domingo, 12 de junio de 2016

“¡Una gran victoria de la vida!”



Hoy, defender que un niño ya concebido pero aún no nacido es parte del cuerpo de la madre es, desde el punto de vista científico, tan anacrónico como absurdo sería defender, en pleno siglo XXI, el geocentrismo.

 “¡Una gran victoria de la vida!” –con esta expresión triunfal el presidente de la comisión de ética del Centro Hospitalario de Lisboa Central (CHLC), dr. Gonçalo Cordeiro Ferreira, saludó el nacimiento, el pasado día 7 de junio, de un niño de sexo masculino, cuatro mese después de la muerte cerebral de su madre.

A pesar de que, el veinte de febrero pasado, había sido declarada la muerte cerebral de la madre, el hijo, entonces inviable, nació, ya con 32 semanas, la pasada tercera feria, en el Hospital de San José. Según el presidente de la Sociedad Portuguesa de Obstetricia y Medicina Materno-Fetal, Dr. Luís Graça, un caso tal es rarísimo, no solo en Portugal sino en todo el mundo. Afirmación además confirmada por el neuropediatra Dr. Miguel Leão, presidente del Consejo Nacional de Ética de la Orden de los Médicos, que también acompañó este proceso.

Según los especialistas, no es fácil mantener, simultáneamente, la vida de una madre embarazada, cuya muerte cerebral ha sido comprobada clínicamente, y la vida intrauterina del hijo. Obviamente, si la vida de la madre, después de su muerte cerebral, no fuese susceptible de ser mantenida por vía artificial y el hijo en ella engendrado no fuese viable, lo que generalmente sólo ocurre después de 24 semanas de gestación, habría que lamentar la pérdida irreparable de dos vidas. Desde el punto de vista ético, nada obliga a la prolongación artificial de una vida después de verificar la muerte cerebral. Pero, cuando se trata de una embarazada y el hijo aún no es viable, es moralmente exigible que se mantenga, por medios artificiales, la vida de la madre, por lo menos hasta cuando ya se pueda provocar el nacimiento del niño. Fue lo que ahora aconteció, gracias a Dios y también a la medicina portuguesa, que está, por eso, de enhorabuena.


Si las ecografías ya habían demostrado que el feto tiene una vida propia, diferente de la vida materna, estos casos aún más confirman que la vida de la madre nunca se confunde con la de su hijo, aunque este aún no haya nacido. Hoy, defender que el niño ya concebido pero aún no nacido es parte del cuerpo de la madre es, desde el punto de vista científico, tan anacrónico como absurdo sería defender, en pleno siglo XXI, el geocentrismo. No deja de ser paradójico que los partidos supuestamente más modernos y progresistas, en términos políticos, sean en general, los más oscurantistas y retrógrados desde el punto de vista científico y social.

Cuando algunos pretenden deshonrar la nobilísima profesión médica, así como los demás profesionales de la salud, atribuyéndoles funciones contrarias a la vida que contradicen el juramento hipocrático, es particularmente oportuno saludar este triunfo, no solo de la ciencia clínica, sino también de la ética humanista. Más allá del éxito técnico, importa señalar este componente humano, que tan expresivamente se verificó en este caso.

Como el “Observador” oportunamente recogió, “los médicos lloraron cuan el bebé nació”.  A su vez, la doctora Ana Escoval, presidenta del Consejo de Administración del centro Hospitalario de Lisboa Central, declaró que, cuando se produjo el tan deseado nacimiento del niño, “hubo una carga emocional fortísima”, incluso por parte de los profesionales más habituados a este tipo de situaciones. También el director clínico del Hospital de San José, Dr. Antonio Sousa Guerreiro, testimonió un sentimiento que es ciertamente común a todos los profesionales de la salud: “Tenemos una profunda tristeza por la muerte de alguien y un momento de alegría siempre que nace un niño”.

Es muy de saludar el increíble desarrollo de la técnica médica, en todos sus ámbitos, pero no es menos importante que ese progreso se realice siempre de acuerdo con los principios éticos. Por eso, no todo lo que científicamente se puede hacer debe ser hecho, o sea, es moralmente lícito.

Las experiencias médicas realizadas en los campos d concentración nazis son un triste ejemplo de lo que acontece cuando la técnica se divorcia de la ética: se convierte, en breve espacio de tiempo, en una práctica monstruosa. Cuando la ciencia no está al servicio de la vida y del bien común, se transforma fácilmente en un instrumento de opresión y de muerte. Los propios profesionales de la salud se pueden volver unos auténticos verdugos si, como en el régimen nazi, sustituyen el juramento hipocrático por una servir obediencia a las exigencias inmorales del poder, sea él político o económico.

No basta que los médicos, enfermeros y auxiliares sean buenos técnicos. Es preciso, sobre todo, que sean personas de principios morales. Si lo fueran, en ningún caso permitirán que sus conocimientos sean usados para otro fin que no sea la defensa de la vida, sea en su fase inicial, como en este caso, sea en su fase terminal, no menos digna ciertamente pero carente de ese apoyo técnico y moral.  

http://observador.pt/opiniao/uma-grande-vitoria-da-vida/


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