Reconozco que me he acostumbrado a la charla con mi amigo
Fermín, ya no es una mera cuestión de gusto o agrado por los temas que tratamos
o por su forma de hablar, es que hay un trasfondo más sutil, una realidad que me atrae y me conmueve: con
qué convicción habla de Jesús, cómo sabe llevar su discapacidad en una silla de
ruedas manual, con qué naturalidad dice estar en fase terminal; que no guarda
rencor alguno a causa de su orfandad desde niño y de haber sido encerrado en un
orfanato por sus propios hermanos; que la aparición de la enfermedad degenerativa
hereditaria en plena juventud, truncando su vida profesional y comercial, no le
hace sentirse fracasado.
A pesar de todo esto, Fermín sonríe continuamente, da
gracias a Dios por todas las ayudas que recibe, de él primero y de los hombres
después; no se avergüenza ni se queja de dormir en el cajero de un banco, ni
por ello ha renunciado a seguir buscando una forma de ganarse la vida por sus
propios medios, tiene un proyecto de una generosidad extrema para invertir las
ganancias ¡Qué forma tan extraordinaria de devolver bien por mal!, ¡Qué forma
tan ejemplar de transformar el sufrimiento en una lucha sin cuartel para
alcanzar un bien para compartirlo! ¡Y qué prisa tiene Fermín, en fase terminal,
en llegar a su meta para llevar a cabo su misión: crear una colonia digna para
discapacitados!
Es tal el entusiasmo que pone Fermín en su empeño, que deja
pequeño el desahogo personal que me iba a permitir hoy, y que le había
expresado a él. Yo tuve hace cuatro años un fallo cardíaco que hizo temer por
mi vida al médico de urgencias y a mis amigos y compañeros de trabajo que me
acompañaban en semejante momento. Sólo recuerdo la carrera del médico conduciendo
la silla de ruedas en que me habían sentado porque me debilitaba por minutos;
cruzando una puerta perdí el conocimiento hasta que desperté en la uci; cómo
llegué allí, me desnudaron y me colocaron los cables, no tengo ni idea. Sólo
recuerdo una oscuridad total y repentina al cruzar la puerta, como cuando
entras en una habitación de noche y sin luz, o peor aún, sólo recuerdo la nada
más absoluta, pero no sé por cuanto tiempo.
Estos son los hechos, pero la vivencia me lleva a
reprocharle a Dios, de buenas maneras, eso sí, que no me concediera esa visión
que muchos tuvieron en circunstancias parecidas y describen como un sendero
luminoso, o una luz al final de un camino, o una luz envolvente, en todo caso
vieron algo, no cayeron en la nada como a mí me pasó. Le reprocho a Dios
entonces que no me concediera ese tenue rayo de esperanza, ese apoyo a mi fe
quebradiza, pero esforzada y suplicante.
Por so le he cogido a Fermín cierta querencia, porque es un
ejemplo de fe en Jesús: “me pueden quitar la cosas, la vida, pero a Jesús no me
lo pueden quitar de mi corazón”, lo repite una y mil veces. “yo no estoy triste
por dormir en un cajero, no, ¿por qué?”,”No me falta comida, y cuando me ha
hecho mucha falta me han dado dinero para mis necesidades”; ¡y con qué
agradecimiento cuenta el día que una señora le bajó un buen puchero cuando estaba
hambriento y le acababa de pedir a Dios ayuda!
Admiro la confianza que Fermín tiene en Dios, y pienso que
Dios me lo ha puesto en el camino para que yo aprenda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario