domingo, 23 de julio de 2017

María Magdalena: la apóstola de los apóstoles


P. Gonçalo Portocarrero de Almada


Todas las mujeres cristianas, sin necesidad del sacramento del Orden, pueden y deben ser, sean legas o consagradas, solteras o casadas, apóstolas de apóstoles, como María Magdalena.

Con fecha del 3 de junio de 2016, el Papa Francisco, a través de uno de sus más próximos y valiosos colaboradores, el Cardenal Robert Sarah, prefecto para la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, decretó que la celebración litúrgica de Santa María Magdalena pasase a ser fiesta, a realizar todos los años el día 22 de julio, que era ya el de su memoria.

Esta promoción litúrgica de la Santa de Magdala sucede por exigencia de varios criterios pastorales que, en el referido decreto, sumariamente se refieren: “En la actualidad, cuando la Iglesia es llamada a reflexionar más profundamente sobre la mujer , la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina, pareció conveniente que el ejemplo de Santa María Magdalena fuese también puesto a los fieles de una forma más adecuada. Por eso, esta mujer conocida por haber amado a Cristo y por haber sido muy amada por Cristo, llamada por San Gregorio Magno ‘testimonio de la divina misericordia’ y por Santo Tomás de Aquino ‘la apóstola de los apóstoles’, puede ser hoy propuesta a los fieles como paradigma del servicio de las mujeres en la Iglesia”.

A este propósito, el Secretario para el Culto Divino, Arzobispo Arthur Roche, muy justamente recordó que “fue Juan Pablo II quien dedicó una gran atención, no solo a la importancia de las mujeres en la misión del propio Cristo y de la Iglesia, sino también, en particular, al especial papel de María de Magdala, siendo el primer testigo que vio al Resucitado, y la primera mensajera que anunció la resurrección del Señor a los apóstoles (cfr. Mulieris dignitatem, n. 16)”.

Cuestión más difícil es la de determinar quien fue, de hecho, María Magdalena. En el pasado, hubo quien la identificó con la pecadora que derramó el perfume en casa de Simón, el fariseo; pero la moderna exégesis desmiente esa identificación. Tal vez esa confusión haya originado la mala fama que, desde entonces, persigue a esta santa. Por eso, la tradición popular le imputa un pasado lujurioso, que la Biblia, con todo, no corrobora.

Siempre fueron muy poco indulgentes los hombres para con los pecados de esta naturaleza, que aún hoy son considerados de los más vergonzosos. En cambio, a los ojos de Dios, puede ser más grave el orgullo o la ira de un corazón que, aunque inocente de cualquier pecado carnal es, al final, más impuro. Por eso, Jesús no deja de reprobar la soberbia de los que, como los fariseos, se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a las pecadoras públicas que, en cambio, los precederían en el reino de los Cielos. Pero, aunque inocente de esos pecados, María Magdalena también tendría sus propias culpas, pues de ella se dice que “habían salido siete demonios” (Lc. 8, 2)

Más importante que averiguar el pasado, más o menos pecaminoso, de María Magdalena, interesa su virtud, su amor a Cristo, porque también ella, como además todos nosotros, solo puede ser perdonada por el amor, como Jesús enseñó al farisaico Simón: “Están perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho ” (Lc. 7,47).

Los santos no fueron, al contrario de lo que una cierta mentalidad puritana tiende a creer, los que no pecaron nunca, o los que pecaron poco, sino los que mucho amaron, aunque hubieran pecado, algunos incluso mucho. (cfr. 1Cor 13, 1-3).

María Magdalena fue una gran santa porque amó mucho y fue también muy amada por Cristo. No al modo como a algunos ignorantes les gusta ahora ‘romancear’, en novelas de cordel que tal vez sean best-sellers comerciales, sino que nada tienen de verosímil. Los desmiente la reverencia de la buena mujer de Magdala para con su Maestro el Señor, a quien trata con indiscutible amor, pero también con el respeto debido por la criatura hacia su creador. Por eso, cuando finalmente lo descubre en aquel que antes creía ser el hortelano, no lo trata familiarmente por su nombre propio, como sería de esperar entre cónyuges o amantes, sino con la deferencia que la discípula debe a su Maestro (Jn. 20, 16). También las palabras que Jesús opone al ímpetu de su efusiva alegría cuando, por fin, lo reconoce (Jn. 20, 17), señala, sin lugar a dudas, la distancia siempre observada entre la humilde sierva y su divino Señor.

Su fe se afirma sobre todo en la gloriosa resurrección de su Maestro, de la que ella será, por especialísima gracia, primera testigo. Como escribió Arthur Roche, “precisamente porque fue testigo ocular de Cristo resucitado, fue también, por otro lado, la primera en dar testimonio de Él a los apóstoles”. De este modo se convirtió en evangelista, o sea, en mensajera que anuncia la buena nueva de la resurrección del Señor.

La elevación a fiesta de la conmemoración litúrgica de maría magdalena expresa, en términos litúrgicos, el reconocimiento de su calidad de apóstola: “por eso -como dice el Secretario de la Congregación para el Culto Divino- es justo que la celebración litúrgica de esta mujer adquiera el mismo grado de fiesta dado a las celebraciones de los apóstoles en el Calendario Romano Geral y que se destaque la especial misión de esta mujer, que es ejemplo y modelo para todas las mujeres en la iglesia”.

¡Los que pretendan la promoción de las mujeres en la iglesia por vía de su clericalización, tal vez piensen que esta reforma litúrgica preanuncia su admisión al sacerdocio ministerial, pero es más lógico que quiera decir exactamente lo contrario. Por eso, si María Magdalena, sin haber recibido nunca el diaconado, ni el presbiterado o el episcopado, puede ser y de hecho fue apóstola, también todas las mujeres cristianas, sin necesidad del sacramento del Orden  en ninguno de sus tres grados, pueden y deben ser, sean legas o consagradas, solteras o casadas, no solo apóstolas, sino apóstolas de los apóstoles, como Santa María Magdalena!


http://observador.pt/opiniao/maria-madalena-a-apostola-dos-apostolos/

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