domingo, 7 de febrero de 2016

¡Viva la Venus capitolina!



6/2/2016, 0:20
http://observador.pt/opiniao/viva-venus-capitolina/

Esconder la Venus capitolina y otras estatuas clásicas, que son honra y gloria de la civilización europea, fue una actitud vergonzosa. ¿Qué respeto merece un país que no asume su cultura y valores?

Mucho se dice y se ha escrito a propósito de la reciente visita del presidente de Irán al Vaticano, donde fue recibido por el Papa Francisco, a quien pidió oraciones, y a Italia, donde se encontró con las autoridades italianas. Con todo, más allá de los contratos que el jefe de estado persa logró negociar, lo que más llamó la atención de la prensa internacional fue el ocultamiento de algunas esculturas que, por lo que parece, herían la susceptibilidad religiosa de Hassan Rouhani. La insólita iniciativa habría partido de la delegación iraní y llevó a las autoridades italianas a cubrir la Venus  capitolina y otras estatuas.

Es importante que la Venus desnuda, así como los otros desnudos que fueron púdicamente cubiertos, cuando estuvo el Jefe del Estado iraní en el Capitolio, formaron parte del patrimonio de la Iglesia católica, hasta el momento en que Roma fue invadida por el ejército de Garibaldi y la Santa Sede expoliada de muchas de sus obras de arte por el Estado italiano. ¡O sea, las esculturas clásicas, que ahora tanto escandalizan a los líderes iraníes, fueron coleccionadas por los papas, que celosamente las guardaron, durante siglos, en sus Estados!

Así lo recordó, el 23 de junio de 1974, cerca de un año antes de la muerte, San José maría Escrivá. Interpelado por una actriz, que deploraba la indecencia de ciertas manifestaciones artísticas, el fundador del Opus Dei manifestó su aprecio por la escultura incluso, sorprendentemente, su admiración por el desnudo clásico en general y, en particular, de la Venus capitolina:
 “-Hija mía, yo no tengo ningún inconveniente en decirte que me gusta mucho el desnudo clásico y que me permite ver la presencia de Dios. Hay una Venus, la Venus capitolina, que está en el capitolio, en Roma. No fue Satanás quien la guardó, sino los Papas quienes la guardaron y la pusieron allí, en ese museo. Está expuesta en una sala, sola, sin ninguna ropa. Yo contemplé su casta desnudez y di gracias a Dios por la belleza de las mujeres. No tuve ningún mal pensamiento, ni ningún deseo. […] ¡Hija mía, se artista! ¡Artista del alma y artista de los colores! Con simpatía, di a tus colegas artistas  que no sean ordinarios. Que, pudiendo ser criaturas de Dios, no sean animalescos. ¡Y diles también que estuviste con un padre –que tiene mucha devoción a Nuestra Señora, que es Madre castísima y Virgen Inmaculada- que admiro, con gratitud a Dios nuestro Señor, nada más y nada menos  que… una Venus: la Venus capitolina!”.

La solución encontrada por las autoridades italianas no fue, decididamente, nada feliz. Ni nada romana, por eso, si tuviéramos en cuenta que, en el centro de la plaza de San Pedro, se yergue un magnífico obelisco egipcio, que los papas no solo no han destruido – como ciertamente harían los talibanes o el Daesh, el llamado Estado Islámico- sino que respetaron y dignificaron, no obstante su carácter pagano. Además, otro tanto hicieron, salvo alguna excepción, los pontífices romanos, con los foros y el coliseo, donde fueron martirizados tantos cristianos, sin olvidar el panteón, símbolo máximo del paganismo romano, que la roma papal también conservó. Como se escribe en la biblia, ‘”Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jo 3, 17), o sea, para redimir todo lo que es genuinamente humano, todo lo que es verdadero, todo lo que es bueno, lo que es bello (cfr. Flp 4, 8).

Es razonable respetar la sensibilidad cultural y religiosa de nuestros más ilustres huéspedes, pero no hasta el punto de negar la identidad nacional, ni ocultarlos monumentos más expresivos de nuestra cultura y religiosidad tradicional. A nadie tenemos que pedir disculpas por nuestra historia, ni por nuestra cultura, ni por nuestros valores. Quien nos viene a visitar debe también aceptar el país que somos. Sería de una cobardía no disculpable ocultar la estatua de Alfonso de Alburquerque, a propósito de una eventual visita de un estadista indio; o el obelisco conmemorativo de la restauración de la independencia, con ocasión de la visita oficial de los monarcas españoles; o aún cubrir la estatua del marqués de Pombal, que tanto persiguió a la Compañía de Jesús, cuando el jesuita papa Francisco quiso bendecir, con su presencia, esta tierra de Santa María.

Esconder la Venus capitolina y las demás estatuas clásicas, que son honra y gloria de la civilización europea, fue una actitud vergonzosa y antipatriótica: no merece respeto un país que no asume su cultura y sus valores. La tolerancia es una actitud a fomentar en las relaciones con otros Estados, culturas y religiones, pero no se debe ser tolerante con los intolerantes.



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