¿¡Pero, qué podemos esperar…,
si no empezamos por nosotros mismos!?
·
Si aceptamos leyes que consagran la injusticia y nos discriminan
según criterios ideológicos multiplicando así las posibles divisiones; superada
la clásica división y odio entre ricos y pobres, ahora, por poner algunos
ejemplos, la principal división es entre tener o no tener trabajo; entre ser un
excluido social nativo o emigrante extranjero,
para poder así disfrutar de más o menos derechos elementales en tu
propio país. Entre ser hombre o mujer, a la hora de enfrentarse a la justicia
por haber ejercido violencia doméstica, o cuando han desparecido los lazos
afectivos entre ambos cónyuges, y la única solución es separarse, dividir las
fuerzas, y arruinarse familiar e individualmente...
·
Si por un lado el
Estado da pensiones y ayudas sociales, y
por otro consiente que los bancos, la mayoría recatados con dinero de todos,
retraigan sin la menor compasión intereses y tasas a los beneficiarios, que ni
con mucho llegan a fin de mes. Incluso permite que Hacienda les retraiga de tan
míseros ingresos cualquier tipo de deuda, impuesto o multa...
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Si renegamos de los
principios que han orientado la enseñanza durante siglos, y que han conducido a
esta sociedad a las cotas más altas de desarrollo económico, social, etc.
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Si nos desprotegemos
cuando despreciamos o renegamos de la trascendencia, que nos convierte en hijos de Dios a todos, y
nos estimula a crecer siguiendo un Modelo perfecto...
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Si no somos capaces,
ante las cotidianas y flagrantes infracciones a la cordura y al sentido
común, decir ¡NO!...
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Y así podría seguir diciendo
cuantos peldaños le hemos ido quitando, alegremente, confiadamente, pero
irreflexivamente, a la escala que de verdad nos permitiría ascender en la
mejora personal y social, con esperanza, responsablemente.
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