domingo, 14 de febrero de 2016

¿Eutanazis?



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La legitimación del homicidio de los ancianos y de los enfermos crónicos o terminales significa la caída del modelo social humanista en un abismal retroceso de la civilización.

Un amigo me decía hace ya algún tiempo que, en Alemania, ningún partido se atreve a proponer la despenalización de la muerte asistida porque la eutanasia nazi está aún muy presente en la memoria del pueblo alemán. Si así fuere, es de saludar que los malhadados fantasmas de Hitler, Himler y Mengele sirvan para mantener erguido ese bastión del más fundamental de todos los derechos.

Un país, que cede en el principio de la inviolabilidad de la vida humana inocente, cruza la frontera que lo separa de la barbarie. Permitir la eliminación de los enfermos, de los viejos y de los no nacidos es relativizar el valor de los seres humanos, sobre todo de los más frágiles. La eutanasia y el aborto provocado, por más que eufemísticamente pretendan ser, respectivamente, el ejercicio de un pretendido derecho a una muerte digna, o una mera interrupción voluntaria del embarazo, en realidad son, se quiera o no, homicidios voluntarios.

Hitler fue uno de los precursores de la eutanasia:  al llegar a los campos de concentración, los deportados eran sometidos a un proceso de selección, al que seguía la eliminación de los que fuesen tenidos por no aptos. Tal procedimiento no es comparable con las actuales propuestas relativas a la muerte asistida, porque esta ha de ser siempre, por ahora, voluntaria. ¿Pero, qué hacer en relación a los niños gravemente enfermos y los dementes? Si se admitiera la posibilidad de una eliminación, por una decisión de terceros, como ya acontece en relación a los nasciturus, su muerte ya no sería voluntaria. La eutanasia, como el aborto provocado, son contrarios al humanismo cristiano, que se define por la defensa de la vida humana desde su comienzo, en el momento de la fecundación, hasta su término, o sea la muerte natural.

La aceptación del principio de la precariedad de la vida humana inocente presupone un nuevo paradigma jurídico-político. La doctrina social de la Iglesia y la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano establecen las bases del ordenamiento jurídico humanista. La eventual legitimación jurídico-positiva del homicidio de los ancianos y enfermos crónicos o terminales y de los no nacidos, así como sanos y concebidos por libre voluntad de sus progenitores, significa la caída del modelo humanista a un abismal retroceso de la civilización. En realidad, implica un regreso a la ley de la selva porque, entonces, los más fuertes prevalecerán sobre los más débiles, siendo estos los enfermos crónicos y terminales, los más viejos y los nasciturus. Ahora bien, el Derecho tiene precisamente  como misión defender a los más débiles frente a la prepotencia de los poderosos: a tal está obligado por un imperativo de justicia social. Caso contrario, como recordaba Benedicto XVI en el parlamento alemán, poco o nada distinguiría a un Estado de un grupo de malhechores.

Es verdad que algunas vidas humanas son penosas, sobre todo en su término, y por eso, no deben ser artificialmente prolongadas. Pero el encarnizamiento terapéutico, que es éticamente condenable y que San Juan pablo II recusaría al final de su vida, no puede servir de pretexto para que se introduzca en el ordenamiento jurídico el principio de que la vida humana es descartable. 

Admitir que el derecho a la vida, por razón de la edad o de las capacidades del sujeto, puede ser relativizado, es crear un precedente para el exterminio de seres humanos políticamente indeseables por razón de la raza, como aconteció en la Alemania nazi, o por motivos ideológicos, como ocurrió en la Rusia soviética y en la dictadura militar argentina.

Portugal puede enorgullecerse de haber sido uno de los primeros países en abolir la pena de muerte, pero puede contravenir su tradición humanista si cediera a la presión de los grupos que promueven abiertamente la eutanasia y que tienen influencia en la vida política, en la comunicación social y en la opinión pública.

No será, por eso, desproporcionado recordar que menos de un siglo nos separa de la barbarie nazi, responsable del exterminio de millones de inocentes.
Ciertamente, ni todos los alemanes eran nacional-socialistas, ni mucho menos asesinos, pero su indiferencia y su complacencia con la política racista y eugenésica de Hitler, y de su pequeño grupo, permitió uno de los peores genocidios que recuerda la historia de la humanidad.

Sacerdote católico


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