Pablo Garrido Sánchez
La misericordia como principio
El
papa Francisco dedica los últimos números de este capítulo ocho a
poner de relieve la Misericordia
divina como principio de actuación en
todo el proceso de acompañamiento, discernimiento e integración de
las personas en situaciones consideradas irregulares. Tomar
en serio la Misericordia divina exige discernimiento, y el
discernimiento práctico
nos complica la vida, porque lleva a las
fronteras donde no cabe otra cosa que fiarse de DIOS y demoler las
seguridades construidas de modo artificial.
Es una falacia proponer alternativas como justicia o misericordia. La
Justicia divina no puede acercarse a nosotros más que a través de
su Misericordia dada nuestra precariedad y limitación. Y
la Misericordia divina por su perfección y omnipotencia nos hace
justos ante DIOS mismo por pura Gracia.
Las acciones que nosotros realizamos que se puedan catalogar como
meritorias pertenecen al orden mismo de la Gracia, y en todo caso
damos gratis lo que gratis hemos
recibido (Cf. Mt 10,8 ). La vara para
medir, sólo DIOS la tiene; la balanza para juzgar está en las manos
de DIOS; y las condenas resolutorias
pertenecen a la máxima soberanía divina (Cf. Lc 6,37 ).
JESÚS no despreció la Ley contenida en el Antiguo Testamento, pero
la relativizó al bien del hombre mismo: “El sábado está hecho
para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc. 2,27).
Primera y segunda generación cristiana
La
doctrina de san Pablo sobre el matrimonio, perteneciente a la
primera generación cristiana, contempla el divorcio en atención
a los impedimentos para vivir la Fe por parte del cónyuge creyente
(Cf. 1Cor 7,15) San Pablo sabía del mandato del SEÑOR en
cuanto a la indisolubilidad del vínculo matrimonial (Cf. 1Cor 7,
10). Entramos en este caso en una situación en que ha de aplicarse
la gradualidad en el cumplimiento de la norma o de la ley prescrita
(Catecismo de la Iglesia Catolica,n.1735 y 2352). El principio está
dado, el SEÑOR lo dejó establecido, pero existen casos en que el
propio principio no es posible mantenerlo en orden a un bien mayor.
El
evangelio de san Mateo
se escribe entrada la segunda generación cristiana, allá por el año
ochenta, y recoge la práctica habida en las comunidades mateanas que
enmarcan el ámbito en el que se va a escribir este evangelio. Las
palabras del SEÑOR sobre la indisolubilidad del matrimonio eran
conocidas por estas comunidades, pero
como las comunidades evangelizadas por san Pablo establecieron
excepciones a la norma o principio, que venía de los orígenes y que
elevó a vínculo indisoluble el propio JESÚS: Lo
que DIOS ha unido, que no lo separe el hombre
(Mt 19,6). Para los exégetas actuales
la excepción a la permanencia del vínculo matrimonial una vez
establecido radica en el propio adulterio que establece una traición
al compromiso adquirido ante DIOS en la unión matrimonial.
La Ley judía podía llegar a la lapidación de la mujer, si esta era
la parte culpable, y en cualquier caso el marido tenía la obligación
de darle el acta de divorcio. Por tanto, es
lógico que las primeras comunidades recogiesen la salvedad del
adulterio para considerar disuelto el vínculo.
Otra cosa distinta era la separación o
divorcio “por cualquier causa” (Mt, 19,3). Cualquier causa”
abarcaba desde cualquier nimiedad, como
un grano en la mujer en una zona del cuerpo que al marido no le
gustase; otras cosas más importantes como aspectos del carácter que
hiciesen inconveniente la convivencia. El
divorcio era y es una institución recogida dentro del Pentateuco y
JESÚS la supera, pero las primeras comunidades entienden que puede
haber excepciones al propio principio establecido por JESÚS. La
discusión exegética entre el texto del evangelio de Marcos (Mc,
10,9), y el evangelio de Mateo que establece el caso de adulterio
para conceder el divorcio, supone un criterio a tener en cuenta para
entender la posición de la Iglesia Católica con respecto a esta
cuestión capital de la convivencia humana.
Las
dos excepciones consideradas, la de san Pablo y la de san Mateo, nos
dispone de nuevo a considerar la validez
normativa de un principio moral y espiritual, y la gradualidad en el
cumplimiento del mismo. El papa
Francisco quiere disponernos a la difícil tarea del discernimiento
que afecta a uno mismo y que debe tener en cuenta las situaciones
ajenas. La escala de grises es grande, pero no
puede convertirse en la puerta de entrada al relativismo moral,
por lo que desde el principio hasta el
final todo el proceso de discernimiento tiene que estar presidido por
una conciencia clara y creciente de la Misericordia divina,
que hace posible que la Justicia divina sea justa para los hombres.
Una justicia humana o divina sin la presencia de la Misericordia se
convierte en la más flagrante de las injusticias. Una
justicia, que no tenga en cuenta las circunstancias y los
condicionamientos humanos, tanto internos y personales como
sociales, deriva en una condena sin paliativos en la mayoría de los
casos. Una justicia sin Misericordia,
¿es una justicia realista? Una justicia sin misericordia, ¿juzga a
la persona en su integridad y misterio, o lo hace parcialmente? DIOS,
¿puede prescindir de su Misericordia para juzgar? Decimos: Dios es
Santo y es perfecto, ¿lo es por su Justicia o por su Misericordia?
DIOS es Justo y Santo e incompatible con el pecado, pero es capaz de
santificar y justificar al pecador, manifestando así su
omnipotencia. En este punto se encuentra la fuente regeneradora que
emana de la Cruz de JESÚS. No existe
pecado que en la Cruz de JESÚS no haya quedado destruido y no hay
situación que no pueda ser restablecida desde la omnipotencia
encerrada en la máxima debilidad humana del CRUCIFICADO.
Ninguna jerarquía eclesiástica o cristiano de a pie se debería
apartar de este principio redentor para resolver, desde ahí, todas
las situaciones humanas que estando tan desfiguradas ya no parecen
humanas como reza el salmo veintiuno y el cuarto cántico del Siervo
de YAHVEH (Slm 21,; Is 53,2).
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