lunes, 11 de junio de 2012

La nada y la luz




Reconozco que me he acostumbrado a la charla con mi amigo Fermín, ya no es una mera cuestión de gusto o agrado por los temas que tratamos o por su forma de hablar, es que hay un trasfondo más sutil,  una realidad que me atrae y me conmueve: con qué convicción habla de Jesús, cómo sabe llevar su discapacidad en una silla de ruedas manual, con qué naturalidad dice estar en fase terminal; que no guarda rencor alguno a causa de su orfandad desde niño y de haber sido encerrado en un orfanato por sus propios hermanos; que la aparición de la enfermedad degenerativa hereditaria en plena juventud, truncando su vida profesional y comercial, no le hace sentirse fracasado.

A pesar de todo esto, Fermín sonríe continuamente, da gracias a Dios por todas las ayudas que recibe, de él primero y de los hombres después; no se avergüenza ni se queja de dormir en el cajero de un banco, ni por ello ha renunciado a seguir buscando una forma de ganarse la vida por sus propios medios, tiene un proyecto de una generosidad extrema para invertir las ganancias ¡Qué forma tan extraordinaria de devolver bien por mal!, ¡Qué forma tan ejemplar de transformar el sufrimiento en una lucha sin cuartel para alcanzar un bien para compartirlo! ¡Y qué prisa tiene Fermín, en fase terminal, en llegar a su meta para llevar a cabo su misión: crear una colonia digna para discapacitados!

Es tal el entusiasmo que pone Fermín en su empeño, que deja pequeño el desahogo personal que me iba a permitir hoy, y que le había expresado a él. Yo tuve hace cuatro años un fallo cardíaco que hizo temer por mi vida al médico de urgencias y a mis amigos y compañeros de trabajo que me acompañaban en semejante momento. Sólo recuerdo la carrera del médico conduciendo la silla de ruedas en que me habían sentado porque me debilitaba por minutos; cruzando una puerta perdí el conocimiento hasta que desperté en la uci; cómo llegué allí, me desnudaron y me colocaron los cables, no tengo ni idea. Sólo recuerdo una oscuridad total y repentina al cruzar la puerta, como cuando entras en una habitación de noche y sin luz, o peor aún, sólo recuerdo la nada más absoluta, pero no sé por cuanto tiempo.

Estos son los hechos, pero la vivencia me lleva a reprocharle a Dios, de buenas maneras, eso sí, que no me concediera esa visión que muchos tuvieron en circunstancias parecidas y describen como un sendero luminoso, o una luz al final de un camino, o una luz envolvente, en todo caso vieron algo, no cayeron en la nada como a mí me pasó. Le reprocho a Dios entonces que no me concediera ese tenue rayo de esperanza, ese apoyo a mi fe quebradiza, pero esforzada y suplicante.

Por so le he cogido a Fermín cierta querencia, porque es un ejemplo de fe en Jesús: “me pueden quitar la cosas, la vida, pero a Jesús no me lo pueden quitar de mi corazón”, lo repite una y mil veces. “yo no estoy triste por dormir en un cajero, no, ¿por qué?”,”No me falta comida, y cuando me ha hecho mucha falta me han dado dinero para mis necesidades”; ¡y con qué agradecimiento cuenta el día que una señora le bajó un buen puchero cuando estaba hambriento y le acababa de pedir a Dios ayuda!

Admiro la confianza que Fermín tiene en Dios, y pienso que Dios me lo ha puesto en el camino para que yo aprenda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario