialmente a las instituciones que tienen poder y capacidad para proteger y ayudar a las personas,  a que imiten la misericordia divina que, sin renunciar a la justicia, no hace acepción de personas, altas o bajas, ricas o pobres…

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