Quién me iba a decir a
mí que me vería en esta circunstancia. Hace ya muchos meses, va para un año,
que escribí un post titulado “De Tetuán a Nanclares de Oca”, bueno, pues el
protagonista de aquella historia se nos va a una residencia. El hecho en sí es perfectamente
normal, pero tratándose de nuestro amigo Rafael, la cosa cambia.
Se ha sujetado a vivir
en un hogar durante un año, en espera de que le concedieran una plaza en una
residencia pública, y esto lo ha logrado después de haber vivido en la calle la
mayor parte de su vida, y solo, sin familia. Sinceramente, ni la trabajadora
social, ni yo ni nadie las tenía todas consigo, pero nos fuimos acostumbrando a
ver a Rafael a diario en el servicio y él llegó a sentirse, creo que interpreto
su sentir con toda exactitud, parte de una “familia”, una familia formada por
todos nosotros, tanto el equipo de cáritas como las personas acogidas en larga
estancia en el hogar, así como las hermanas y la mayoría de las personas (en
toda familia hay un garbanzo negro) que atienden el albergue.
Digo esto además
basándome en que él siempre se lamenta de no haber podido formar una familia, y
porque se pasa el día mirando los cochecitos de los niños que pasan por la
calle, improvisando piropos entusiastas y animosos tanto a los niños como a los
padres. Pero además no puede reprimir el deseo de quedarse en San Fernando, e
intenta alargar la partida buscando excusas; al fin se resigna y dice frases de
agradecimiento la trabajadora social. “si no es por usted yo no tendría esa
plaza”, “¡hay que ver lo que ha trabajado!”, “no le puedo fallar ahora”.
Comenzaba diciendo que
quién me iba a decir a mí que me vería en esta circunstancia, porque lo voy a
acompañar a la residencia y le he pedido a mi hijo que nos lleve él para
regalarle a Rafael un recuerdo familiar.
Él, que ha vivido solo
toda su vida, es capaz de mantener viva esa ilusión. Ojalá que en la residencia
encuentre también un ambiente familiar que le ayude a soportar la disciplina de
la residencia, y si encontrara otra alma solitaria deseosa de formar pareja o
familia, sería una justa recompensa a su esfuerzo para acomodarse a vivir como
cualquier persona, y olvidarse de que fue una persona sin hogar.
Acabo de regresar de
dejar a Rafael en la residencia y me atrevo a asegurar que va a estar muy bien
allí, que le ha causado una impresión muy buena y la acogida ha sido inesperada
pero fantástica, han salido a recibirlo la trabajadora social y tres
trabajadores más de la residencia para darle la bienvenida. ¡Ah!, y me dijo
también que iba a decirles a todos que lo habían llevado un hermano y un sobrino
suyo... ¡Ha merecido la pena!
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