domingo, 21 de agosto de 2016

La muerte como acto de consumo


JOSÉ MIGUEL PINTO DOS SANTOS 


Nadie sano de cabeza quiere anticipar ni muerte, ni impuestos

Impuestos y muerte son dos hechos desagradables de la vida. ¿Quién es el que, dentro de los límites de la ley, pudiendo pagar menos impuestos paga más? Los distraídos y los estúpidos. ¿Quién es el que, dentro de os límites de lo natural, pudiendo vivir más prefiere morir antes?  Los deprimidos y los enfermos y los locos. Es sano procurar evitar lo que es penoso y molesto, respetando naturaleza y ley positiva, y querer muerte querer impuestos es molesto y penoso.

Por esto mismo, impuestos y muerte explican muchos comportamientos aparentemente aberrantes y, a veces, hasta inducen a conductas realmente insanas. Son impuestos que llevan a automovilistas patriotas más ahorradores a hacer cuarenta kilómetros, “desperdiciando combustible”, solo para ir a abastecerse a España. Es el distante espectro de la muerte el que hace ciudadanos ahorradores pero sedentarios a pagar un gimnasio para poder correr sobre una cinta, “para quemar calorías”, como si fuesen hamsters. Siendo pues muchas y variadas las anormalidades que se hacen para evitar, o retrasar, impuestos y muerte, podemos imaginar cuantos problemas personales no dejarán de existir, y cuántos males sociales no se resolverían si, si no la muerte, por lo menos los impuestos, fuesen completamente abolidos.

Una de las principales causas de la crisis económica que  Japón atraviesa hace dos décadas está en la falta de consumo interno. Dicho de otro modo, el consumo de las familias es muy inferior a su rendimiento disponible; y solo una fracción de ahorro que de ahí se genera es utilizada por las empresas en inversión productiva. Este es un problema japonés desde hace mucho. El hecho de que las familias procuren ahorrar más de lo que las empresas pretenden invertir, en una situación en que el presupuesto del estado y la balanza exterior están en equilibrio, provoca siempre una recesión y desempleo. Para evitar estos males, sin eliminar el exceso de población, hay dos soluciones posibles: o se pasa a exportar más de lo que se importa, o el sector público pasa a gastar más  de lo que cobra en impuestos. El Japón adoptó con éxito la primera solución a partir del inicio de los años sesenta del siglo pasado. Cuando, en los años ochenta, esta primera válvula de escape dejó de expandirse, debido al choque con los principales mercados de exportación , el gobierno japonés pasó a usar también la segunda solución. Los déficit públicos se volvieron cada vez mayores y se fueron acumulando  una deuda pública tan grande (cerca del 230% delPIB) que parece no poder permitir más expansión en el uso de esta segunda válvula de escape.

Más allá de la política comercial y de la política fiscal, la política monetaria también fue utilizada. Con la expansión de la masa monetaria y el descenso de de las tasas de interés a cero,  y menos de cero por ciento, se pretendían conseguir dos efectos. El primero era hacer tan fácil y tan barato cuanto fuera posible la inversión privada (¡cuando las tasas de interés son negativas, a quien pide prestado se le paga por llevar el dinero!). El segundo era desincentivar el ahorro de las familias. De este modo se pretendía disminuir el exceso de ahorro en relación al de inversión. Pero así como se puede llevar el burro al bebedero pero no se le puede obligar a beber, se puede incentivar la inversión y el consumo, pero no es posible obligar a las empresas a invertir ni a las familias a consumir. Pocos dudan de que estas políticas ya dieron lo que tenían que dar en el Japón y no resolvieron el problema del exceso de ahorro y del consecuente estancamiento económico.

En esta difícil coyuntura, y dado el agotamiento de soluciones macroeconómicas, no solo de las tradicionales, sino también de las no convencionales, alguien dejó, el verano pasado, en una de las famosas cajas de sugerencias japonesas, en este caso en una shingikai, una idea que, dice, merece ser considerado seriamente por la burocracia gubernamental. Desarrolla una curiosa aplicación del impuesto sobre el consumo, de un modo poco ortodoxo. El impuesto sobre el consumo japonés, el shohizei, es, a todos los efectos relevantes, un impuesto semejante a nuestro IVA. Considerando que, “al lado de los ciudadanos cuales, entre la idea de la reforma a los sesenta y la muerte esperada a los ochenta y cinco años, contribuyan a la recuperación del crecimiento económico de la nación, consumiendo con ahínco y denodadamente sus ahorros, pensiones y reformas, y pagando también la parte que les toca del IVA”, propone que, “los ahorros de todos los que mueren, ricos y pobres, sean tasados a tasa de IVA”, actualmente ocho por ciento.

Repárese que este no es un impuesto sobre herencias, pagado por los herederos, como tasa progresiva sobre el montante que heredan (y que en el Japón asciende a solo el 4% de las herencias). Es la aplicación del IVA no solo al consumo realizado de hecho, sino también a todo el consumo potencial, pues ahorro es rendimiento aún por consumir. Mientras el IVA, en los moldes actuales, apenas tributa el consumo en la medida que este es hecho y deja escapar el consumo no realizado, la propuesta ahora en consideración pretende que se considere que, la muerte, el consumo potencial no realizado sea dado como consumado y, consecuentemente, sea tributado y cobrado al fallecido. La muerte pasaría a ser, a efectos tributarios, como el momento en que todo el consumo con retraso es realizado. La propuesta anota aún que, en los moldes en que está para ser aplicada, el IVA incentiva el comportamiento anti social del no consumo al conceder una exención fiscal de hecho al rendimiento no consumido.

Se prevén varias consecuencias positivas con el alargamiento de la aplicación del IVA al consumo en muerte. Una de ellas sería la anticipación del consumo aún en vida por muchas personas, con el consecuente estímulo económico. Esto permitiría disminuir el consumo público, lo que, conjugado con el aumento del cobro del IVA, haría disminuir el déficit. Permitiría además la descongestión  de los hospitales públicos. ¿Cómo? Nadie sano de cabeza quiere anticipar ni la muerte, ni los impuestos...

Professor de Finanças, AESE

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