Daniel Medina Sierra
Hace
unos días estuve escuchando un programa de radio. Un chico que estuvo cinco
años en la calle y que actualmente se encuentra en un centro, explicaba su
experiencia; de eso no os voy a hablar porque de eso ya he hablado bastante al
respecto.
Una
frase sí que me llamó considerablemente la atención, decía denominarnos como ‘subsociedad’,
y hete aquí que empecé a pensar sobre ello y a reflexionar sobre esta singular
manera de llamarnos a todos los excluidos sociales.
‘Subsociedad’,
o así lo entendí, como si estuviésemos debajo de la sociedad, en el subsuelo,
en las alcantarillas de lo que hoy seria la sociedad actual; merece la pena ampliar
este tema.
Cuando
las personas hablan de los pobres, es cierto que lo hacen como si fuera una
especie de tribu, otra raza distinta a ellas, algo lejana e incomprensible para
ellos. La distancia, o mejor dicho, el distanciamiento con que las personas
hablan de la pobreza es signo inequívoco de que hay una barrera infranqueable
entre clases sociales.
A
veces no puedo dejar de pensar en la ignorancia voluntaria de muchas de estas
persona; me explico, cuando se habla de compromiso, de dignidad, de
responsabilidad, de verdades y mentiras, de engaños, de lucha y esfuerzo... ¡
ja! eso lo dicen personas que ni siquiera saben lo que es el significado
verdadero de estas palabras, es más, muchas de ellas jamás se lo han aplicado a
ellos mismos.
Parece
ser que cada persona sin hogar tiene que pasar un examen de consciencia, un
juicio de honor, una sentencia ya dictada y prefabricada con todos los tópicos
y perjuicios pasados, presentes y futuros. Cualquier canta mañanas del tres al
cuarto juzga tu situación y te mira por encima del hombro, como el que mira a
un insecto agonizando. Tal vez por eso diga este señor que llamó, que somos una subsociedad, no lo tengo muy
claro.
¿
Y si yo dijera que la subsociedad es la que vive al margen de la pobreza? si yo
dijera que todo el sufrimiento causado por estas personas me han hecho ver la
verdadera naturaleza de las mismas, la oscuridad de su alma, la estupidez en
grado superlativo, la falta de fuerza para afrontar la mínima parte de esta
batalla. Daría igual, ya lo creo, pero a mí no. Me hice hombre, niño, fuerte,
sensible, real, luchador, perdedor, ganador. Soy un alma libre, no dependo de
nada, si mañana muero moriré siendo nada más que un hombre. ¿Quién puede decir
eso? Que te juzguen y que te de igual porque sus juicios morales y éticos no
están a la altura de los tuyos.
Dudar
de la superación de una persona, subestimar su fuerza, sentenciar a muerte a un
ser que ha caído y creer que no se levantará jamás. Yo he vivido eso en primera
persona, como nadie creyó que me levantaría y renacería de mis cenizas. Sus
miradas antes esquivas, con resignación, ignorando mi presencia al pasar. Todos
ellos y muchos más reflejaron su verdadero ser cuando caí a las profundidades
del desconsuelo, lobos con piel de cordero. Hoy ya nadie se atreve a mirarme
así. No le he vuelto la espalda, no los he ignorado, simplemente renací, sin
dinero, sin techo seguro, pero renací y eso hace que se tambaleen todos los
cimientos de una sociedad vacía e inerte, incapaz de ver la transformación de
un ser distinto al de su recuerdo, en definitiva, mejor.
Esta
es mi definición de subsociedad, la de la falta de empatía, falta de valores
básicos, falta de honor y compromiso, una sociedad con desgana de todo, nada
les llena, nada les interesa realmente, viviendo en la inopia, sin proyectos,
sin metas, sin amistades verdaderas. El precio de este desinterés es aún más
caro que el que yo pagué por mi pobreza económica. A mí me ampararon mis
valores, mi consciencia, mi autocrítica ¿ pero que los va a amparar a estos que
ni en una situación buena conocen valores, ni consciencia de sí mismos y, por
lo tanto, incapaz de autocriticarse?.
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