Hay quien desea que la Iglesia Católica se convierta en una especie de organización no gubernamental, dedicada a causas sociales y ecológicas. En el fondo, en una Iglesia sin Dios.
Aún es pronto para
saber cómo recordará la Historia al Papa Francisco, pero una cosa
es cierta: ya le puede reconocer un gran milagro. ¡Es así que,
gracias al actual vicario de Cristo, algunos teólogos, que siempre
hablaron mal de los papas, cuestionaron la pertinencia evangélica
de su jurisdicción eclesial y criticaron su magisterio, son ahora,
por obra y gracia de Francisco, más papistas que el Papa! La pena
es que, para el loable propósito de enaltecer al romano pontífice,
se sientan obligados a criticar a la Iglesia, principalmente en las
personas de algunos de sus obispos y sacerdotes.
Los eternos profetas de la reforma de la Curia romana ven en Francisco al mesías esperado, que hace tanto aguardaban. Quieren que Bergoglio empuñe el látigo con que Jesucristo expulsó a los vendedores del templo, para arremeter con furia contra las vanidades eclesiásticas, o el carrerismo de los prelados y las mezquinas ambiciones clericales de poder. Es, sin duda, una excelente intención, pero conviene no olvidar que, si Francisco hoy es Papa y y antes fue cardenal, arzobispo y obispo, también hizo una 'carrera' que, evidentemente, lo llevó a la cima de la organización eclesial. Y, como él, muchos otros cardenales y obispos ascendieron, por gracia de Dios y mérito de su competencia y dedicación pastoral, a los lugares que hoy ocupan, sin ninguna ambición de poder, ni deseo de protagonismo personal. ¿No tendrán esa ambición los resabiados que tanto critican las dignidades? Como se suele decir, quien desdeña quiere comprar...
Desengáñense los que piensan que el papa Francisco va a convertir la Iglesia católica en una especie de comuna, sin diversidad de funciones, porque la jerarquía eclesial es de origen sobrenatural: no es una opción política históricamente superada, sino expresión de la voluntad del divino fundador de la Iglesia. Jesucristo no solo constituyó a los apóstoles como príncipes de la Iglesia -no en el sentido nobiliario del término, sino como sus primeros servidores- también instituyó al papa como cabeza del colegio episcopal y de la comunión eclesial, la que preside en la caridad, precisamente porque es el siervo de los siervos de Dios.
En realidad, hay quien, aunque elogiando la reforma de la curia romana, en el fondo desea su extinción: más que una reforma, quieren una revolución, que convierta a la Iglesia en una especie de orgnización no gubernamental, dedicada a causas sociales y ecológicas, pero sin dogmas ni moral; sin normas ni tribunales; sin sacramentos ni oración. En el fondo, una Iglesia sin Dios, que se confunda con la ONU, la Cruz Roja, UNICEF, Greenpeace o la FAO, totalmente entregada a cuestiones sociales económicas, pero olvidando completamente la misión salvífica que le fue encomendada por Cristo.
Quien, en pleno soglo XXI, habla de 'obispos ambiciosos y vanidosos', que no tiene “celo por sus ovejas”, ciertamente vive en la corte de los Médicis, o los Borgia, porque los obispos son, sobre todo, pastores y, además, pastores de pastores que huelen a las ovejas que buscan continuamente, con gran celo, y guían con su fecundo ministerio episcopal. ¡Cuántas visitas pastorales, hasta las parroquias más distantes! ¿Cuántas ghoras pasadas por nuestros prelados en los hospitales, en las guarderías, en los centros de día, en las residencias de la tercera edad, en los escuelas! ¡Cuánta disponibilidad en acoger a los mayores, tantas veces rechazados por las propias familias, y los más jóvenes, que los políticos desprecian, porque no votan, y de los poderosos se despreocupan, porque no tienen importancia económica!
Lo mismo se puede
decir de la casi totalidad de los padres: si, en tiempos pasados, tal
vez la ordenación sacerdotal pudo significar una promoción y
garantizar un cierto estatus social y económico, hace mucho que ya
no es así. No hay ningún padre, ciertamente, en portugal, que
ambicione estar “por encima de los fieles”, porque todos saben
que su lugar, que gustosamente ocupan, es “al servicio de los
últimos”. De estos presbíteros, es cierto, la prensa no habla,
pero son los que están presentes cuando hay incendios, como se vio
recientemetne, cuando hay desempleo, cuando hay soledad, cuando hay
enfermedades, cuando falta esperanza, etc.Los eternos profetas de la reforma de la Curia romana ven en Francisco al mesías esperado, que hace tanto aguardaban. Quieren que Bergoglio empuñe el látigo con que Jesucristo expulsó a los vendedores del templo, para arremeter con furia contra las vanidades eclesiásticas, o el carrerismo de los prelados y las mezquinas ambiciones clericales de poder. Es, sin duda, una excelente intención, pero conviene no olvidar que, si Francisco hoy es Papa y y antes fue cardenal, arzobispo y obispo, también hizo una 'carrera' que, evidentemente, lo llevó a la cima de la organización eclesial. Y, como él, muchos otros cardenales y obispos ascendieron, por gracia de Dios y mérito de su competencia y dedicación pastoral, a los lugares que hoy ocupan, sin ninguna ambición de poder, ni deseo de protagonismo personal. ¿No tendrán esa ambición los resabiados que tanto critican las dignidades? Como se suele decir, quien desdeña quiere comprar...
