P. Gonçalo Portocarrero de Almada
Una cadena se supermercados alemana, para evitar el “uso de símbolos religiosos”, decidió suprimir, en su publicidad, las cruces de dos cúpulas de una iglesia ortodoxa de la paradisíaca isla griega de Santorini. En aclaración posterior, por su portavoz en Bélgica, la empresa, que comercializa yogures y otros productos helénicos, afirmó: “Evitamos el uso de símbolos religiosos, porque no queremos excluir ninguna creencia religiosa. Somos una empresa que respeta la diversidad de ahí el diseño de esos embalajes”. Un caso para decir: peor la enmienda que el soneto.
Las reacciones, como era de suponer, no se hicieron esperar, comenzando por la declaración indignada de un obispo griego ortodoxo, que vive en el reino Unido y que exigió la reposición de las cruces retiradas a través de photoshop: “Ellos ofenden a todos los cristianos, no solo a los griego, aunque la iglesia sea griega. Espero que muchos más se manifiesten contra esa estúpida decisión”. Excusado sería decir que, en las redes sociales, la empresa fue blanco de los más mortíferos comentarios porque, como es sabido, el ridículo mata.
Que me disculpe el metropolita heleno, pero coincido con dicha cadena de supermercados cuando afirma que es su principio no “usar símbolos religiosos” en su publicidad, aunque también lamente la incoherencia de utilizar una iglesia ortodoxa en el referido anuncio. Sin ofender la libertad creativa y de expresión que a todos nos asiste, hay límites éticos que respetar en la publicidad: no es legítimo utilizar niños, sin el consentimiento expreso de sus padres o tutores; no se debe exponer la fotografía de un adulto, sin su expresa autorización; no son admisibles imágenes chocantes, o indecentes; etc.
Tampoco se deben utilizar figuras públicas, o sea, personajes cuya carga institucional o simbólica deba ser respetada. Por eso, recurrir a la figura del Sumo Pontífice para publicitar un zumo, como ya sucedió, es, por lo menos, poco elegante. También sería ofensivo utilizar una imagen del Dalai Lama, con un brazo desnudo, para promover un desodorante; o nuestro sonriente Jefe de Estado, como publicidad de cualquier dentífrico... Otra cosa, muy diferente, es que alguna personalidad pública -un atleta, un artista, etc.- acepte, gratuitamente o no, promover publicitariamente alguna causa o producto comercial.
Es contradictorio usar una fotografía de una iglesia ortodoxa y, al mismo tiempo, afirmar que no se pretende hacer “uso de símbolos religiosos” pues, salvo mejor opinión, ¡un templo cristiano es eso mismo, un símbolo religioso por excelencia! Usar una fotografía de dos cúpulas ortodoxas es recurrir a la simbología religiosa, aunque se retiren las respectivas cruces, como es obvio.
Más grotesco fue decir además que no querían “excluir ninguna creencia religiosa. Somos una empresa que respeta la diversidad”. No quiere “excluir ninguna creencia” ¿¡significa que, en adelante, van a incluir referencias de todas las religiones en la publicidad que hicieren?! ¿¡Por ejemplo, en Navidad, más allá de las tradicionales figuras judeo cristianas, también van a representar en el Belén a Buda, al lado de Mahoma?¡ ¿¡Y, para satisfacción de los hindúes, van a promover la vaca sagrada tradicional?! Deberá el burro llevar, por maliciosa hipótesis, la honrosa representación de los ateos, cuya exclusión del belén sería no solo inconstitucional, por discriminatoria, como contraria a un Nacimiento política y constitucionalmente correcto, o sea, verdaderamente inclusivo y multicultural?!
¿Pero, será la estatua del marqués de Pombal un ultraje a la República, por haber sido el susodicho un feroz defensor del régimen monárquico?! O. habiendo sido Sebastián José de Carvalho y Melo un déspota, su efigie insulta a la democracia?! ¿Es que que la mezquita de Lisboa es ofensiva para los católicos y parea otros creyentes no musulmanes?!¿Por qué razón el argumento solo funciona en detrimento de los católicos, y nunca en su favor?! ¿¡Es solo un pretexto -uno más- para impedir la presencia pública de la Iglesia y confinarla a las sacristías?!
No es necesario que
las empresas sean ecuménicas en su tratamiento publicitario: basta
que sean verdaderas y respetuosas con la cultura tradicional, en
todos sus valores, también los religiosos. La supresión de las
cruces de las cúpulas de la iglesia ortodoxa, antes de ser una
ofensa religiosa, es una falsificación histórica y, por lo tanto,
una mentira que insulta a todos los griegos y engaña, no solo a los
ortodoxos. También los partidarios de un régimen totalitario, de
triste memoria, eran peritos en retirar, de las fotografías
oficiales, a los camaradas que iban cayendo en desgracia porque,
como decían, el pasado era de ellos y era como ellos querían que
fuese. No es aceptable, en ningún caso, esa manipulación de la
verdad, sea por razones políticas o por conveniencia publicitaria.
Desde el punto de vista científico, la falsificación de la historia es una falta de honestidad intelectual. En términos comerciales, la manipulación fraudulenta de las imágenes reales es posible que esté sujeta a sanción porque es, por lo menos, publicidad engañosa.
Desde el punto de vista científico, la falsificación de la historia es una falta de honestidad intelectual. En términos comerciales, la manipulación fraudulenta de las imágenes reales es posible que esté sujeta a sanción porque es, por lo menos, publicidad engañosa.
http://observador.pt/opiniao/publicidade-enganosa/
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