La Iglesia católica fue la única institución que ayudó a defender a los
polacos en su proceso de liberación del comunismo.
Es sabido que la opinión pública
internacional no gusta de Donald Trump y que los medios de comunicación social
hicieron de todo para impedir su elección como presidente de los Estados Unidos
de América. En vano. Si Watergate fue el
exponente máximo del poder de la comunicación social, al lograr la dimisión del
presidente Richard Nixon, la elección de Trump fue tal vez su momento más bajo
porque, a pesar de su empeño en denigrar al candidato republicano, el
electorado lo escogió para la presidencia de los USA.
También en Europa es
políticamente correcto presentar a Trump como una figura menor, un sujeto basto
y ordinario que, más allá de ser una nulidad personal, es una desgracia para
los Estados Unidos de América y un peligro para la paz mundial. Es paradójico
que no pocos ‘demócratas’ se vean obligados a deplorar el sistema que
posibilitó la elección de tal energúmeno...
Sea. Donald Trump no es,
decididamente, mi ídolo, ni reúne los predicamentos recomendables para un
presidente de los Estados unidos de América; pero le concedo el beneficio de la
duda y procuro enjuiciarlo por sus actos y no por los prejuicios que alguno,
maliciosamente, alimentan al respecto.
Una reciente intervención pública
de Donald Trump hace historia: su memorable discurso del pasado día 6, en
Varsovia. El presidente norteamericano
habló en presencia de muchos millares de polacos y de las principales autoridades
del país, especialmente el premio nobel de la paz y principal obrero, con San
Juan Pablo II, de la liberación de Polonia: Lech Walesa.
“Como la experiencia polaca nos
recuerda, la defensa de occidente depende, en última instancia, no solo de los
medios sino también de la voluntad de su pueblo para triunfar. La cuestión
fundamental de nuestro tiempo es si occidente tiene voluntad de sobrevivir”,
afirmó Trump en la histórica plaza Krasinski, frente al monumento a la
resistencia polaca durante la ocupación nazi.
“La historia de Polonia es la historia de
personas que nunca perdieron la esperanza, que nunca desistieron y que nunca
olvidaron quienes eran”, prosiguió Trump. Y añadió: “Nuestra propia lucha, en
defensa de Occidente, no comienza en el campo de batalla”, sino “comienza en
nuestras mentes, nuestra voluntad y en nuestras almas”.
Trump elogió la nación mártir
polaca, tantas veces suprimida del mapa por las apetencias imperialistas de sus
vecinos, Alemania y Rusia, principalmente cuando, por virtud del pacto
Rbbentrop-Molotov, fue sucesivamente invadida por los ejércitos nazi y
soviético.
El régimen comunista duraría
hasta las primeras elecciones libres, en junio de 1989, cinco meses antes que
la caída del Muro de Berlín. De este largo y doloroso proceso de liberación,
Donald Trump, destacó la acción decisiva de San Juan pablo II, evocando la
extraordinaria vitalidad espiritual polaca. Como dice un mártir polaco, el
obispo Miguel Kozal: “Peor que una derrota militar es el colapso del espíritu
humano”.
Sin libertad, sin partidos o sindicatos
libres, sin derecho a la libre expresión, la Iglesia católica fue la única
institución que apoyó y defendió a los polacos en su lucha contra el yugo
soviético. Por eso, en los astilleros de Gdansk, los mineros en manifestación
no sólo se confesaban públicamente sino que hacían que ahí se celebrase la
misa, por padres que pagaron con su vida la osadía de dar apoyo espiritual a
los defensores de la libertad, como fue el caso de Jerzy Popieluszko, asesinado
el 19 de octubre de 1984, por la policía política del régimen comunista polaco.
En la conquista de la libertad
política y religiosa de Polonia, San Juan Pablo II fue determinante, como Trump
tuvo la honestidad intelectual de reconocer: “Cuando, el día 2 de junio de
1979, un millón de polacos llenó por completo la Plaza de la Victoria para la primera misa
con el Papa polaco, todos los comunistas de Varsovia deben haber percibido que,
muy pronto, su régimen opresivo se desmoronaría. Deben haber percibido eso en
el momento exacto en que, durante la homilía del papa Juan Pablo II, un millón
de polacos, hombres, mujeres y niños, juntaron sus voces en un clamor unánime.
Un millón de polacos que no exigían bien estar, que no pedían privilegios, sino
que solo dijeron estas tres simples palabras: “¡Nosotros queremos a Dios!”
Según el presidente de los
Estados Unidos, “los polacos, los americanos y los europeos gritan aún: “¡Nosotros
queremos a Dios!” Trump no solo cree que es así sino que también lo dice delante de una
multitud que no cesaba de aplaudir, al mismo tiempo que, repetidamente,
vitoreaba su nombre.
El presidente norteamericano
destacó aún que “una Polonia fuerte es una bendición para Europa, y una Europa
fuerte es una bendición para el mundo” y fijó el compromiso de su gobierno con
Polonia y con “una Europa fuerte y segura. Europa, más que dinero, riqueza o
armamento, está falta de espíritu, de alma. Y, en nuestro país, faltan estadistas
que, conscientes de nuestra historia e identidad nacional, sean capaces de
galvanizar todas las voluntades en torno
a un ideal solidario que, sin demagogias ni nacionalismos tardíos, cumpla con
Portugal.
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