JOSÉ MIGUEL PINTO DOS
SANTOS
Nadie sano de cabeza quiere anticipar ni muerte, ni
impuestos
Impuestos y muerte son dos
hechos desagradables de la vida. ¿Quién es el que, dentro de los límites de la
ley, pudiendo pagar menos impuestos paga más? Los distraídos y los estúpidos.
¿Quién es el que, dentro de os límites de lo natural, pudiendo vivir más
prefiere morir antes? Los deprimidos y
los enfermos y los locos. Es sano procurar evitar lo que es penoso y molesto,
respetando naturaleza y ley positiva, y querer muerte querer impuestos es
molesto y penoso.
Por esto mismo, impuestos y
muerte explican muchos comportamientos aparentemente aberrantes y, a veces,
hasta inducen a conductas realmente insanas. Son impuestos que llevan a automovilistas
patriotas más ahorradores a hacer cuarenta kilómetros, “desperdiciando
combustible”, solo para ir a abastecerse a España. Es el distante espectro de
la muerte el que hace ciudadanos ahorradores pero sedentarios a pagar un
gimnasio para poder correr sobre una cinta, “para quemar calorías”, como si
fuesen hamsters. Siendo pues muchas y variadas las anormalidades que se hacen
para evitar, o retrasar, impuestos y muerte, podemos imaginar cuantos problemas
personales no dejarán de existir, y cuántos males sociales no se resolverían
si, si no la muerte, por lo menos los impuestos, fuesen completamente abolidos.
Una de las principales
causas de la crisis económica que Japón
atraviesa hace dos décadas está en la falta de consumo interno. Dicho de otro
modo, el consumo de las familias es muy inferior a su rendimiento disponible; y
solo una fracción de ahorro que de ahí se genera es utilizada por las empresas
en inversión productiva. Este es un problema japonés desde hace mucho. El hecho
de que las familias procuren ahorrar más de lo que las empresas pretenden
invertir, en una situación en que el presupuesto del estado y la balanza
exterior están en equilibrio, provoca siempre una recesión y desempleo. Para
evitar estos males, sin eliminar el exceso de población, hay dos soluciones
posibles: o se pasa a exportar más de lo que se importa, o el sector público
pasa a gastar más de lo que cobra en
impuestos. El Japón adoptó con éxito la primera solución a partir del inicio de
los años sesenta del siglo pasado. Cuando, en los años ochenta, esta primera
válvula de escape dejó de expandirse, debido al choque con los principales
mercados de exportación , el gobierno japonés pasó a usar también la segunda
solución. Los déficit públicos se volvieron cada vez mayores y se fueron
acumulando una deuda pública tan grande
(cerca del 230% delPIB) que parece no poder permitir más expansión en el uso de
esta segunda válvula de escape.
Más allá de la política
comercial y de la política fiscal, la política monetaria también fue utilizada.
Con la expansión de la masa monetaria y el descenso de de las tasas de interés
a cero, y menos de cero por ciento, se
pretendían conseguir dos efectos. El primero era hacer tan fácil y tan barato
cuanto fuera posible la inversión privada (¡cuando las tasas de interés son
negativas, a quien pide prestado se le paga por llevar el dinero!). El segundo
era desincentivar el ahorro de las familias. De este modo se pretendía
disminuir el exceso de ahorro en relación al de inversión. Pero así como se
puede llevar el burro al bebedero pero no se le puede obligar a beber, se puede
incentivar la inversión y el consumo, pero no es posible obligar a las empresas
a invertir ni a las familias a consumir. Pocos dudan de que estas políticas ya
dieron lo que tenían que dar en el Japón y no resolvieron el problema del
exceso de ahorro y del consecuente estancamiento económico.
En esta difícil coyuntura, y
dado el agotamiento de soluciones macroeconómicas, no solo de las
tradicionales, sino también de las no convencionales, alguien dejó, el verano
pasado, en una de las famosas cajas de sugerencias japonesas, en este caso en
una shingikai, una idea que, dice, merece ser considerado seriamente por la
burocracia gubernamental. Desarrolla una curiosa aplicación del impuesto sobre
el consumo, de un modo poco ortodoxo. El impuesto sobre el consumo japonés, el
shohizei, es, a todos los efectos relevantes, un impuesto semejante a nuestro
IVA. Considerando que, “al lado de los ciudadanos cuales, entre la idea de la
reforma a los sesenta y la muerte esperada a los ochenta y cinco años,
contribuyan a la recuperación del crecimiento económico de la nación,
consumiendo con ahínco y denodadamente sus ahorros, pensiones y reformas, y pagando
también la parte que les toca del IVA”, propone que, “los ahorros de todos los
que mueren, ricos y pobres, sean tasados a tasa de IVA”, actualmente ocho por
ciento.
Repárese que este no es un
impuesto sobre herencias, pagado por los herederos, como tasa progresiva sobre
el montante que heredan (y que en el Japón asciende a solo el 4% de las
herencias). Es la aplicación del IVA no solo al consumo realizado de hecho,
sino también a todo el consumo potencial, pues ahorro es rendimiento aún por
consumir. Mientras el IVA, en los moldes actuales, apenas tributa el consumo en
la medida que este es hecho y deja escapar el consumo no realizado, la propuesta
ahora en consideración pretende que se considere que, la muerte, el consumo
potencial no realizado sea dado como consumado y, consecuentemente, sea
tributado y cobrado al fallecido. La muerte pasaría a ser, a efectos
tributarios, como el momento en que todo el consumo con retraso es realizado.
La propuesta anota aún que, en los moldes en que está para ser aplicada, el IVA
incentiva el comportamiento anti social del no consumo al conceder una exención
fiscal de hecho al rendimiento no consumido.
Se prevén varias
consecuencias positivas con el alargamiento de la aplicación del IVA al consumo
en muerte. Una de ellas sería la anticipación del consumo aún en vida por
muchas personas, con el consecuente estímulo económico. Esto permitiría
disminuir el consumo público, lo que, conjugado con el aumento del cobro del
IVA, haría disminuir el déficit. Permitiría además la descongestión de los hospitales públicos. ¿Cómo? Nadie sano
de cabeza quiere anticipar ni la muerte, ni los impuestos...
Professor de Finanças, AESE
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