La “filosofía de las máquinas” ha
sustituido a la filosofía clásica que parte de la realidad del
hombre, compuesto de cuerpo y mente; dócilmente hemos dejado ir
tomando posesión de nuestra voluntad, de nuestros deseos y
aspiraciones al producto de las máquinas, al consumo, sin reparar en
causas, consecuencias, conveniencias, procedimientos, lo que importa
es la producción constante y novedosa. Mientras, los seres humanos
hemos ido perdiendo capacidad de supervivencia, de renuncia, de
fortalecimiento de nuestra voluntad y de nuestra libertad por lo
tanto.
El reino del materialismo se ha
impuesto por fin, como no lo había hecho nunca en la historia de la
humanidad, hasta la máxima institución universal, la ONU, toma como
modelo esta filosofía y la aplica a los nuevos derechos humanos que
pretenden corregir a la misma naturaleza, con ello la idea de
universalidad se tergiversa o se descompone en la sede que la
representa y se supone que debiera defenderla. Esta atrayente
filosofía nos ha ido conquistando por la comodidad, no hay que
pensar, y las falsas expectativas, aturdiéndonos con un lema
machacón y persuasivo: “a la felicidad por el consumo”.
Consumimos sin parar para que el
sistema productivo no se detenga, y con ello se desmonte la
“filosofía de la máquina”, como se han desmontado
históricamente otras teorías, el comunismo y el totalitarismo, por
ejemplo, pero consumimos porque esa felicidad prometida no llega del
todo nunca, y creemos que es porque aún es poco lo que consumimos y
seguimos, y seguimos…hasta que hemos tropezado con una crisis como
nadie se esperaba, de ahí que algunos se empeñaran en disimularla,
otros hayan tardado en reconocerla mucho tiempo, y los que la
denunciaban eran antipatriotas, fundamentalistas, y qué se yo
cuántos adjetivos más.
Las víctimas de la crisis, los parados
y los pobres, no han parado de crecer, pero no se les tiene en cuenta
más que por el número, porque su número nos aterra, millones y
aumentando día a día, hora a hora, y lo repetimos para librarnos
de caer en él pero no para acudir en ayuda de los caídos en esta
guerra sin armas, para ellos no hay esperanza, porque no pueden
consumir; entonces sucede que cada vez sobran más hombres. Las
grandes empresas siguen inventando para consumir más, pero no hacen
nada para que el progreso llegue a todos y así nos salvemos todos,
piensan con la “filosofía de máquina”, pero las máquinas no
piensan como un hombre, no saben de cuidar y alimentar una familia,
no saben que todos los hombres tienen derecho al trabajo, y que el
hombre está por encima de la máquina.
Menos mal que el que sobre tanta gente
no nos ha llevado a una guerra, que sería la tercera; ¿o en
realidad la vivimos ya?, una guerra difusa, más sofisticada que las
dos anteriores y que se lleva a cabo persona a persona, vecino a
vecino, para lo cual se inventan nuevas diferencias y divisiones, por
ejemplo: entre hombres y mujeres, o el temerario derecho a elegir
la “naturaleza” que uno quiera, o la división y enfrentamiento
permanente entre los partidos políticos e instituciones, y las
disputas soeces y enfrentamientos dirigidos, interesados y pagados,
en las cadenas de televisión y las tertulias radiofónicas, las
calificaciones extremistas: o eres “progre” o eres
“integrista”, no hay término medio, porque no hay cultura, ni
respeto; como digo, hay un enfrentamiento minucioso, tenaz, absurdo,
es el enfrentamiento por el enfrentamiento, hay como una voluntad
irrefrenable de diferenciarse del otro; (hasta en las modas pasa
esto: miras al conjunto y ves a todo el mundo igual, más o menos,
pero los jóvenes sobre todo hacen notar sus diferencias, que un
bolsillo aquí mejor, que si me corto el pelo en círculos o en
cresta, la cresta así o asá, etc., etc.)
Pero, ¿Quién puede estar tan
interesado en dividirnos a los seres humanos hasta este extremo?,
¿A quién beneficia? Yo creo que nos tiene ya muy dominados.
Hemos cogido el ritmo de las máquinas,
pero no de unas máquinas cualesquiera, sino de las más
sofisticadas, esas que funcionan sólo con hablarles o tocar un
minúsculo botón o tecla. Y así queremos que nos respondan las
personas, los niños incluso, los padres, los profesores, los
gobiernos; además tienen que responder a nuestro gusto, no hay
tiempo para la cortesía, el perdón, la explicación serena y
razonada. No sé por qué me repugna tanto la expresión que se ha
puesto de moda en todos los ambientes: el “sí o sí”; añoro el
uso del subjuntivo, del condicional, del futuro imperfecto de
subjuntivo, que demuestran educación, conocimiento, tolerancia y
cultura en quien lo emplea.
Muchas veces he comparado el presente,
la globalización famosa, con la torre de Babel, no quiera Dios que
el momento presente se asemeje a las doce plagas o al diluvio
universal y nos ahoguemos esta vez en nuestra propia miseria. Hemos
sido muy soberbios, empezó ya en el siglo XVIII una corriente que no
ha cesado en sus intentos por imponerse a toda la sociedad, primero
eran debates entre sabios, pero luego cayó en manos de políticos e
iluminados provocando grandes catástrofes, humanas, se entiende, que condujeron a la sociedad a una guerra civil, cainita, persiguiendo
la destrucción total del contrario; despreciando así el derecho
internacional se impuso la guerra total, universal por su extensión
y porque toda la sociedad quedaba implicada, no se respetaría ni a
los niños ni a los ancianos, ni los hospitales, nada, había que
erradicar de la humanidad al enemigo.
Hasta el momento hemos sobrevivido a
dos guerras mundiales, pero el triunfo de los “buenos” siempre
dejó un resquicio por el que de nuevo surge esa corriente
destructora que persigue un “nuevo orden”, ahora lo llaman
“sistema”, hay que acabar con el sistema, dicen los “indignados”
(yo lo estoy, pero no como ellos ni con ellos); ¿pero no estamos en
una democracia? ¿hay un sistema mejor?
En estos tiempos esa tendencia a la
soberbia se ha instalado en todos, ahora ya es universal, universal
en su expansión y universal en cuanto a que la mayoría de las
personas nos hemos dejado seducir, queriendo o sin querer hemos
desplazado a Dios del primer lugar de nuestra vida y consideración,
y así nos hemos cargado la sociedad, los principios que la vertebran
y la hacen habitable: el respeto sagrado al bien común, a la justicia
y la verdad , el respeto a la herencia recibida. Recuerdo aquí un
libro muy ilustrativo sobre la crisis que vivimos y que a mi entender
va a resultar profético: “El retorno de los césares”, de Don
Manuel Otero Novas.