JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS
Tristán miraba al suelo,
doblado por el peso de la tristeza que cargaba sobre sus hombros. Veía sobre
todo sombras y pedazos de cosas sin valor, pisadas por los pies de los que
pasaban sin verlas. Prefería la noche, para descansar de los sacrificios, para
soñar… para, tendido en la cama, mirar a lo alto… para las estrellas que hay en
el cielo y, también, las que brillaban dentro de él.
Isilda pasaba sus días
mirando al sol y las nubes, las flores y todos los colores del mundo.
Contemplaba la libertad, la fuerza y la simplicidad del viento, que es la forma
casi visible del amor. La sonrisa de Isolda era siempre una melodía en el trozo
de mundo en que estaba. Su corazón era tan grande y generoso como una parte del
sol, y palpitaba con un enorme amor a la vida. Sentía un vacío, como si faltase
una parte del por qué y del para qué de su alegría.
Un día se encontraron… se
abrazaron y unieron sus vidas para siempre.
Tristán descubrió que nadie
vive para sufrir.
Isilda comprendió que
nuestra alegría no tiene sentido si no fuera un regalo para otra persona… y que
cada cosa bella en el mundo es un bien que alguien nos da.
Aprendieron a amarse… tenían
el don de alentar la vida uno del otro.
A veces, los contrarios se
complementan.
Tristán e Isilda juntos,
consiguieron ver el mundo entero y todo lo que hay en él.
Antes, ninguno de los dos
estaba acertado o errado, cada uno veía solo la mitad de la verdad…
Nota final:
La elección del nombre Isilda
es un homenaje a mi madre.
Ilustração de Carlos Ribeiro
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