Europa no puede ignorar una
verdad bien evidente: sí, en tiempos pasados, tuvo que hacer frente a un
terrorismo esencialmente político, ahora es amenazada por el terrorismo que se
autoproclama islámico.
No hay palabras que puedan
expresar la estupefacción por el modo salvaje y cobarde como fue asesinado el
P. Jaxques Hamel, el pasado miércoles, en Saint Etienne du Rouvray, Francia. Y,
con todo, hay peligro de, superada la primera reacción de espanto, reducir el
hecho a un episodio de una actualidad cada vez más pródiga en noticias de esta
naturaleza. O, peor aún, ceder a la tentación de querer responder a la amenaza
del terrorismo con otro terrorismo, como pretenden los que se quieren servir de
estos acontecimientos para imponer políticas xenófobas, o contrarias a la
libertad religiosa.
Es verdad que, en el caso
del atentado de Rouen, la motivación para el crimen fue de naturaleza religiosa
y, al parecer, los ejecutores de la degollación del anciano presbítero eran
oriundos de los países árabes. ¿Quiere esto decir que todos los árabes son
posibles terroristas? Se debe suponer, ahora, que cualquier creyente del Islam
es un eventual asesino? ¿Pero, no hubo también criminales en otras etnias y
religiones? ¿La Biblia no atribuye a Dios, Señor de los ejércitos, las órdenes
de hacer la guerra a los enemigos de Israel e, incluso, de exterminar a los
infieles? ¿Aunque después de Cristo fueron prohibidas a sus discípulos
terminantemente tales prácticas a sus discípulos, imponiéndoles como ley
suprema el mandamiento nuevo de la caridad, no fueron los cruzados
protagonistas de acciones violentas contra los moros?
Como es sabido, Adolfo
Hitler, austriaco de nacimiento, era nacional-socialista y fue culpable del
exterminio de millones de judíos. Mao Tsé Tung era chino y, como dirigente
comunista, fue responsable, en términos éticos y políticos, de los millones de
víctimas causadas por su despótico y criminal gobierno. ¿Se puede entonces
concluir que todos los austriacos y chinos son potencialmente criminales? ¿Y
qué decir de los nazis y maoístas?
Tomás de Aquino distinguía
lo que es propio de una cosa por sí, de lo que sólo accidentalmente le
conviene. O sea, que Adolfo Hitler o Mao Tse Tung, respectivamente, austriaco y
chino, es algo accidental en sus biografías, pero sus elecciones ideológicas fueron
determinantes en sus acciones políticas. Por eso, tanto el nazismo como el
comunismo son doctrinas totalitarias, que legitiman el uso de la violencia y la
falta de respeto hacia los más elementales derechos humanos. Por tanto, suponer
que un austriaco, o un chino, es, por ese hecho, un posible terrorista, es
absurdo; pero temer que un nazi, o un maoísta, pueda atentar contra la
democracia, no revela ninguna injusta suposición, precisamente porque esas
ideologías son, en sí mismas, esencialmente antidemocráticas.
¿Y el Islam? Es obvio que
hay que respetar todas las religiones –la libertad religiosa es uno de los
pilares principales de la democracia y del estado de derecho- pero, así como
que todas las religiones sean para la paz como, a propósito de este atentado,
dice el Papa Francisco, no se puede negar que no son todas del mismo modo. Un
budista es, por naturaleza, un pacifista y un acérrimo partidario de la no
violencia, pero un musulmán es un creyente de Alá, por la alegada revelación de
Mahoma que, si por un lado fue un fervoroso líder religioso, por otro también
fue, como es históricamente cierto, un feroz guerrero, que “no solo predicó la
violencia contra los no musulmanes, sino que dirigió personalmente sesenta
campañas militares de enorme agresividad” (Paul Copan, Is God a moral monster?,
ed. port., pág. 358). Por eso, no es una exageración afirmar que, aunque pueda
haber un budista, o un cristiano, violento y agresivo, es más por excepción que
por regla general, no se puede decir lo mismo de todos los mahometanos. Si hay,
como es de justicia reconocer, seguidores de Mahoma que son pacíficos y
tolerantes, también los hay que siguen la vida guerrera de dicho profeta,
profesan su doctrina belicista, pretenden propagar por las armas su creencia y
quieren imponer por la fuerza el régimen islámico, excluyendo, como ya
aconteció en los países oficialmente musulmanes, la libertad religiosa y los
demás derechos fundamentales.
Bernard Lewis, tal vez el mayor
especialista occidental en la materia, escribió: “las cruzadas son un
desarrollo tardío en la historia del cristianismo [...].El cristianismo estuvo
sujeto a los ataques de los musulmanes desde el siglo VII y perdieron grandes
territorios, que habían sido conquistados por el Islam [...]. Con todo, en el
cuadro de la prolongada batalla entre el cristianismo y el Islam, las cruzadas
fueron tardías, limitadas y relativamente breves. Al contrario, la jihad está
presente desde los comienzos de la historia del Islam, tanto en los escritos
como en la vida del profeta y en los actos de sus compañeros y sucesores inmediatos.
Prosiguió durante toda la historia del Islam y continua siendo fascinante para
los musulmanes de la actualidad”, como los recientes atentados dolorosamente lo
confirman.
Es obvio que no se puede
poner en duda la libertad religiosa, ni la libertad política, de pensamiento y
de expresión pero, de modo análogo a como un nazi o como un maoísta es un
peligro para el Estado libre y democrático, también un creyente extremista es
una amenaza real para la sociedad, sobre todo si profesa una religión que
legitima el uso de la violencia. Sería injusto suponer que todos los árabes, o
musulmanes, son potencialmente criminales, incluso porque también hay, en el
llamado Estado Islámico, bastantes terroristas que no son árabes, así como,
eventualmente, mercenarios que simularán su conversión al Islam para ser
admitidos en esa milicia musulmana. Pero Europa no puede ignorar una verdad por
demás evidente: sí, en tiempos pasados, tuvo que hacer frente a un terrorismo
esencialmente político (Brigadas Vermelhas, ETA, Baader-Meinhof, IRA, etc.),
ahora es amenazada por el terrorismo que se autoproclama islámico.
Los judíos estaban
autorizados a aplicar la ley del talión: ‘ojo por ojo, diente por diente’(Ex
21, 23-25; Lv 24, 17-21).Por el contrario, los cristianos saben que, si fueran
agredidos en una mejilla, deben ofrecer la otra (cf. Mt 5, 39) y que, en cualquier
circunstancia, están obligados a amar a sus enemigos (cf. Lc 6, 35-36). Pero el
Evangelio también enseña a los creyentes a ser senillos como palomas, pero no
ingenuos, y prudentes como las serpientes (cf. Mt 10, 16).
http://observador.pt/opiniao/a-jihad-uma-ameaca-para-a-europa/
No hay comentarios:
Publicar un comentario