miércoles, 27 de junio de 2012

Una despedida muy sentida


Quién me iba a decir a mí que me vería en esta circunstancia. Hace ya muchos meses, va para un año, que escribí un post titulado “De Tetuán a Nanclares de Oca”, bueno, pues el protagonista de aquella historia se nos va a una residencia. El hecho en sí es perfectamente normal, pero tratándose de nuestro amigo Rafael, la cosa cambia.

Se ha sujetado a vivir en un hogar durante un año, en espera de que le concedieran una plaza en una residencia pública, y esto lo ha logrado después de haber vivido en la calle la mayor parte de su vida, y solo, sin familia. Sinceramente, ni la trabajadora social, ni yo ni nadie las tenía todas consigo, pero nos fuimos acostumbrando a ver a Rafael a diario en el servicio y él llegó a sentirse, creo que interpreto su sentir con toda exactitud, parte de una “familia”, una familia formada por todos nosotros, tanto el equipo de cáritas como las personas acogidas en larga estancia en el hogar, así como las hermanas y la mayoría de las personas (en toda familia hay un garbanzo negro) que atienden el albergue.

Digo esto además basándome en que él siempre se lamenta de no haber podido formar una familia, y porque se pasa el día mirando los cochecitos de los niños que pasan por la calle, improvisando piropos entusiastas y animosos tanto a los niños como a los padres. Pero además no puede reprimir el deseo de quedarse en San Fernando, e intenta alargar la partida buscando excusas; al fin se resigna y dice frases de agradecimiento la trabajadora social. “si no es por usted yo no tendría esa plaza”, “¡hay que ver lo que ha trabajado!”, “no le puedo fallar ahora”. 

Comenzaba diciendo que quién me iba a decir a mí que me vería en esta circunstancia, porque lo voy a acompañar a la residencia y le he pedido a mi hijo que nos lleve él para regalarle a Rafael un recuerdo familiar.

Él, que ha vivido solo toda su vida, es capaz de mantener viva esa ilusión. Ojalá que en la residencia encuentre también un ambiente familiar que le ayude a soportar la disciplina de la residencia, y si encontrara otra alma solitaria deseosa de formar pareja o familia, sería una justa recompensa a su esfuerzo para acomodarse a vivir como cualquier persona, y olvidarse de que fue una persona sin hogar.

Acabo de regresar de dejar a Rafael en la residencia y me atrevo a asegurar que va a estar muy bien allí, que le ha causado una impresión muy buena y la acogida ha sido inesperada pero fantástica, han salido a recibirlo la trabajadora social y tres trabajadores más de la residencia para darle la bienvenida. ¡Ah!, y me dijo también que iba a decirles a todos que lo habían llevado un hermano y un sobrino suyo... ¡Ha merecido la pena!

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