P. Gonçalo Portocarrero de
Almada
¡Gobernantes,
por favor desaparezcan! ¡Portavoces del gobierno, de las alcaldías, de
protección civil y de las fuerzas de seguridad: por favor, ¡cállense! ¡Respeten
por una vez, a las víctimas que no supieron salvar…!
¡Yo soy una víctima más de los
incendios! Solo que no sé si soy de las que el gobierno ocultó, o de las que
están bajo secreto de la justicia. Me inclino más por la segunda hipótesis, que
yo sepa, aún no ha aparecido mi nombre en ningún periódico español, ni en
ninguna lista oficial, ni siquiera me fue proporcionado algún apoyo psicológico,
a pesar de estar yo dispuesto a pagar la respectiva tasa moderadora.
Pues sí. La verdad es que no
ha ardido ninguna propiedad mía -que no las tengo- ni ninguna casa fue pasto de
las llamas, ni yo mismo sufrí alguna quemadura, gracias a Dios. Pero ardo de
indignación por lo que, desgraciadamente, no es más que un triste espectáculo,
un drama convertido en una tragicomedia. Peor aún, una falta de respeto por las
verdaderas víctimas de esta catástrofe, una falta clamorosa de sentido de
Estado de nuestras más altas personalidades, una demostración de la notoria
incompetencia de nuestros técnicos, que son peritos en eludir responsabilidades
-¡como se sabe, la culpa es, oficialmente, de los rayos y de los
eucaliptos!- y en no saber poner
término a una tragedia que, todos los años, se repite con dramática
puntualidad. ¡Es demasiado!
Es demasiado y … es además
gente. Y la menor competencia. No hay sujeto, por insignificante que sea su
función, que no aparezca, que no intervenga, que no opine, que no llore ante
las cámaras de televisión, que no suelte habladurías al micrófono, que no se deje
fotografiar junto a las víctimas carbonizadas. Confieso que, en estos momentos,
me apetece decir a estos políticos, que buscan notoriedad a costa de las
desgracias ajenas, lo que una vez Mario Soares dijo a los agentes de la
autoridad: ¡Desaparezcan!
No es menos triste, ni menos
ridículo, el pase de modelos de nuestros políticos en la pasarela de los
telediarios exhibiendo el último modelo de chalecos reflectantes. ¿¡Por qué
fingen que son operaciones de vete a saber qué cuando, ciertamente, son solo mirones
que se pasean por lo que tanto les gusta llamar ‘el teatro de operaciones’?!Sí,
para ellos, travestidos con ese disfraz carnavalesco, que finge una competencia
que manifiestamente no tienen, todo no pasa de una ensoñación, en la que no
faltan las lágrimas, las doloras confesiones de un sufrimiento que, obviamente,
no sienten. Porque el dolor verdadero se vive, por el contrario, en el luto,
con recato, en silencio y, para los creyentes, en la oración. Nadie puede ser
culpado por no sentir como propio el
dolor ajeno pero, por lo menos, respeten a quien está sufriendo y evítennos la
triste figura de mal intérprete de una pésima pieza.
Otro exceso recurrente en este
drama: para cada bombero en acción hay, por lo menos, cinco portavoces. Si el
porcentaje fuese a la inversa, un informador para cinco bomberos, probablemente
no habría tantos incendios, ni sería necesario tanto tiempo para apagarlos.
Pero no, todos tienen que parecer, todos tienen que dar su parecer, todos
tienen que hablar: habla el Gobierno, por voz del Primer Ministro o de la
Ministra de Administración Interior; hablan las Alcaldías por las personas de
sus Presidentes, seguramente en campaña electoral; habla Protección Civil;
hablan los bomberos; habla la Guardia Nacional Republicana! No solo hablan
todos simultáneamente, sobre lo mismo, incluso aún se divierten al
contradecirse: el alcalde dice que el incendio está extinguido, pero los
bomberos dicen que solo parcialmente está en fase de rescoldo, mientras
Protección Civil afirma lo contrario. Para unos, el fuego es en un municipio,
pero para otros es en el siguiente, donde ya labran las llamas. A las once de
la mañana se da la noticia de que ha caído un avión, pero al mediodía se afirma
que, al final, no se ha desplomado ninguna aeronave. Un incendio extinguido
para una entidad está solo en vías de resolución para otra, porque no hay
uniformidad en la información y todos quieren tener voto en la materia. Todos
hablan y ninguno tiene razón, porque falta autoridad y coordinación.
En todo este drama, la iglesia
católica dio, una vez más, una nota de gran dignidad y de enorme discreción. No
aparecieron obispos ante las cámaras de televisión o los micrófonos, para
querer ganar protagonismo a costa de los incendios. No hubo declaraciones
incendiarias. Los párrocos de las feligresías afectadas tuvieron la decencia de
no aparecer en público, de no llorar en la apertura de los telediarios, de no
hacer publicidad de su dolor, verdaderamente sentido, porque muchas de las
víctimas eran ovejas queridas de sus rebaños. En el silencio de su dolor y su
silencioso servicio y efectivo apoyo a los más necesitados, creyentes y no
creyentes, no exigieron tarifas sino que enseñaron, más con hechos que con
palabras, que la verdadera caridad cristiana no consiente el exhibicionismo:
2que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha…” (Mt. 6,3).
Señores gobernantes: ¡por
favor, desaparezcan! Señores portavoces del Gobierno, de las alcaldías, de
Protección Civil y de las fuerzas de seguridad: ¡por favor cállense! Respeten,
`por una vez, a las víctimas que no supieron salvar, el luto de los que lloran
a sus muertos, el pesar de los que perdieron todo. Por favor, respeten ese
dolor que, aún no siendo vuestro, es muy nuestro también.
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