Si
en el encuentro del Papa Francisco con el Patriarca de Moscú no se superaron
todas las diferencias, se creó un clima de diálogo y confianza, camino de la
recuperación de las dos principales iglesias cristianas.
“Por voluntad de
Dios […], nosotros, Papa Francisco y Kirill, Patriarca de Moscú y de toda
Rusia, nos encontramos, hoy, en la Habana. Damos gracias a Dios, glorificado en
la Trinidad, por este encuentro, el primero en la historia”. No podía ser más
solemne el inicio de la declaración conjunta del Papa Francisco y del patriarca
de Moscú, Kirill, al término de la reunión que ambos concertaron, el pasado día
12 de Febrero, en el aeropuerto internacional de la Habana, en Cuba.
Que se trató de un encuentro histórico, no hay duda
ninguna. Después de mil años de separación, el obispo de Roma, que preside la
Iglesia católica universal, se encuentra con el patriarca de Moscú y toda Rusia.
Siendo este uno de los principales dignatarios de la Iglesia llamada ortodoxa,
al contrario de lo que acontece con los católicos, ningún obispo goza de poder
de jurisdicción universal. Mejor dicho, Kirill ni siquiera es el obispo
ortodoxo más importante, porque esa primicia, aunque meramente honorífica,
corresponde al patriarca de Constantinopla que, con todo, tiene una importancia
eclesial diminuta, dado el número residual de fieles de su diócesis, en la
cual, como el resto del ex imperio otomano, prevalece, con abrumadora mayoría,
la religión islámica.
Desde tiempos que se remontan al histórico encuentro
entre el Beato Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, las relaciones entre la
Santa Sede y el patriarcado de Constantinopla discurren por una gran cordialidad,
teniendo en cuenta que ambas sedes episcopales se consideran instituidas por
dos apóstoles hermanos: San Pedro, primer obispo de Roma, y San Andrés, a quien
el patriarcado de Constantinopla atribuye su fundación.
No se puede decir lo mismo de las relaciones entre la
Santa Sede y el Patriarcado de Moscú, que está sobre las demás diócesis en
territorio ruso, así como de las diócesis sufragáneas que, un poco por todo el
mundo, se encargan de la asistencia espiritual de los ortodoxos en la diáspora.
Por eso, ya varios pontífices romanos habían querido ir a Moscú o, por lo
menos, encontrarse con el Patriarca moscovita, pero sin éxito. Una de las
razones para esa actitud de los ortodoxos rusos tiene relación con la cuestión
de los uniatas –católicos orientales unidos a Roma, como los ucranianos
greco-católicos que Estalin integró, a la fuerza, en la Iglesia ortodoxa – y a
la creación de diócesis católicas en los territorios del Patriarcado de Moscú,
que los ortodoxos entienden que es un acto hostil de desleal concurrencia. Por
otro lado, subsisten las razones teológicas que motivaron, a finales del primer
milenio de la era cristiana, el cisma que dividió a la cristiandad en dos
grandes universos: el católico, bajo la suprema autoridad del Papa; y el ortodoxo,
compuesto por todas las sedes episcopales que no aceptaron la jurisdicción
universal del obispo de Roma.
Como expresamente se dice en el nº5 de la declaración
conjunta, el papa Francisco y el Patriarca Kirill reconocen que, no obstante la
“tradición común de los primeros siglos”, “estamos divididos por heridas
causadas por conflictos del pasado remoto o reciente” y por no pocas
“divergencias […] en la comprensión y manifestación de nuestra fe en Dios”. De
hecho, este primer encuentro no tuvo por objetivo superar esas discrepancias
teológicas sino, sobre todo, establecer un clima de confianza entre las dos
principales tradiciones cristianas, sobre todo por la confirmación de lo que
les es común y, más aún, por la urgencia y “necesidad de un trabajo común entre católicos y ortodoxos” (nº 3; cfr n º
28, etc.).
Pasando revista a la situación mundial, el Papa Francisco
y el Patriarca Kirill estuvieron de acuerdo en deplorar las persecuciones a los
cristianos (nº 8), al mismo tiempo que enaltecían el testimonio heroico de los
nuevos mártires (nº 12). Ambos pidieron que se restablezca la paz en Oriente Medio
(nº 9); llamaron la atención de la comunidad internacional hacia la situación dramática
en Siria y en Irak (nº 10); y exigieron una respuesta global al flagelo del
terrorismo y ante el peligro de una tercera guerra mundial (nº 11). Los dos
obispos cristianos también declararon que el diálogo inter religioso debe
recordar que “son absolutamente inaceptables las tentativas de justificar acciones
criminales con invocaciones religiosas”, porque “ningún crimen puede ser
cometido en nombre de Dios” (nº 13)
Es verdad que este encuentro histórico, el primero entre
un papa y un patriarca ortodoxo de Moscú, no ha puesto término a diez siglos de
cisma pero, como se suele decir, Roma y Pavía no se hicieron en un día… aunque
aún no se han superado todas las divergencias, se estableció un clima de
diálogo y confianza recíproca, que abre el camino para la tan deseada
reunificación de las dos principales iglesias cristianas. Es preciso ahora que
los católicos, sin renunciar a la integridad de la fe que profesan, mantengan
una actitud acogedora para con estos hermanos separados, y caminen a su
encuentro. Otro tanto se pide a los ortodoxos. Si ambos así hicieran, será posible
llegar a la unidad, incluso porque, como enseña la sabiduría popular, ¡todos
los caminos van a dar a Roma!
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