Desengáñense los que piensan que el papa Francisco va a convertir la Iglesia católica en una especie de comuna, sin diversidad de funciones, porque la jerarquía eclesial es de origen sobrenatural: no es una opción política históricamente superada, sino expresión de la voluntad del divino fundador de la Iglesia. Jesucristo no solo constituyó a los apóstoles como príncipes de la Iglesia -no en el sentido nobiliario del término, sino como sus primeros servidores- también instituyó al papa como cabeza del colegio episcopal y de la comunión eclesial, la que preside en la caridad, precisamente porque es el siervo de los siervos de Dios.
En realidad, hay quien, aunque elogiando la reforma de la curia romana, en el fondo desea su extinción: más que una reforma, quieren una revolución, que convierta a la Iglesia en una especie de orgnización no gubernamental, dedicada a causas sociales y ecológicas, pero sin dogmas ni moral; sin normas ni tribunales; sin sacramentos ni oración. En el fondo, una Iglesia sin Dios, que se confunda con la ONU, la Cruz Roja, UNICEF, Greenpeace o la FAO, totalmente entregada a cuestiones sociales económicas, pero olvidando completamente la misión salvífica que le fue encomendada por Cristo.
Quien, en pleno soglo XXI, habla de 'obispos ambiciosos y vanidosos', que no tiene “celo por sus ovejas”, ciertamente vive en la corte de los Médicis, o los Borgia, porque los obispos son, sobre todo, pastores y, además, pastores de pastores que huelen a las ovejas que buscan continuamente, con gran celo, y guían con su fecundo ministerio episcopal. ¡Cuántas visitas pastorales, hasta las parroquias más distantes! ¿Cuántas ghoras pasadas por nuestros prelados en los hospitales, en las guarderías, en los centros de día, en las residencias de la tercera edad, en los escuelas! ¡Cuánta disponibilidad en acoger a los mayores, tantas veces rechazados por las propias familias, y los más jóvenes, que los políticos desprecian, porque no votan, y de los poderosos se despreocupan, porque no tienen importancia económica!
Si alguien tiene el
“celo de sus ovejas”, son los mismos obispos y párrocos de
nuestro país, incansablemente entregados a su agotador ministerio
pastoral. Pero tal vez algunos teólogos hayan perdido el contact
con la realidad de la Iglesia, encerrados en sus asépticos
laboratorios de sociología eclasial, donde no hay lugar para la
trascendencia del Espíritu, ni esperanza sobrenatural Por eso, aún
se imaginan una Iglesia preconciliar, no solo anterior al Vaticano
II, sino también al Concilio de Trento... No huelen a oveja porque
no las tienen, ni las buscan, tan entretenidos andan en sus
soliloquios teológicos, en que es difícil encontrar algún amor a
Dios o desvelo pastoral.
Cuando, en tiempos de San Bernardo, la sede petrina quedó vacante, tres cardenales eran tenidos por los más 'papables': uno era muy devoto, otro era sapientísimo y el tercero destacaba por su prudencia. Interrogado el santo de Claraval sobre cual de los tres debería ser elegido, dijo: “el piadoso, que rece por nosotros; el sabio, que nos enseñe; el prudente que nos gobierne”.
San Juan Pablo II, el Grande, es el santo que por todos nosotros, en el cielo, ahora intercede. El Sabio Benedicto XVI es uno de los mayores teólogos contemporáneos y una fecundísima fuente de inspiración teológica. ¿Y el papa Francisco? Aún es pronto para caracterizar su pontificado, pero quiera Dios que, dado su saludable ánimo reformista, la Historia lo venga a recordar por su prudencia como buen pastor.
Cuando, en tiempos de San Bernardo, la sede petrina quedó vacante, tres cardenales eran tenidos por los más 'papables': uno era muy devoto, otro era sapientísimo y el tercero destacaba por su prudencia. Interrogado el santo de Claraval sobre cual de los tres debería ser elegido, dijo: “el piadoso, que rece por nosotros; el sabio, que nos enseñe; el prudente que nos gobierne”.
San Juan Pablo II, el Grande, es el santo que por todos nosotros, en el cielo, ahora intercede. El Sabio Benedicto XVI es uno de los mayores teólogos contemporáneos y una fecundísima fuente de inspiración teológica. ¿Y el papa Francisco? Aún es pronto para caracterizar su pontificado, pero quiera Dios que, dado su saludable ánimo reformista, la Historia lo venga a recordar por su prudencia como buen pastor.
http://observador.pt/opiniao/o-milagre-do-papa-francisco/
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