Según la relación, para 2015, del Alto Comisionado de las
Naciones unidas para los Refugiados (ACNUR) hay, en el mundo entero, 65,3
millones de refugiados. “Si fuesen un país, serían el 21º mayor del mundo”.
Según la relación, relativa al año 2015, el Alto Comisionado
de las Naciones unidas para los Refugiados (ACNUR), divulgado el pasado día 20
de junio, día mundial del refugiado, hay 65,3 millones de personas víctimas de
la “persecución, conflicto, violencia generalizada o violación de los derechos
humanos”. Según una expresiva, pero dramática, analogía de la misma relación,
si todos esos refugiados “fuesen un país, sería el 21º mayor del mundo”, ¡Cómo seis
veces y media la población actual de Portugal!
Son impresionantes los datos registrados en ese documento
de las naciones unidas, sobre todo si se tiene en consideración que el número
de refugiados sufrió, de 2014 hasta 2015, un incremento de 5,8 millones de
personas, como si, en doce meses, más de la mitad de la población portuguesa se hubiese visto obligada a
exiliarse, dentro o fuera de las propias fronteras nacionales. Por eso, ACNUR
considera como refugiados tanto los que se ven obligados a emigrar al
extranjero y, que, en 2015, eran 21,3 millones, como las personas desplazadas,
por idénticos motivos, dentro de su propio país, y que ese año ascendieron a
40,8 millones. A estos dos grupos hay aún que sumar los 3,2 millones de seres
humanos que buscan asilo.
También se refiere que, una parte significativa de los
refugiados, procede solo de tres países: Siria, que cuenta con 4,9 millones de
refugiados; Afganistán, con 2,7 millones; y Somalia, con 1,1 millones.
¡En cuanto a los 3,2 millones de refugiados que aguardan
que sea concedido su petición de asilo en un país de acogimiento, es dramático
el número de niños “sin acompañamiento o separadas” de sus propias familias:
98.400! ¡Casi l triple de los niños abandonados que, en el año precedente,
hicieron la misma petición: 34.300!
La dimensión de esta tragedia humanitaria ha sido una de
las grandes preocupaciones del Papa Francisco, que no se cansa de afirmar, con
palabras y actos concretos de solidaridad, que no es lícito a nadie ignorar
este drama. Ningún estado puede cerrar sus fronteras a los hombres, mujeres y
jóvenes que buscan, fuera de sus país la paz y seguridad que les fueron
injustamente negadas en sus respectivas patrias.
En este sentido, Alemania ha protagonizado, en relación a
todos los refugiados, una generosa política de acogimiento. Pero,
desgraciadamente, no todos los gobernantes y ciudadanos piensan de la misma
forma, pues también hay quien adopta una actitud de indiferencia, sino de flagrante
desprecio, en relación a la población desplazada. Por eso, en su edición del
pasado día 15, Le Fígaro publicaba una noticia escandalosa: el municipio sueco
de Oberwil-Lieli, que entre sus habitantes cuenta con cerca de trescientos millonarios, ¡pagó 290.000 francos suizos,
aproximadamente 270.000 euros, sólo para poderse dar el lujo de no recibir
refugiados!
Si Vintila Horia, también él refugiado, hubiese escrito ahora
el famoso romance Dios nació en el exilio, tal vez su título fuese: ¡Dios es un
refugiado! Y lo fue, de hecho, en su Hijo Jesucristo que, poco después de su
nacimiento, “tuvo que sufrirla violencia incomprensible de Herodes, experiencia
que-como escribió el Papa Francisco en su segunda Exhortación Apostólica- aún
hoy se repite trágicamente en muchas familias de refugiados descartados e
inermes” (A alegría do amor, 30).
Es probable que, en pleno siglo primero, una pequeña familia
judía, como era la de Jesús, María y José, se exiliase en Egipto, no solo
porque los extranjeros estaban equiparados a los esclavos, sino también porque
el pueblo hebreo, teniendo en cuenta las plagas que precedieron a su éxodo
hacia la tierra prometida, no habría dejado buenos recuerdos en ese país. Por eso,
no habrá sido fácil, para la sagrada familia, su exilio egipcio. La grandeza
histórica del reino de los Faraones, atestiguada por las magníficas pirámides, hacía
comprensible, sin justificar todo, algún pequeño desdén por aquel pequeño
pueblo errante que, precisamente fuese el escogido por Dios, en realidad era,
en términos políticos y sociales, de escasa importancia.
¡Para un cristiano, cualquier refugiado es como si fuese
otro Cristo, que hay que respetar en su dignidad herida y acoger con caridad,
por encima de las diferencias de raza, religión y cultura. Portugal hospedó
muchos judíos y niños, sobre todo austríacos, durante la segunda guerra
mundial. También ahora debe recibir fraternalmente a los refugiados que aquí
pidieron asilo, honrando de nuevo a su cristiana tradición hospitalaria!
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